CAPÍTULO XXVII. ARIOS Y "JINAS"

Sin el auxilio de los anales de Oriente es imposible encaminarse en el caos de la cronología primitiva. - Lemures, Atlantes y Arios. - Las cuatro Edades de Oro, Plata, Cobre y Hierro. - Veranos e inviernos heliacales, segun Platón. - La Humanidad "física" apareció sobre la Tierra hace próximamente cinco millones de años y la Raza Aria hace un millón. - Celtas, arios y post-atlantes trogloditas. - Los cíclopes. - El dios It o Ti. - El culto del Fuego y del Sol. - Los pelasgos y sus cien nombres históricos: cíclopes, titanes, kalkas, caldeos, accadios, cólquidos, arameos, jaínos, britanos, naboas, tuathas, tesalienses, micenianos, germanos, ercinios, hemiaritas, hiperbóreos, frigos, táuridos, phalegios, curetes, quírites, etc., etc. - Enseñanzas de César Cantu. - Los cabires en Lemnos, Samotracia, Peloponeso, Sicilia y demás regiones celtas. - Sus inmensos beneficios, solapados bajo el velo de la fábula y la leyenda. - Las dinastías divinas. - Niebuhr y su Historia de Roma. - La caída de Troya termina este sublime e inestudiado ciclo. - El Timeo, de Platón. - Dorios y jonios ("los hombres del Sol y de la Luna") . - Las Acrópolis. - Las "tres castas". - Los jinas y la conquista del simbólico "Vellocino de Oro". - La leyenda de los doce signos del Zodíaco. Esquilo, el divino griego, y su Trilogía. - La Electra, de Sófocles. - Otros clásicos de la Hélade en punto a estas cuestiones sugestivas. - Enseñanzas de H. P. B.

No es posible orientarse en el caos de la historia primitiva sin el auxilio de las cronologías iniciáticas tamiles-brahmánicas, las cuales, de acuerdo con la Geología, asignan al mundo (o sea a los evones transcurridos desde que la humanidad apareció físicamente ya sobre la Tierra) unos cinco millones de años de existencia hasta hoy. Primero se desarrolló la Tercera Raza-Raíz o Lemur (Edad de Oro), hacia las regiones actualmente ocupadas por el Pacífico, la cual por terremotos y erupciones (verano heliacal de Platón) se hundió hace más de un millón de años en números redondos, y por entonces la Cuarta Raza-Raíz, o de los Atlantes (Edad de Plata) llegó a la apoteosis de su esplendor, al par que nacía en las mesetas centrales de Asia o Ariana, la Quinta Raza-Raíz, que es la nuestra o Aria. Dada la correlación de la filogenia y la ontogenia, es de observar que con estas tres Razas troncales, madre, hija y nieta, aconteció como pasa entre los hombres, a saber: que cuando la madre declina, la hija llega a la plenitud de su desarrollo, y la nieta nace... Por eso los arios empezaron a extenderse por la Tierra antes de que se iniciaran las sucesivas catástrofes (invierno heliacal de Platón), que sepultaron a la Atlántida, hace ochocientos mil años, con la separación del continente atlante de lo que luego fué Eurasia, África y América, constituyendo sus restos las dos enormes islas de Rutha y Daytia, o de la Buena y de la Mala Magia, hace doscientos mil años, con el hundimiento de estas islas, quedando sólo la de Poseidón o Neptuno frente a Gades, y hace unos once mil años con la desaparición de esta última isla, recordada ya en las tradiciones populares con el nombre de Diluvio Universal.

Tuvieron así los arios extendidos por el mundo desde hace un millón de años, repetimos, una edad de oro en las postrimerías lemures; una de plata, cuando la apoteosis atlante; una edad de cobre, correspondiéndose más o menos con los últimos tiempos del continente sumergido, y una edad de hierro, en fin, que se dice comenzó hace unos cinco mil años, cuando el Avatar Krishna, cumplida su misión, desapareció de la Tierra, dejando el puesto a su discípulo Arjuna o Ra, el jina del Mahabharata, y que ya vimos aparecer en todas las regiones del mundo con los mil nombres conexionados con el de Hércules, que es el que principalmente se le asignó en Europa.

Al desaparecer la Atlántida quedaron, pues, dos grandes tipos de hombres, como empiezan ya a presentir los estudios paleontológicos; los unos, los trogloditas, gentes atlantes que habían quedado sumidas en la más atroz barbarie, tal como la ciencia de Occidente ha sorprendido sus restos en las cavernas, y los otros, los pelasgos (los vascos del piélago, como si dijéramos), quienes ya desde las primeras manifestaciones de la catástrofe que se avecinaba fueron trasladándose o regresando hacia las regiones orientales, de las que eran originarios, y de aquí la tradición universal del éxodo de lo (o del Buey y la Vaca sagrados) desde el jardín de las Hespérides (Poseidón) a través de toda Europa meridional y por el Bos-phoro (el conductor de la Vaca) hacia la Cólquide y la Armenia (donde es fama que se paró el Arca de Noé, o sea el dicho culto iniciático del Ar-ar-at, o de las montañas arias, donde nacen con otros ríos el Tigris y el Éufrates)  .

Estos pelasgos o ario-atlantes de Occidente reciben un nombre diferente en cada una de las regiones del mundo por las que se extendieron. Al tener aún abierto "el ojo de la intuición", como depositarios que eran más o menos de las verdades iniciáticas, se les llamó cíclopes, y edificios ciclópeos a las gigantescas construcciones que levantaron, y de las que doquiera, desde la Pensilvania norteamericana hasta el Oxus y el Aral, a través de Europa y África, se ven aÚn pasmosos restos; lirios y titanes, del dios lt o Ti, el Hércules, que les comandaba y sobre el que hay bastantes más datos de lo que se cree  ; kalcas o caldeas o calcidios, tanto por su origen ante-atlante del país de Kalcas, al que así retornaban, como por conocer el cobre (calcas) y como por desarrollarse en una edad de franca decadencia, que del cobre, no del oro ni de la plata, recibiese su nombre; accadios (gentes de Acca-larentina, como si dijéramos), por conocer la navegación y haber pasado el mar con sus caudillos redentores, según pudimos apreciar en el curso de los capítulos precedentes; arcadios, por corrupción de accadios, o por el "Arca" o nave simbólica que los recuerda, aún hoy, doquiera haya un solo resto suyo; cólquidos, o cólchidos, como corrupción de la palabra calcis (conocimiento de la numeración, de la escritura jeroglifica-hierática y simbólica, cábala, etc.), como también viéramos ya en el capítulo precedente, pues es sabido que aún hoy en lenguas como la inglesa la sílaba a11 (todo) se lee 011; arameos o ari-manes, como "hombres arios", odiados y "hechos diablos" por los parsis ulteriores; druidas, por sus sacerdotes iniciados y por su culto al Fuego, es decir, al Sol, a la Pureza, a la Verdad sepultada en la catástrofe, a Ar o ra y a Ares, según ha ido apareciendo en diferentes pasajes de este mismo libro; armónicos, acaso por su conocimiento y alto concepto de "la Armonía Universal"; janos, por su inca, conductor o sacerdote-rey (IAO, TAO, IANUS, etc.); bretones o britanos, de brig, la radical aria de "la que brilla, la que luce", o sea siempre y por siempre el Sol (en sus cuatro sentidos: físico, psíquico, mental y espiritual); menfires o menhires, por ser "hombre occidentales" (de fir, rif, Occidente), o más bien por su culto al Fuego (fire, en inglés, todavía) , llamándose men-hires aún a las piedras de sus sepulcros; nahoas, nahuales en México y en ciertas partes de Arabia, Siria, etc., de Nebo, la Sabiduría iniciática; tuathas de Danand, por las' mismas o parecidas razones, ya dadas en otra parte; sumerianos (de Surja, el Sol), en Babilonia y Nínive; ti-huan-ascos o tihuanacos (en Perú); tesalienses primitivos, acaso por el expresado retroceso de sus peregrinaciones; mineanos, por su colonización en la isla de Creta, y micenian os, por otras semejantes en Asia Menor y Grecia; germanos, por el dios Hermes, Tot u Odin; ercinios, de "erda", la Madre Tierra; sabeos, por su propia sabiduría en las cosas celestes como en las terrestres; hemiaritas u homeritas, por su doble carácter ario (de origen) y atlante (de su época y país de colonización); camitas, por su instructor Cam, Jan o Jano; hiperbóreos, por las regiones en que los conocieron los griegos y por "la Isla Blanca", más allá del Boreas, de sus más excelsas y secretas tradiciones iniciáticas de la Primera Raza-Raíz (pitris lunares de la Doctrina Secreta); axinos o "inaccesibles" en el concepto jina; frigios, de la diosa Frika, luna o Diana-Lunus escandinava; misios o "enviados" para salvar a la humanidad troglodita de su ruina moral y física definitiva; tauridos, por su consabido culto mithraico, que pasó a dar nombre a la célebre cordillera armenia; phalegios, como eternos "cometas humanos", peregrinos o errantes; curetas y quírites, por sus hechos quiritarios (kyries, lanza, rayo de sol) y por sus caurias o curias; enios o aonios, por su Eneas, Ennos, Enoch, Jano o Noé, etc., etc.

Si al lector le pareciesen duras, atrevidas y aun violentas algunas de estas deducciones, le contestaríamos con estos párrafos de un historiador tan poco adicto a estas cosas "teosóficas" como es César Cantú, quien, al hablar de los primeros habitantes de Grecia, confiesa lo siguiente (los paréntesis son nuestros):

"No puede dudarse de que bajo el nombre de pelasgos estaban comprendidos muchos y diversos pueblos, y de aquí proviene el distinto aspecto con que se han presentado, apareciendo en Italia como propagadores de las artes y de la civilización, mientras que en Grecia nos los pintan como gentes de extremada rudeza, a quienes Feroneo (el Feruer cabalista, "Hálito Sephirotal" o Emanación), hijo de Inaco (un jina), fué el primero que enseñó a fabricar casas, hacer uso del fuego y regirse como hombres racionales. Sin embargo, los hechos, usando un lenguaje muy diferente, demuestran que los pelasgos, raza tan benéfica como despreciada  , llevaron a Grecia no ya este o el otro arte, sino un sistema completo de enseñanzas religiosas, artes y literatura. La áspera lengua de esta raza, más análoga al latín que al griego, se conservó en el dialecto eolio. ,Enseñaron también los pelasgos un método de escritura, cuyo uso era común antes de la llegada a Grecia del fenicio Cadmo  . Establecidos en la Tesalia, la cultivaron del modo más sabio, y, prácticos en metalurgia, trabajaron las minas en Samotracia (la ciudad de los kabires jinas), en Lemnos y en Macedonia, como hicieron los cíclopes del Peloponeso, Tracia, Asia Menor y Sicilia, los cuales penetraban en las entrañas de la tierra con una luz en la frente, luz que originó la fábula de que tenían un solo ojo. Su ocupación y ciencia especial era abrir canales de desagüe, construir diques para contener las inundaciones de los ríos y dar salidas subterráneas a los lagos. Levantaron también muchas fortalezas, que en su -idioma se llamaron larisa (de lâ, espíritu), nombre apelativo que después vino a ser propio, y en la Arcadia, Argólide, Atica, Etruria y el Lacio se observan restos de sus construcciones, que acaso sean las mismas que las ciclópeas. Dieron, asimismo, cierta forma de culto (el Culto sin templo al Dios Sin Nombre) a los pueblos que no tenían más que prácticas groseras de religión, sin tradiciones mitológicas. En Dodona tenían el bosque sagrado, donde, desde lo alto de una columna, profetizaba la paloma, o donde pronunciaban oráculos las encinas. El centro de sus ritos era Samotracia, consagrada al culto de lo Cabires. Los beneficios que hicieron se descubren aún a través del velo de la fábula. En las pendientes del Olimpo, del Helicón, del Pindo, en aquella Arcadia en que la raza pelásgica se conservó pura y exenta de invasiones conquistadoras, ponían los griegos el origen de la religión, la filosofía, la poesía y la música. En las márgenes del Peneo apacentaba Apolo sus ganados y Orfeo amansaba a las fieras, y en Beocia fabricaba Anfión con su lira las ciudades, o lo que es lo mismo, ponía en ejercicio las artes de la imaginación para extender la cultura, la cual dió a la Grecia aquel carácter que jamás hubo ya de perder. Así, Oleno, Tamiris y Lino, procedentes de aquella raza y país, fomentaron con sus cánticos el sentimiento religioso, celebraron las primeras hazañas de los helenos, les disuadieron de los sacrificios humanos y de los odios hereditarios, instituyendo ceremonias en honor de los dioses y divulgando ideas superiores a los intereses materiales. Los reinos de Argos y de Sicione, los más antiguos de Grecia, fueron fundados por pelasgos; pelásgicas eran las dinastías de Tebas, de la Tesalia y de la Arcadia, y a ellas debieron su fundación Tirinto, Micenas y Licosura, reputada por la ciudad más antigua de Grecia y de las islas. El mismo Dardano, fundador de Troya, era originario de Samotracia, isla santa de los pelasgos tirrenos. Pero a los pelasgos les sucedió lo que a muchos hombres que parecen destinados a ser infelices. Orfeo es despedazado por las mujeres de Tracia; los habitantes de Aquilla apedrean a los focenses prisioneros; las mujeres de Lemnos asesinan a sus maridos; luego, los helenos que les suceden, después de vencerlos (no por valor, sino por la inexorable ley de los ciclos que traen el otoño y el invierno tras la florida primavera) los quieren difamar; y, guerreros como son éstos, desprecian a aquella raza agricultora e industrial, le atribuyen falsamente ritos sangrientos y sacrificios de víctimas humanas para alimentar el fuego, adorado por ella como misterioso agente de las artes todas; la Tesalia, la Licia, la Beocia, son tenidas por asilo de magas, y su ciencia, por misterios torpes y espantosos. Arrojados los pelasgos de la Tesalia, quedaron reducidos a la Arcadia, llamada también Pelasgia, y al pequeño territorio de Dodona, desde donde algunos pasaron a Italia, otros se dirigieron a Creta, para allí experimentar nuevos desastres, y los que quedaron en el país se confundieron con los vencedores y perdieron su nombre". Igual, punto por punto, acaeció con los reales o aretes pelasgos del Apenino, a los que alude Tito Livio, unos, como montañeses, de orus, montaña sagrada, y otros, como procedentes de la Arcadia, llevados por Hércules. Estrabón los clasifica en oscos (vascos o españoles),aruncios (arios posteriores), sabinos o sabeos (caldeas), umbríos (nórdicos) y ausones (meridionales). Sófocles canta a todos estos jaínos, en una tragedia perdida, como enotrios (de Eneas) , ligures (procedentes de la primitiva Licosura, cuando no fundadores de ella), y tirrenos. Sus ciudades ciclópeas más célebres fueron Mefila, Sama o Luna, Vésbola, Trébula, Velabrum, Palatium, Issa, Tiora, Tauria, Córsula, Lista, Marruvium y Orvimum; y la Etruria italiana, en honor de ellos, se denominó "tierra saturniana" o "tierra jaína".

Por último, y para no cansar más, la importancia de estas gentes jinas está pintada con un solo rasgo, es a saber, el de Niebuhr en su Historia romana, cuando dice: "Los pelasgos no eran un tropel confuso de gente vagabunda, como algunos los pintan, sino naciones establecidas en tierras propias y florecientes, gloriosas ya en un tiempo muy anterior al conocido por los escritores griegos; y tengo el pleno convencimiento de que hubo un tiempo en que los pelasgos constituían la población más numerosa de Europa, desde el Arno hasta el Po y el Bósforo... y es lo notable que en todas las tradiciones primitivas, por antiguas que ellas sean, siempre se encuentran ya los pelasgos en el apogeo de su poder, aunque la historia los presenta ya en su declinación y decadencia. Júpiter había puesto en la balanza sus destinos y los de los pueblos griegos; y el platillo de los pelasgos fué vencido (como lo es siempre el de los padres cuando se retiran discretos para dejar pasar a una vida y a un mundo mejores y dejar en libertad y en su propia responsabilidad a los hijos). La caída de Troya era el símbolo de su historia toda".

Tienen estos autores sobrada razón; la caída de Troya inicia verdaderamente el período histórico o propiamente humano con todas sus desdichas, comenzando un tristísimo crepúsculo que fuera luego noche cerrada con esas tres grandes catástrofes ocultistas que militarmente hasta hicieron desaparecer los Misterios iniciáticos: la de Alejandro, en Oriente; la de César, en Occidente, y las de Cortés y Pizarro, en el Continente americano, preservado durante la Edad Media de un modo "tan jina". ¿Veremos lucir una nueva aurora después de la despedida de esa horrenda noche con nuestra Gran Guerra?

No lo sabemos; pero es lo cierto que, gracias a las enseñanzas teosóficas rápidamente apuntadas en cuanto llevamos dicho, podemos ya demarcar un período jina, adelón, abalónico o "de los abuelos", como le llamaron muchos clásicos, y que termina con la guerra de Troya, o más bien antes, con la simbólica o fabulosa Conquista del Vellocino de Oro de los jinas de la Cólchida; un período mítico que, desde este "suceso" hasta la caída de Troya o la de Alejandro, establece la transición   y, en fin, un período histórico en el que aun la misma existencia de aquellos "hemiaritas" (protectores y protegidos, o jinas e iniciados en los Misterios) es negada como la mayor de las quimeras; ¡y eso en nombre de una pretendida ciencia histórica que jamás puede autorizar, en verdad, tamaño absurdo, a todas luces desmentible y desmentido!

Todo ello, por supuesto, se halla expresado con los más vivos colores históricos en aquellos párrafos del Timeo de Platón que, para no faltar abiertamente al juramento iniciático, pone en boca de Critias el joven, nieto del gran Critias, pariente a su vez de Sócrates, el maestro de Platón, en los que se dice:

CIEn el Delta del Nilo existe un nomo llamado Saítico y una ciudad principal, la de Sais, de donde el mismo rey Amasis era oriundo. Los habitantes de dicho nomo tienen por divinidad fundadora de él a la diosa Neith (Isis), que en griego, según ellos, quiere decir Palas Atenea. Por eso ellos quieren de todo corazón a los atenienses, considerándolos como de su propia raza. Así Solón decía que, llegado cierta vez a aquel país, había recibido en él las mayores atenciones, y después de las preguntas que había hecho acerca de la antigüedad a los sacerdotes más ancianos y que mejor le conocían, se había convencido de que ni él ni ningún otro griego sabrán nada de ella. Y añadió Solón que habiéndose puesto él a hablar de Phoroneo, a quien, por su remota antigüedad, llaman el primero, después de Níobe, y, en fin, del famoso diluvio. de Deucalión y Pirra, un ancianísimo sacerdote le dijo: "¡Oh Solón, Solón, vosotros los griegos no sois sino unos niños; no hay en Grecia un anciano tan sólo, por cuanto no atesoráis ninguna opinión verdaderamente antigua y de antigua tradición venida, porque a lo largo de los siglos las destrucciones de hombres y de pueblos enteros se han sucedido en gran número, las mayores de ellas por el fuego y por el agua, las menores por otras mil causas diversas! A nosotros el Nilo nos salvó del gran desastre de cuando los dioses purificaron la tierra sumergiéndola, y, de este modo, todo cuanto se ha hecho de hermoso y memorable está escrito desde hace muchos siglos y conservado en nuestros templos, mientras que entre vosotros el uso de la escritura y de cuanto es necesario a un estado civilizado no data sino de una época muy reciente; y súbitamente, con intervalos determinados, vienen a caer sobre vosotros plagas celestes que no dejan subsistir sino hombres extraños a las letras y a las Musas, de suerte que recomenzáis, por decido así, vuestra infancia e ignoráis todo acontecimiento de nuestro país o del vuestro que remonte al tiempo viejo. Así, cuantos detalles genealógicos nos has dado relativos a vuestra patria se parecen a meros cuentos infantiles. Desde luego, vosotros nos habláis de un diluvio, cuando han sobrevenido otros muchos anteriormente. Además, ignoráis que en vuestro país ha existido la raza de hombres más excelente y perfecta, de la que tú y toda la nación descendéis, después que toda ella pereció, a excepción de un pequeño número. Vosotros no lo sabéis, porque los primeros descendientes de aquélla murieron sin transmitir nada por escrito durante muchas generaciones, pues que, antes de la última destrucción por las aguas, esta misma república de Atenas, que a la sazón ya existía, era admirable en la guerra y se distinguía en todo por la prudencia y sabiduría de sus leyes, cuanto por sus generosas acciones, contando, en fin, con las instituciones más hermosas de que jamás se ha oído hablar bajo los cielos... Así alcanzasteis a sobrepujar a los demás hombres como corresponde a un pueblo engendrado e instruído por los mismos dioses, y de aquí las múltiples y grandiosas empresas a que dió cima vuestra república y que escritas quedan en nuestros libros. Ellos, en efecto, dicen que vuestra república, en un gran día, mostró brillantemente su valor y poderío. Arrostrando los mayores peligros, triunfó de sus invasores atlantes; preservó de la esclavitud a pueblos que todavía eran libres, ir a otros pueblos que estaban próximos a las llamadas Columnas de Hércules les restituyó su libertad. Mas en los tiempos que siguieron luego hubo grandes terremotos e inundaciones. En el espacio de un día y de una noche terribles, todos los guerreros que tenían proyectado otra vez llegar a las puertas de vuestros muros fueron abismados en lo profundo. La Isla Atlántida desapareció bajo las aguas del mar, y por eso no se puede recorrer hoy el mar que la cubre".

La referida época de transición entre los jinas accadios, sumerianos o samitas, autores de esas primitivas escrituras hieráticas, ogámicas, cuneiformes, por quipos, etc., que hemos visto en todo el planeta desde los quichúa-incas y los tuathas, hasta los babilonios, fenicios y egipcios, está grabada aún con caracteres indelebles en las Acrópolis, igualmente repartidas por todo el mundo.

Acrópolis (de akros, altura, punta, y polis, ciudad) equivale etimológicamente a "vivienda y templo de gentes arcadias, solares o jinas", tanto, que en dicha época de transición del período adelónico al mítico y al histórico se le fueron agregando las construcciones ya "humanas" de sus faldas y llanura circunvaladora que, como tales, constituyeron la Iópolis (de Io o Isis, la Luna), o sea "la morada inferior, humana propiamente dicha o lunar, de los hijos de Io" (o jonios entre los griegos) , quedando desde entonces la primera como arca de los tesoros religiosos, históricos y artísticos heredados por la santa tradición o "cábala"; lugar inamovible y templo de las divinidades protectoras de la urbe (hombres excelsos, ya empezados a divinizar desgraciadamente por la creciente e ignorante antropolatría) y asilo de sacerdotes y magistrados en las ulteriores épocas de invasiones entre sus dclópeos muros, mientras que en los antros, criptas o grutas naturales o artificiales, que nunca faltaban debajo del respectivo cerro (igual que en las pirámides egipcias), seguían verificándose las imponentes y terribles pruebas de la iniciación, algunas de las cuales han llegado hasta nosotros. Así, la Acrópolis y la Iópolis equivalieron entre los griegos a la Roma del Capitolio (caput, cabeza), y a la del Aventino (para las gentes adventicias, que los vientos de las guerras, revoluciones y esclavitudes remansaban sobre todas las grandes ciudades antiguas), al Urin-Cozco, solar o alto, y al Anan-Cozco, o bajo, de los incas (y no a la inversa, que es como equivocadamente nos lo da Garcilaso) , a la Sumaria, Somaría o Samaria (altura, lugar solar o de la salud, tanto espiritual como física), y a la Accadia (lugar femenino, inferior, de] valle o llano o "de las aguas"), de las más antiguas ciudades del Tigris y el Éufrates, Nínive y Babilonia, inclusive, o, en suma, a ]a "ciudad alta" y la "ciudad baja" de tantas y tantas poblaciones pelásgicojinas, como la Aka o Aeca samnita y su inevitable lengua sumeriana, análoga a la aún hoy llamada lengua accadia del Indostán, objeto de los estudios de Hyde Clark, o bien como nuestras Gerona, Tarragona, Málaga, Cádiz, etc. Y es tan cierta esta transición, que en las más notables de entre dichas ciudades, más o menos solares o cieJópeas, se suelen marcar tres barrios o ciudades distintas, es decir, verdaderas Tri-polis, como las numerosas que por eso llevan este último nombre en la historia, y entre las que pueden contarse, además: Roma, por su viejo Janículo, su Palatino-Capitolio regio, consular e imperial, y su siempre plebeyo Aventino; Creos y Megara, por su vieja y su nueva Acrópolis; Ilión o Troya, Tirinto (la de los tres recintos), Ramno, Nicomedia, Cío, Asos, Cícico, Sardes, Priena, Esmirna, Pesinoute, Perga, Argos, Sunio, Florentino, Veyes, Atenas, Licosura, Mantinea, Alea, Stinfalos, Corinto, Pilo, Yra, Esparta, Trifilia, Tebas, Patmos, Samos, Delos, Orcómenes, Mesenia, etc., cosa aún conservada en las poblaciones árabes, en las que el odiado elemento hebreo constituye por sí solo un barrio de parias ya poco menos que fuera de la ley, cual entre las gentes brahmánicas de las cuatro castas, y costumbre que data acaso de antes del siglo v de la Era precedente a la nuestra, cuando el incendio de Atenas por Jerjes, y cuyas huellas han quedado en el Partenón y demás sagrados edificios de la primitiva Acrópolis ateniense. Siempre, en efecto, han sido tres cosas complementarias: el hogar (ya el privado o templo de los penates, ya el de toda la ciudad, templo de las curias), el ágora (plaza o "casa de todos y de nadie") y el suburbio (lugar en ocasiones más propio de bestias que de hombres, y donde la falsa virtud de arriba, por "inversión de polos", muy frecuente en la vida de pueblos y de hombres, suele labrar, en las épocas de crisis principalmente, rosas de sus estiércoles, y excelsas virtudes de sus vicios)  .

En la gran región pelásgica o jina de Thesalia, célebre por su Larisa, su Far-salia y su Thebas Phthiotides (sucesora de la Dióspolis, Lucksor, Karnac o Thebas magna del Alto Egipto, y antecesora de la otra Thebas beocia) reinó largo tiempo la raza primitiva solar, representada por Aeson y por su esposa, la lunar Alci-medea, hasta que (como Numitor por Amulio en Lacio) se vió destronada por Pelias (¿Pallas-Atenea?), de quien aún se conserva un monte de este nombre. Pero Aetes o Aeson, el destronado, había dejado un hijo, Jason (cual Numitor una hija, Rea), que, ocultado a las persecuciones de aquél por su educador el centauro Quirón, el caurio o el kyrites (como Remo y Rómulo por el pastor Fáustulo, o como Amnón con el niño Hércules en Nysia) llegó a hacerse un verdadero héroe (como todos aquellos otros prototipos variantes del universal mito de Hércules), y en tal concepto bien pronto se vió sometido a una durísima prueba por Palias, el ogro usurpador, con el ánimo, por parte de éste, de que pereciese en la imposible empresa; es a saber: la conquista del inmenso tesoro iniciático ario de Aetes, por otro nombre el Vellocino de Oro, o sea de la Verdad iniciática, escondida allá lejos en la Armenia, o "región de los manes, de los antepasados arios", que ya vimos jugar en la leyenda caldaico-hebrea del "Arca" de Noé-Sargón-Xishustros, que salvó a los elegidos de perecer en la gran catástrofe diluvial o atlante  .

Como la tal empresa era de titanes, el solar Jasón-Orfe hubo de proporcionarse doce compañeros, que en el sentido astronómico (uno de los múltiples en los que, como siempre, puede interpretarse la leyenda) no son sino los doce "dioses mayores" o signos del Zodíaco, cuyo paralelo, al tenor de las constelaciones actuales, son más o menos éstos: Perseo (Aries), Orión o Hylas (Taurus) , Cástor y Pólux (Géminis) , Teseo (Cáncer), Ulises (Leo), Tifis (Virgo), Hércules (Libra) ,Esculapio (Escorpio), Antólico (Sagitario), Aquiles (el águila quizá "al terrible jabalí" (el cabir, viraj o avatur hindú, el avatar (o Piscis).         

Parten, pues, de Tesalia los expedicionarios embarcados en su nave lunar de Argos; visitan a Lemnos y Samotracia, las dos islas jinas del mar tracio, célebres por sus kabires y jinas; cruzan por frente a la Troada, donde se quedan Hércules e Hylas (los dos signos zodiacales secretos); se detienen un punto en la Propóntide visitando al Artonesos Cícico, y, ya en el Bósforo Tracio de "el conductor de la vaca", tropiezan con la primera Chalcis, la Criosópolis o "Ciudad Sagrada" de Calchedón de Bithynia (la Bythos, lo, o Abismo de Aguas, de las ofitas de la Propóntide) , desafiando allí quizá "al terrible jabalí (el cabir, viraj o avatur hindú, el avatar berraco, sucesor del avatar-pez y el avatar-tortuga y antecesor a su vez del avatar-león, el avatar-mono y el avatar-hombre, con los que los libros sagrados de Oriente han disfrazado simbólicamente las diversas etapas evolutivas). Atravesando ese mar tenebroso, para ellos euxino u hospitalario y para los demás axino o inaccesible, pasan desde la dioscura Dióspolis (Heraclea Pontica, la ciuQad de ]uno-Hera o lo); llegan, tras penurias infinitas, a la Sebaste del Phasis (la ciudad del buey Apis armenio de la Cólchida, tomo si dijéramos), visitan a las tres Colchides o. ciudades jino-calcídicas, y a la vuelta de tantas y tantas inauditas maravillas, después de instituir esa iniciación de los primitivos juegos olímpicos, se presenta el héroe en sus tierras (cual primitivo Tannhiiuser de retorno de las moradas de Venus Luna, o Sigfredo, de retorno de descubrir a la Walkyria), desposado con Medea, la aria o media, hija de Aetes y nieta del Sol, que, a bien decir, pese a la degradación necromante con que nos es presentada en la tragedia de Eurípidys bajo este título, no era sino la Primitiva Sabiduría jina o solar de la iniciación recibida por el héroe, quien luego, hombre al fin, como todos los héroes de la leyenda, después de haber visto a la Diosa sin velo alguno de falsa pudicia religiosa al uso, viene, ciego e insensato, a enamorarse de una mortal: Creusa, la hechicera hija del rey corinto Creonte (¿la fe ciega?) , gracias al brebaje de Moetis que le propina para olvidada... Pero ¡ay! que el Dios-Karma, la Némesis vengadora, por otro nombre Hado o Destino, no puede dejar impune semejante crimen de lesa divinidad, que no tolera rivalidades por parte de esta nuestra naturaleza animal, así humanizada y divinizada. La vulgaridad inferior de Creonte y de Creusa destierra impíamente a Medea profanando su casto tálamo; J asón desde entonces tal vez recibe el nombre de A-casto (que las leyendas posteriores le han creído compañero del héroe solar en la empresa), y la venganza llega por sí misma, sin que Medea, la Sophía aria, se vengue por sí de tal crimen, cual en la decadente tragedia griega. Así, pues, la corona y la túnica purísimas de Medea (la iniciación robada y profanada) constituyen el mayor tormento de entrambos pérfidos padre e hija, quienes mueren cayendo en el Hades, no sin antes ver morir a los hijos mismos de ese contubernio absurdo de la excelsa mentalidad del hombre con sus bajas pasiones animales, que no en vano son incompatibles entre sí las tres evoluciones sucesivas: animal, humana y divina...

Con ello, las terribles y simbólicas tragedias de los Atridas se cernían en el ambiente, por decido así, y ellas, en efecto, llegaron más tarde con las demás cosas envueltas por la leyenda en estos otros dos mitos troncales de los griegos; la guerra contra Thebas y la guerra contra Troya, las ciudades sagradas del mito de Hércules nysio, después que ya había realizado entre los degenerados sucesores de los viejos pelasgos, aquellas famosísimas hazañas de la muerte de la hidra de Lema, el jabalí de Erimanto, el león de Nemea, la cierva dorada jina, los pajarracos antropófagos de la laguna Estinfalia, las crueles Amazonas impías, el estúpido Augias, el Minotauro cretense, los caballos de Diómedes, las vacas de Gerión, el dragón de las Hespérides, el águila del Cáucaso, el gigante terrestre Anteo, el monstruo Hesione, y demás simbólicas hazañas contra nuestras pasiones y los tristes efectos kármicos que ellas siembran en la desgraciada humanidad desde entonces, desde que perdió la Sabiduría Primitiva, sujeta a esas tres maldiciones de Medea que se llaman el dolor, la enfermedad y la muerte, de los que no podremos redimimos hasta que a ella retornemos nuestros ojos pecadores...

Esquilo, el soldado glorioso de Maratón, Salamina y Platea; el iniciado vate o adivino de las Musas (de ad-divinum, "el que llega a la Verdad en alas de la santa inspiración de las Musas", otra de las formas augustas de la protección jina), ya hubo de revelámoslo, a costa de terribles peligros, en los 80 trabajos poéticos que consagró a estas cuestiones y de los cuales sólo muy contados, y no de los mejores, han llegado hasta nosotros. El Prometeo encadenado canta a esos excelsos renunciadores y caídos, caídos por el inaudito sacrificio de haber dado mente a los hombres, que es mucho más aún que darles la vida, robando a los cielos jinas el Sacro Fuego del Pensamiento, sin el cual no habría aún salido la humanidad de ese triste estado irracional en el que aún yace ¡ay! una gran parte del humano rebaño. Pero el santo don todavía siguió y sigue menospreciado, y lo que es peor, envilecido. De aquí las demás tragedias del desafiador de los dioses; de Sófocles el entronizador de los héroes, y de Eurípides, el adulador cruel de las pasiones del hombre. El primero, con sus sublimidades verdaderamente deificas; el segundo, con sus idealismos solemnes, y el tercero con su realismo desolador, en triste hora heredado luego por todos los pueblos europeos, que bebiesen las últimas heces de aquel período funesto de la decadencia griega con dorada máscara, semejante al blanqueo de los sepulcros, que diría el Evangelio...

Electra, la mejor, tragedia de Sófocles, aún guarda el eco del terrible karma de aquellos griegos pecadores que habían profanado el tesoro calcídico del Vellocino de Aetes y su Aeb-Greine, o "bendita tierra jina prometida, para (después de la tragedia de Jason y de Creusa, la hechicera corintia, o "Mala magia de Moetis") comenzar a vivir otra tragedia, la de Agamemnon (de aga, agua, y Memnon, el culto isíaco o jina, importado de Armenia más que de Egipto), muerto infamemente por Egisto, el monstruo humano nacido de la locura de Edipo con su propia madre Io-casta (la siempre virgen y a-sexual Io). Asesinado así el héroe, hermano de Menelao, por el amante criminal y la infiel esposa Clitemnestra (de no escribible etimología), Orestes, otro héroe hijo del héroe y de esta última, se hace llevar a la presencia de los infieles, "como si estuviese muerto" (estilo altamente iniciático y conservado hasta el día con otro ropaje mítico-hebraico en una institución bien conocida), y, con su feroz venganza sobre ellos, continúa la serie de los horrores y maldiciones de los Atrídas, horrores ¡ay! continuados bajo una u otra máscara hasta nuestros propios días... La tragedia sigue y sigue con las luchas de entrambas magias: la jina o Blanca de la vieja Cólchide aria, de Tideo, Copaneo, Anfiarao, Hipomedonta, Partenopeo y Adrasto, contra la subhumana o Negra de Cadmo, Polidoro, Labdaco, Lago, Iocasta, Edipo, Eteocles y Polinice, que tienen por teatro a Mesina, Argólida y Arcadia. El león de Nemea y el jabalíde Calcedón hacen de las suyas como antaño, salvándose sólo Adrasto. Y la tragedia eterna de aquella gran caída comenzó con la tan decantada por los bardos anteriores a Hornero, o sea con la muerte de Pélope por su padre Tántalo y de Dánae por Acrisio (el de las Acrópolis), con la terrible venganza de Perseo, el nieto, "Y los ultrajes de Tieste sobre la mujer de Abreo, obligados precedentes de la dicha de Agamemnon, tiene su epílogo en esotro robo de Helena, mujer de Menelao de Esparta por París, el hijo de Príamo de Troya, inmortalizado por Hornero el ciego en las 24 rapsodias de su Ilíada, y en el que, tras el suceso histórico de la destrucción de Troya, hay que leer otro eterno simbolismo, semejante al que brota del primitivo Ramayana, y en el que se roban las ideas iniciáticas (representadas por las cautivas Helena, Criseida y Briseida) , para profanarlas con nuevos cultos antropolátricos... Los tres gritos de Aquiles ("voz del que clama en el desierto") son oídos en el mundo entero, sometido ya por siglos, no a la protectora tutela jina de los dioses, sino a la tiranía de las Aves de Aristófanes intermediaria usurpadora, al par, de los derechos de éstos sobre la Humanidad y de los anhelos filiales de éstos hacia aquéllos, que tal parece el sentido ordinario del célebre poema dramático, aunque tenga el otro sentido oculto y contrapuesto, a base de los mismos héroes, Evélpides (o "buena esperanza") y Pistero ("buen amigo o guía") quienes logran así edificar sobre el propio aire sus encantados castillos de la Nefele-cocigia jina.

¿A qué seguir, si estas cosas, para ser debidamente estudiadas, necesitarían la vida entera de muchos sabios y los cientos de volúmenes de una Biblioteca? Con lo apuntado en el presente capítulo, el intuitivo tendrá lo bastante para presentir, a través de las brumas de la Historia, "la Silenciosa Verdad", esa nota augusta que todo hombre sabio, es decir, inteligente al par que bueno, llega al fin a oír, y a la que se refiriera H. P. B. cuando dijo:

"Las secretas doctrinas de los magos, de los pre-védicos buddhistas, de los hierofantes egipcios de Thoth o Hermes y de los adeptos de cualquier época o país, incluyendo a los cabalistas caldeos y a los nazars judíos -dice con su habitual lucidez de mágica vidente- eran idénticas desde el principio, y encerraban todas la misma verdad. Pero cuando empleamos la palabra Buddhistas no pretende mas significar por ella ni al Buddhismo exotérico instituído por los secuaces de Gautama Buddha, ni a la moderna religión búddhica, sino a la filosofía secreta de Sakyamuni, la cual era idéntica en su esencia a la antigua Religión-Sabiduría del Santuario: el Brahmanismo, las tres Religiones troncales del planeta, que en el fondo no son sino una sola: AQUÉLLA.

"Y los poseedores, los custodios, de tamaña Verdad, existen en todas las regiones del Planeta y en todos los tiempos, según hemos podido colegir de las diversas referencias que han saltado aquí y allá en las páginas de este modesto libro.

"Pero ellos están ocultos a las infantiles pesquisas de los profanos, en esos "rincones especiales que la Naturaleza guarda para sus elegidos, y donde conservan el Espíritu de Verdad como nuestros primeros Padres, los de la Edad de Oro, le tenían."

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