CAPÍTULO XXII. "JINAS" Y TROGLODITAS

La reciente Exposición de Arte prehistórico español. - Orientaciones equivocadas. - El fósil-tradición y el fósil hueso. - Transgresiones de la ley del Espacio y la del Tiempo. - La Humanidad despertó para el Arte muy antes de la llamada época paleolítica. - La Edad Terciaria, que la precediese, conoció la gran cultura de la Atlántida. - Los paleolíticos europeos vinieron a Europa de fuera. - Eran ellos atlantes y post-atlantes en plena decadencia. - Enseñanzas de H. P. B. - ¡Hombres primitivos, unos consumados artistas! - Ya los hipogeos jaínos de India y Egipto primitivos estaban en su auge al comenzar el arte paleolítico de Europa. - Los jaínos excavando como gigantes y labrando como joyeros sus pasmosas criptas, conviviendo con los negroides paleolíticos, como nuestra civilización actual convive con otros pueblos africanos atrasadísimos. - Elefanta, Karli, etc. - Esculturas rupestres. - Cómo la Ciencia-Religión atlante se hizo secreta. - El neófito, tras su iniciación, nada de la cueva como de una segunda matriz. - Las pruebas de la tierra, el agua, el aire, el fuego y la mujer. - Es imposible apartarse de la idea de la continuidad religiosa, si se quiere juzgar bien de las pinturas trogloditas. - Los bisontes de Altamira no son sino un simbolismo más de la Ternera sagrada de Parvadi, o sea de nuestra Madre Tierra, que era redonda para los iniciados antiguos, igual que para nosotros. - Las pruebas de este aserto, multiplicables indefinidamente, están en nuestro libro De gentes del otro mundo. Desdoblamiento astral del candidato en la gruta. - Yuxtaposición inextricable de muchas de dichas pinturas. - ¿Pinturas inconscientes, o pinturas de lo astral7 - Enlace de todas estas cosas con mil detalles de nuestra Biblioteca. - Los ogam craobs, las runas, la Peña-Tú, etc., etc. - Cómo tras todo esto el intuitivo puede adivinar la proximidad del debatido mundo de los jinas.

Los problemas que venimos estudiando han adquirido gran actualidad con la reciente Exposición de Arte prehistórico español, ordenada por la Sociedad española de Amigos del Arte. Mas, por desgracia, como sucede siempre por nuestro triste karma europeo, las orientaciones que se empieza a imprimir a tan obscuros problemas van, a nuestro juicio, mal encaminadas, hasta el punto de que juzgamos necesario dar la voz de alarma, sin perjuicio de que les concedamos más detenido estudio otro día.

Desde luego, se ha tomado una base falsa para alzar la futura ciencia de la paleontología humana: la de limitar el problema a Europa, mejor dicho, a España y Aquitania francesa, como si estas dos zonas fuesen las únicas en el mundo de la prehistoria; es decir, casi como si ellas hubieran sido la cuna de la humanidad paleolítica o su capitalidad al menos. Por otra parte, e imbuídos los investigadores por el nefasto prejuicio positivista, buscan, ciegos, el fósil-hueso -perdónesenos el pleonasmo-; buscan, ciegos, decimos, por cerrar voluntariamente los ojos ante el fósil-tradición y el fósil-historia, que son también "restos" y restos siempre vivos. Con ello, pues, se cometen a la vez dos gravísimas faltas: la primera, contra la ley del Espacio, que afecta a todo el planeta, no a España y Aquitania tan sólo, con cada hecho terrestre, histórico o prehistórico; la segunda transgresión, contra la ley del Tiempo, que es ley de no interrumpida continuidad a lo largo de los siglos, y más en lo religioso, en lo mítico, y en lo mágico, como es todo esto; ley harto demostrada por la arqueología, quien halla siempre el templo cristiano sobre las ruinas de mezquitas y sinagogas; éstas y aquél sobre lugares santificados antaño por el templo ibérico, el dolmen, el rath, el menhir, etc., por aquello mismo que ya indicara San Agustín cuando dijo que "el Cristianismo -y en general toda religión- es una forma nueva de una Religión eterna". ¡Eterna en el espacio, en el tiempo y en la conciencia! ¡Eterna en la continuidad, verdadero hilo de Ariadna que nos permite remontarnos con pie seguro desde lo reciente hasta lo antiguo y desde lo antiguo a lo prehistórico!

No censuramos la noble conducta de los investigadores, que, extraviados en el punto de partida mismo de su investigación, la comienzan por el hueso o la pintura que encuentran. Es una loable marcha analítica; pero ellos, si son sinceros, tendrán que convenir en que no tienen derecho a hacer las prematuras síntesis que ya diseñan, sin contar previamente con los otros fósiles vivos que arriba apuntamos y sin partir lógicamente del hecho histórico-religioso conocido al prehistórico desconocido, como vamos a intentarlo nosotros. Además, empiezan siempre sentando un primer aserto absolutamente    gratuito: el que reflejan las mismas palabras de entrada del catálogo-guía de aquella Exposición, donde se dice: "Por el propósito de ofrecer reunido, aunque en copias, el Arte prehistórico español y no la arqueología prehistórica, nada se expone de las primeras edades, a saber: la pre-chellense, chellense, acheuliense y munsteriense, todas las más antiguas del paleolítico, el llamado PALEOLÍTICO INFERIOR. El hombre del paleolítico superior o más reciente, de la raza llamada - de Cro-Magnon y de la propia especie "Homo sapiens" del hombre del día, despertó a la inspiración artística desde un principio y en forma que hace pocos años nadie podía sospechar. Ese primer despertar de la Humanidad para el Arte en cuanto a lo pictórico..."

A fuer de hombres de estudio no podemos pasar por estas últimas frases. No. La Humanidad no despertó para el Arte ni en el paleolítico superior ni en esos períodos siquiera del inferior, todos de la Edad Cuaternaria, por la sencilla razón de que muchos siglos antes de la edad de los glaciares, o sea en los tres períodos eoceno, mioceno y plioceno de la Edad Terciaria, ya existió la civilización de la Atlántida, cuya catástrofe final, relacionada con grandes cambios del polo terrestre u otros fenómenos astronómicos, terminó precisamente con esta edad paradisíaca) de la que la tradición religiosa universal nos habla, dando comienzo a la triste y fría Edad Cuaternaria. Es verdad que el fósil-hueso no lo ha demostrado todavía; pero el fósil-tradición lo tiene archidemostradísimo, y en semejante discrepancia fundamental se impone al menos el suspender el juicio.

La maestra H. P. B., en la sección V, parte III del tomo II de La Doctrina Secreta) nos plantea el problema en estos términos:

"Al estudiar los problemas de la prehistoria, surge la pregunta relativa a quiénes eran esos hombres paleolíticos de la época cuaternaria europea. ¿Eran, acaso, aborígenes, o producto de alguna inmigración que se remonta al pasado desconocido? Esto último es la única hipótesis sostenible, ya que todos los hombres de ciencia están de acuerdo en eliminar a Europa de la categoría de "cuna posible de la Humanidad". ¿De dónde, pues, emanaron las diversas corrientes sucesivas de estos hombres primitivos? Los primeros hombres paleolíticos de Europa -acerca de cuyo origen nada nos dice la Etnología, y cuyas mismas características nos son tan imperfectamente conocidas- eran de troncos puramente atlantes y áfrico-atlantes. Como dice Southall (Epoch of the Mammouth), "los cazadores paleolíticos del valle del Somme no tuvieron origen en aquel clima inhospitalario, sino que vinieron a Europa desde más apacibles climas." La Europa, en la época cuaternaria, era muy diferente de la Europa de hoy, pues que se hallaba entonces en mero proceso de formación y estaba unida a la que ahora es África septentrional por un brazo de tierra que se extendía a través del presente estrecho de Gibraltar, constituyendo el África del Norte, por decirlo así, una prolongación de la España actual, al paso que un vasto mar llenaba la gran depresión sahariana. De la dilatadísima Atlántida, cuya masa principal se hundió en la Edad Miocena, sólo quedaron las dos grandes islas de Ruta y Daitya, con algunas otras pequeñas. Así, el tronco humano, genuinamente atlante, del cual eran en parte descendientes directos los hombres de gran estatura de las cavernas cuaternarias, inmigraron en Europa mucho antes del período glacial, o sea en épocas tan remotas como la pliocena y aun la miocena de la Edad Terciaria. Los pedernales miocenos, labrados, de Thenay, y los rastros del hombre plioceno descubiertos por Capellini en Italia, lo atestiguan. Dichos colonos eran degenerada progenie de la que fuera antaño gloriosa raza de los atlantes, raza cuyo ciclo había empezado a decaer desde el período eoceno en adelante. La conexión que con los atlantes tuvieron los antepasados de los hombres que habitaron las cavernas paleolíticas se atestigua por la exhumación en Europa de cráneos fósiles que se asemejan mucho al tipo caribe de mexicanos y peruanos; ¡un misterio, verdaderamente, para cuantos rehúsan sancionar la "hipótesis" de un continente atlante anterior que sirviese de puente a través de lo que es ahora mar! ¿Qué debemos pensar también del hecho de que mientras De Quatrefages señala a esa "raza magnífica": los hombres de elevada estatura de las cavernas de Cro-Magnon y guanches de Canarias, como representantes de un tipo, Virchow relaciona de un modo semejante a estos últimos hombres con los vascos? Por su parte, Retzius prueba asimismo la relación de las tribus aborígenes americanas dolicocéfalas con estos mismos guanches. De este modo se van estableciendo más y más conexiones.

"En lo que respecta a las tribus africanas -otro retoño atlante modificado por el clima, etc.-, ellas hubieron de penetrar en Europa por la hoy zona hispano-marroquí que hacía del Mediterráneo un gran mar interior (como actualmente el Caspio). Muchos de estos europeos, hombres de las cavernas, eran razas hermosas, cual la de Cro-Magnon; pero, como era de esperar, el progreso no existió casi en todo ese vasto período, atribuído por la ciencia a la edad de la piedra labrada  . El impulso cíclico descendente de ellos pesaba enormemente sobre los troncos así trasplantados: los "íncubos" del karma atlante gravitaban sobre ellos. Finalmente, el hombre paleolítico dejó su puesto a su sucesor, desapareciendo casi por completo de la escena. En cuanto a la habilidad artística desplegada por los antiguos hombres de las cavernas, hace de la famosa hipótesis que los considera como aproximaciones del pithecanthropus alalus, un absurdo tal que no necesita de ningún Huxley ni de ningún Schmidt para evidenciado. Su misma habilidad en grabar no es sino una vislumbre de la vieja cultura atlante que, por atavismo, reaparece en ellos. No hay que olvidar, en fin (Atlantis, págs. 237-264), que Donnelly considera a la civilización europea moderna como otro Renacimiento Atlante análogo, a distancia de luengos siglos. El profesor André Lefevre (Philosophie Historical and Critical, parte 2ª. pág. 504) se pregunta, respecto de todo esto: ¿Se operó el paso de la época paleolítica a la neolítica por una transición imperceptible, o fué ella debida a una invasión de celtas braquicéfalos? No hay que olvidar que a la sazón el lecho del Océano se ha levantado: está completamente formada Europa, con sus típicas fauna y flora y domesticado el perro; empieza la época pastoril, entrándose en aquellos períodos de la piedra pulimentada y el bronce, que hubieron de sucederse con intervalos irregulares, cada vez más confusos y de más corta duración, que se enlazan unos con otros por medio de emigraciones y fusiones étnicas. Las primitivas poblaciones europeas interrumpen su evolución especial y, sin perecer, son absorbidas por otras razas, por decido así, por las olas de sucesivas inmigraciones que venían del África, acaso de una Atlántida perdida -cosa ya imposible por la distancia de tantos milenios como habían pasado desde la catástrofe-, y, en fin, de la prolífera Asia. De una parte vinieron los iberos; de otra, los pelasgos, ligures, sicanios, etruscos, etcétera, precursores todos de la gran invasión aria.

"Cuando se hacen declaraciones como las que preceden, los sabios se apresuran a exigir pruebas históricas, en lugar de legendarias, en apoyo de tales asertos. ¿Es posible el hallar tales pruebas? Sí, seguramente, porque es tal su abundancia, que resultan abrumadoras para todo pensador exento de prejuicios. Una vez que el estudiante de ocultismo se apodera del hilo conductor, puede encontrar tales testimonios por sí mismo. Presentamos hechos y mostramos caminos. Que el viajero los siga, ya que cuanto va dicho es muy suficiente para este siglo."

Estas pruebas históricas, en efecto, existen, porque vivos están aún los monumentos que las constituyen. Empecemos por ellos.

Los viajeros que, como Fergusson, han recorrido la India llenos de la consabida vanidad europea que a todo lo joven -hombre o pueblo- caracteriza, no han podido menos de quedarse pasmados ante el número, la riqueza y la antigüedad de los templos-hipogeos que visitaran; algunos, como los de Elefanta y Karli, verdaderas "capillas sixtinas del arte troglodita y rupestre" más prodigioso, con mucho mayor razón que nuestra pobre covacha de Altamira. Allí, en Karli, pudieron ver, por ejemplo, no ya "pinturas rupestres", sino "esculturas rupestres" colosales y templos subterráneos, labrados, a guisa de topos, "por innumerables generaciones" de hombres postatlantes, pero anteriores a nuestros degenerados negroides paleolíticos, gentes que, a lo sumo, convivieran con aquéllas, como hoy sus antecesores del África austral, con flechas y armas de piedra por todo equipo, conviven en el mismo planeta con Nueva York, Berlín, París y Londres, intransitables de automóviles.

A la manera como las casas ricas están exornadas de estatuas y de buenos cuadros, las de la clase media sólo de cuadros mediocres, y las de los campesinos con meras y aborrecibles estampas multicolores, o sin adorno alguno, todo lo que era opulencia en aquellos pueblos, era miseria a la sazón entre los paleolíticos europeos. La iniciación religiosa de los unos se operaba en aquellos regios hipogeos inacabables de Ellora, de Karli, de Nagon-Back, de Elefanta, o en esotros hipogeos artificiales de las Pirámides, sucesores de los del Alto Nilo que ahora empezamos no más que a medio conocer. La especie de iniciación ñániga, bhilísea   y de otros pueblos bandidos, que por las muestras debió operarse en el adytia de nuestras covachas con incultos cazadores paleolíticos -nietos degenerados de la civilización atlante, que no abuelos de la oriental ni de la egipcia- siempre fuera pobre de ideología como de medios, y está dada su clave con sólo examinar las pinturas recién descubiertas que nos lo patentizan.

Un examen comparativo de las grutas que ostentan pinturas paleolíticas nos demuestra que todo en ellas estaba dispuesto como para una iniciación. Desde luego, la situación de ellas era siempre lo más retirada e inaccesible que se podía encontrar, ora en los peñascos del picacho ora cabe las oquedades del cerrete sagrado -pirámide natural, luego imitada por la pirámide egipcia-, ora en el seno de la druídica selva misteriosa, llena de terrores supersticiosos, acaso por eso mismo. El sitio, además, solía ser sublime y pintoresco, cual lo suelen ser hoy todavía los de nuestras ermitas, revestidas algunas del prestigio milagroso de que las propias catedrales y basílicas carecen. A su secreto iniciático no se podía llegar tan fácilmente por el profano: los mismos apocalípticos terrores de la superstición popular los defendían. En cuanto al origen de semejante secreto, se nos dice en las tradiciones de La Doctrina Secreta que "durante la primera edad de la Atlántida el conocimiento religioso (vidya, gnana, gnosis) era propiedad de todos; pero al multiplicarse rápidamente el género humano, se multiplicaron también las idiosincrasias del cuerpo y de la mente, los que se debilitaron. En las mentes menos cultivadas y sanas arraigaron exageraciones naturalistas y sus consiguientes supersticiones. De los deseos y pasiones hasta entonces desconocidos nació el egoísmo, por lo que a menudo abusaron los hombres de su poder y sabiduría  , hasta que, por último, fué preciso limitar el número de los conocedore. Así empezó la Iniciación. Cada país impuso un sistema especial religioso acomodado a su capacidad intelectual y a sus necesidades espirituales; pero como los sabios prescindían del culto a simples formas, restringieron a muy pocos el verdadero conocimiento. La necesidad de encubrir la verdad para resguardarla de posibles profanaciones se dejó sentir más y más en cada generación, y así, el velo, tenue al principio, fué haciéndose cada vez más denso a medida que cobraba mayores bríos el egoísmo personal, hasta que, por fin, se convirtió en Misterio. Estableciéronse los Misterios iniciáticos en todos los países, y se procuró al mismo tiempo evitar toda contienda y error, permitiendo que en las mentes de las masas profanas arraigasen creencias exotéricas inofensivas, adaptadas en un principio a las inteligencias vulgares, como rosados cuentos infantiles..."

Y el sitio reputado por mejor para la iniciación paleolítica, como para tantas otras ulteriores, hasta llegar a la misma edad presente, lo fué la cueva, antro o gruta. Ella estaba lo más alejada del profano, lo más inadvertida para él y más inaccesible. Su casto ocultamiento en las piadosas entrañas de la Madre Tierra la ponía a cubierto de los agentes destructores naturales: sol, lluvia, viento, vegetación y rigores de temperatura, pues sabido es que en el seno de la gruta o mina la temperatura es más constante, la acción metamorfoseadora vegetal no tiene acceso, y todo hace de ella un verdadero retiro de los mundanales ruidos, que diría el clásico. Por otra parte, el antro, cueva o gruta respondía del modo más admirable a la divina ley de analogía que al Cosmos rige. En efecto; si todos hemos sido concebidos y hemos nacido en humana matriz, natural era que quien entraba profano en la gruta para luego salir iniciado de ella, naciese a la nueva vida superior de la iniciación de otra matriz o cueva, de la Madre Tierra, y así se le llamase "neo-fito", nuevamente nacido; tanto que los brahmanes de Oriente, fieles conservadores de este rito tradicional eterno, cuando han sido iniciados en el templo. hiPogeo de su culto, se denominan a sí propios desde entonces dwija, o "dos veces nacidos", cosa respecto a la que hay infinidad de alusiones en las propias Epístolas de San Pablo, iniciado también, como es sabido.

Por esto mismo, y en lo que permitía la Naturaleza o el Arte, el hipogeo originario oriental y egipcio primitivo (o de los tiempos terciarios), igual que el posterior hipogeo troglodita de los hombres paleolíticos, contaba con dos partes bien distintas: la primera, o de entrada para el profano, era estrecha. angustiosamente estrecha  , cual lo es originariamente la entrada o "vulva" femenina, y en esto precisamente consistía la prueba primera de la fortaleza de cuerpo y de espíritu del candidato, quien, aprisionado del modo más congojosísimo entre aquellas angosturas, sufría así la prueba de la tierra, prueba seguida bien pronto (Schuré, Los Grandes Iniciados; H. P. B., Isis sin Velo, etc.) de la prueba del agua, puesto que en ninguna de tales grutas solía faltar el lago subterráneo, lago en cuyas aguas, supiese nadar o no, tenía que lanzarse intrépidamente el candidato, cosa conservada también por todo el mito caballeresco, y recordada, en fin, por Cervantes en aquellas frases del capítulo L, parte primera, relativas al caballero que para dar comienzo a su gran aventura tenía que echarse de cabeza a un lago pavoroso:

"¿Hay mayor contento que ver como si dijéramos que aquí ahora se muestra delante de nosotros un gran lago de pez hirviendo a borbollones  , y andan nadando y cruzando por él muchas serpientes y dragones con otros animales feroces espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima que dice: "¡Tú, caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres alcanzar "el bien que tras estas negras aguas se encubre, muestra el valor de "tu fuerte pecho y arrójate en mitad de ellas!..., etc.?" Prueba que, una vez vencida por el candidato, le permitía llegar a los elíseos campos jinas de la iniciación que venía luego, tras otros no menos pavorosos rigores.

Tras las pruebas de la tierra y del agua, venía la del aire, a la que novelescamente alude -porque otra cosa no podía hacer- nuestra Maestra H. P. B., en el capítulo X de Por las grutas y selvas del lndostán, al describirnos sus aventuras y las del coronel Olcott en el hipogeo de Bagh. especie de antro troglodítico, entre los ríos Vagrey y lima, el más adecuado para una prueba semejante, pues que de él nos dice la escritora:

"Al modo de los demás hipogeos de la India, las cavernas de Bagh están talladas en el talud de la roca, cual si hubiese hecho gala con ello de cuanto es capaz la tenacidad del hombre. Diríase que sus arquitectos-ascetas no se propusieron más fin que el de exasperar a los infelices mortales que contemplasen las para ellos casi inaccesibles moradas. Tanto que, para remontar hasta allí, tuvimos que empezar subiendo setenta y dos como escalones labrados en la roca. Pero, ¡cuán recompensados nos vimos luego que llegamos a la cima!

Larga hilera de obscuras bocanas cuadradas, de unos seis pies de lado, se abrían misteriosas ante nuestros ojos, y, una vez dentro, quedamos sobrecogidos ante la sombría grandiosidad del solitario templo. Tras la cuadrada plataforma de la entrada se alzaba un pórtico, en el que se veía la imagen del elefante de Ganesha, y otra desmochada, imposible de identificar. Encendidas las antorchas, penetramos resueltamente más adentro. Un frío y húmedo hálito de tumba nos envolvía; el eco de nuestras palabras se prolongaba más y más por el ámbito de aquellas profundidades, hasta transformadas en extraños aullidos. Estremecidos, comenzamos a comunicarnos en voz baja nuestras impresiones, mientras que los portaantorchas se prosternaban, exclamando: "¡Devil ¡Devi!...", al comenzar su ferviente puja u oración en honor de la invisible diosa de las cuevas."

y después de describimos la grandiosidad de aquella nave central, de 84 pies de largo por 16 de anchura, especie de prehistórica Mezquita de Córdoba, H. P. B. continúa: "Fronteriza con la entrada se abre otra puerta que conduce a una estancia ovalada, con diosas y dioses tallados y de gran estatura. Más dentro viene una tercera estancia, tallada en la viva roca, y a la que está prohibida la entrada a todo profano no iniciado en los misterios de aquel verdadero Adytum (o camarín secreto). En torno de dicha estancia se abren hasta veinte celdillas, en una de las cuales el coronel Olcott halló un pasadizo secreto, por donde, por su angustiosísima estrechez, penetró a duras penas, y donde los supersticiosos portaantorchas se negaron a subir, aterrorizados. Una piedra movible, perfectamente disimulada en el muro de viva roca, nos permitió seguir el pasadizo secreto hasta remontar así, de cavidad en cavidad, hasta una cámara de aire tan enrarecido y mefítico que perdí el sentido, y tuvieron que sacarme, mal que bien, a punto de perecer. . ."

"Semejantes cámaras de irrespirable atmósfera de anhídrido carbónico, como aquella que nos refiere la Maestra, no faltan casi nunca en tales cuevas, aunque sólo sea por el fenómeno natural. ¡Son tan naturales e históricas todas estas cosas! Una de tales cámaras es la célebre "Oreja de Dionisio" italiana, Pero el que ello se deba a causas naturales no quiere decir que semejante circunstancia no fuese aprovechada, como la de la tierra y la del agua, para la tremebunda prueba que nos ocupa, y acaso en ella, o en otra subsiguiente, "la del fuego", el candidato perdía al fin el sentido, quedando en la adecuada situación de colapso y de pérdida de conciencia, al punto utilizada en la ceremonia ulterior, que era quizá la de más peligro psíquico, y que está descrita por un célebre viajero en hermoso pasaje de Isis sin Velo, relativo a "Las actuales iniciaciones entre los drusos del Líbano", que nos describe con vivos colores el capítulo VII, tomo II de dicha obra y en el capítulo "Kultur und liebe" de nuestro Árbol de las Hespérides,

Y aquí entra quizá toda la parte relativa a las debatidas "pinturas rupestres", sobre la que- tan a ciegas caminan, como de costumbre, nuestros doctos, por apartarse de la idea de continuidad religiosa, que debiera ser básica en semejantes investigaciones, En efecto, no hay sino examinar imparcialmente los célebres "bisontes" de la cueva de Altamira para convencerse de que tales animales no significan nada de lo que aquellos doctos han creído ser "representaciones de magia de caza", ni tampoco uno como emboutement hechiceril, o "trampa para cazar espíritus"  , según la peregrina frase de cierto profesor extranjero y sacerdote católico, muy bienquisto de los altos poderes con ocasión de otra de estas cosas; profesor tan bienquisto que se le acaba de otorgar, de Real orden, una cátedra universitaria, mientras que se les niega a hombres como nosotros, "¡por ser buddhistasl" -dicen-. ¡La fértil fantasía de esos sabios, que rechazan precisamente como fantástico todo cuanto no

cuadra a sus propios y sectarios prejuicios, les ha llevado a pensar que los primitivos paleolíticos y neolíticos soñaban así, por procedimientos mágicos de dentro de las cuevas, con "hechizar", "sugestionar" cándidamente a aquellos animales de su época para que tuvieran a bien el ser cazados! . . .

No. El "bisonte" de Altamira, ni es tal bisonte ni representa magia de caza alguna; como que es sencillamente uno de tantos símbolos arcaicos de la sagrada Vaca religiosa, símbolo que luego pasó al jainismo, al parsismo, al brahmanismo, al judaísmo y al mahometismo; la Vaca nutridora, la diosa Isis, en fin, o sea la Luna; mejor dicho, la ternera sagrada, su hija, es decir, la Madre Tierra que nos sustenta a todos con su ubérrima fecundidad de virgen impoluta, y aun, si se quiere, una variante anticipada del hipo-cántaro aristofanesco, aquel ser mitad caballo, mitad escarabajo que con su bolita de basura y todo -¡la bola de basura de la Tierral- admiramos en la comedia La Paz del clásico griego...

Para convencerse de ello no hay sino contemplar la enorme, la simbólica y redondeada giba que llevan las pinturas de todos esos animales sagrados. Al modo mismo que los pueblos greco-latinos representaron al gigante Atlas -es decir, al símbolo de la raza atlante, precursora de la aria- llevando el globo terráqueo sobre sus espaldas, los paleolíticos representaron la esférica masa del globo terráqueo cargando sobre los lomos o espaldas de la dicha Vaca. Con ello nos daban simbólicamente dos cosas, a cual más sugestiva: Una, la redondez de la Tierra, que era uno de los secretos del santuario, secreto por cuya revelación se vieron castigados en Grecia Anaximandro, Esquilo y quizá Sócrates mismo. Otra, la del carácter "animal" de la Tierra misma, como uno de tantos "seres vivos" de la gran familia celeste, esa excelsa "familia" que tenía otros doce animales sagrados en el Zodíaco -Aries, el cordero; Tauro, el toro; etc.-, y cien más en las restantes constelaciones del cielo: la Serpiente, el Lobo, el Centauro, el Cisne. . .

Si para corroboración de estos asertos fuésemos a consignar cuantos millares de testimonios nos aporta el estudio de las religiones comparadas, tendríamos que empezar reproduciendo aquí el texto entero de nuestro libro De gentes del otro mundo, todo él a la Sagrada Vaca consagrado, y cuyo resumen, en lo que afecta al detalle que nos ocupa, está dado en el párrafo que dice: "Hay que repetido una y mil veces. La contraposición entre la idea religiosa de los primitivos arios, que se dice eran de raza solar, y los arios degenerados (brahmanes y semitas, tanto asiáticos como europeos) , que son la raza lunar o inferior y la de la despreciable raza terrestre (mlechas o "esclavos de sus pasiones") , estriba precisamente en todo lo relativo a la VACA SAGRADA; fuente extraña de altas revelaciones, para los primeros, y blanco luego de todo odio y de todo sacrificio cruento de la misma Vaca, para los segundos,"

Quien ignore esto, ignora de hecho la historia entera religiosa. Si no, que aquilate y apure estas sintéticas referencias: 1ª-, el dios jano-Saturno, greco-romano, baja a la tierra desterrado por su hijo Io-pithar, o júpiter, y con la domesticación del toro y de la Vaca, que unce a su arado Triptolemo, enseña a los hombres la agricultura; 2ª-, estos misterios de jano-Saturno son los mismos Misterios parsis del Toro de Mithra, de nuestros Taurobolios emeritenses y antes de aquella especie de "corrida de toros" con la que, según el Timeo de Platón, terminaban sus asambleas religioso-políticas los diez reyes de la Atlántida; 3ª.-, los mismos Misterios eran igualmente los del sagrado Buey Apis, egipcio, tanto que el "bisonte" altamirano no es sino un sucesor, o, si se quiere, un precursor del Buey Apis mismo; 4ª.-, el divino Siddharta Sakya-Muni, cuando se retiró al desierto antes de lanzarse a la predicación, vivió alejado del mundo durante dos años, según la leyenda sustentada "de la leche de la vaca"; es decir, que se inició en los Misterios de ella; 5ª.-, es tan sagrada la Vaca religiosa entre los brahmanes, que todo pecado, por enorme que sea, puede ser lavado, purificándose el pecador con los cinco productos de ella; 6ª.-, igual concepto de absoluta purificación por la Vaca se ve en la sura II del Corán, casi por entero consagrada a aquélla; 7ª-, el sacrificio de la Vaca y la Ternera -en odio simbólico, por supuesto, a las arias religiones de la V ACA- constituye la base fundamental de todo el ceremonial religioso que leemos en el Pentateuco, muy especialmente el relativo a la iniciación de los levitas o sacerdotes (Éxodo, XXIX, y Números, XIX) ; 8ª.-, ese mismo sacrificio se conserva hoy en todos los pueblos tocados de semitismo, como el marroquí, y ese mismo constituye la raigambre ocultista de nuestras bárbaras e inabolibles corridas de toros; 9ª.-, vemos, en fin, alusiones más o menos directas a la Vaca y a la Ternera sagrada en cuantas etimologías vaqueiras van consignadas en los dos tomos primeros de esta Biblioteca, e igualmente en la Vaca astral de los sadhus o saduceos indostanos; en el Boyero celeste de nuestra Astronomía; en la Vaca a que se alude tan extrañamente en múltiples pasajes de Las mil y una noches; en el Toro de San Marcos y la Vaca del Portal de Belén; en las Vacas del Sol y Bueyes de Gerión, culto iniciático atlante que se dijo robado por Hércules; en la Ternera de Paruadi; en las Vacas de Faraón; en el Bos griego, latino e ibero; en la Ka-ba del Corán; en la Vaca del Manava-Dharma-Sha5tra; en el Buey delMaha-Deva; en el Becerro de Oro de Aarón; en el Toro de Ormud, y, en fin, dondequiera que haya una religión, es decir, dondequiera que haya hombres... ¡Tal es, pues, nuestro amable bisonte de Altamira; un respetable buey ;\pis más de cuantos en el mundo han sido, pese a los escrúpulos de nuestros paleontólogos del hueso-fósil de Cantabria o de Aquitania, no del hueso-tradición, que no pueden roer todavía, por lo visto!

Volvamos a la interrumpida iniciación troglodita de nuestros viejos paleolíticos.

Dejamos a nuestro neófito desmayado y sin sentido, por efecto de las terribles pruebas de la tierra, el agua, el aire y el fuego, pasando por alto otra relativa a la mujer, prueba no menos tremebunda. Desdoblado, en términos técnicos sea dicho, el candidato, como se desdobla su cuerpo astral del físico con el cloroformo y otros hipnóticos, su astral o su doble era conducido a la parte más honda y secreta de la iniciática caverna, al camarín o adytia donde hoy encontramos las pinturas. Allí se le daba por magia una de esas escenas de videncia astral, que quien, como yo, las ha tenido, no llega a olvidarlas nunca, porque son el más fiel trasunto del Walhalla nórdico, el Amenti egipcio, el Devachán hindú, el Cielo de Indra, el Paraílio de Mahoma, en plena luz astral y, ¡por supuesto!, sin postizos sensualismos. Semejantes escenas de magia, por otra parte, quedaban de tal manera impresas en el cerebro físico del candidato, que, para no perderlas, más de una vez hubo de intentar el reproducirlas allí mismo... ¡Por eso las rocas que ostentan hoy tales apuntes pictóricos o estilizados, al modo de los que toman "sobre el terreno" todos los artistas, se nos presentan con esa yuxtaposición sucesiva y caótica, ese trazar y borrar concatenado que se practica, por ejemplo, en las pizarras de examen por los alumnos! ¿Quién no ha visto, efectivamente, en tales pizarras el gráfico, verbigracia, del teorema de Pitágoras, sobre la esfumada ecuación de segundo "grado, y bajo una o cien fórmulas sucesivamente trazadas y luego mal borradas por los alumnos que han ido desfilando ante ellas? Pues eso mismo, ínterin no viene una explicación mejor, es lo que nos parecen a nosotros esos espléndidos lienzos de roca, como el clásico de la Caverna de San Román de Candamo, donde, sobre las ancas de un ciervo, pongo por caso, cae la cabeza de un bovino, que a su vez se ve medio borrado por otros y otros, hasta hacer de la rocosa superficie una como pizarra de examen, un verdadero palimpsesto, como aquel que hiciera descubrir tras una escritura monacal del medioevo nada menos que el célebre Breviario visigótico de Anniano o Código de Alarico.

Además, en semejantes superficies de las pinturas trogloditas, por ejemplo, en la de la Cueva de San Román, de Candamo, bien pudo cumplirse una de las leyes del inconsciente o el semiconsciente humano. ¿Cuántas veces todos nosotros, sentados en el banco del paseo solitario o cabe el peñasco de la playa, no hemos dibujado al azar sobre la arena, con la punta del bastón o del paraguas, caprichos, extravagancias, nonadas de aquellas cosas que precisamente preocupan nuestra imaginación, es a saber: el estudiante de matemáticas, sus gráficos geométricos; el enamorado, el nombre de la amada, enlazado con el suyo propio en los más caprichosos arabescos; el dibujante, sus apuntes, que tanto tienen siempre de "rupestres" o de "trogloditas", y el distraído, en fin, los más absurdos trazos "rectos, curvos, sinuosos y de absurda concepción de quien, entre tanto, sueña? ¿Por qué, pues, no ha podido acontecer lo mismo con el candidato a la iniciación en los largos momentos angustiosos y aburridos que preceden a todo examen? Lo que el desocupado dibuja sobre el mármol del café, y el chiquillo sobre el blanco muro del edificio, a quien afea con sus toscos y elementarios mamarrachos, o el grosero, en fin, sobre ciertos sitios que excusado es nombrar, bien puede corresponderse hoy con aquellas pinturas primievales con las que, "en magia de caza", soñaba inconsciente el troglodita con cacerías como las de sus anhelos, llenas de peripecias emocionantes, sin que tratase de realizar con ello, nunca, el embrutement, la sugestión necromante de futuros animales a los que cazar después.

Cabras, renos, ciervos, rebecos, caballos, osos, aves, peces, etc., pudieron así mezclarse con signos de contabilidad, con diseños de elementales de lo astral, que decimos los teósofos y cabalistas, con damas en danza prehistórica, aún conservada en la llamada "danza prima" de Asturias y de infinitos otros pueblos, con toda clase de estilizaciones y pinturas, en fin, desde las que, con un estudio serio de pictografías comparadas se pasa insensiblemente a las runas en puntos y rayas u ogam craobs escandinavas e irlandesas (los tectiformes de los actuales paleontólogos); a las tarjas de primitiva contabilidad por quinquenas y veintenas (dedos de las manos y pies), que llevamos estudiadas en tantos lugares de esta Biblioteca; a los célebres itinerarios gráficos de la peregrinación azteca que aparecen en los códices mexicanos del Anahuac, y, para no cansar más, a los dioses mexicanos, con documentos tan elocuentes como el de la célebre Peña-Tú, que digan lo que quieran nuestros equivocados aunque bien intencionados doctos, no es sino un sol como los soles-dioses de México, una representación del divino Fuego primitivo, con las líneas sinuosas debajo como en todo el simbolismo primitivo, desde el signo Piscis astronómico, el nombre de María, el Mar, Isis, Maya o la Ilusión, hasta la mismísima letra eme de todos los alfabetos. que no es tampoco sino otro de los simbolismos del Agua, la contraparte femenina, la Luna, etc., etc....¡Casi es seguro, afirmamos, que dicha Peña- Tú, por algo así llamada, no es sino el dios Tu baal o Túbal, el mismo al que nuestra tradición histórica hace primer poblador, u "hombre guía" de España!

Por otra parte, en cacerías y danzas como las aludidas, no hay por qué no ver un efectivo precedente, por ejemplo, de las astrales correrías de Diana por los bosques celestes o jinas del mito mediterráneo, aquellas cacerías sin fin, aquellas bacanales en las que la diosa se enamoraba de sus elegidos y mataba a sus contradictores y émulos, los Endimión. los Narcisos, los Pastores} en cadena de mitos tras mitos, verdaderamente inacabable.

Por todo esto y mucho más, que cabría en un grueso libro, pero no en el breve capítulo presente, hay derecho a esperar que nuestros sabios, dando de lado a su consabido e injusto prejuicio al fósil-tradición, que sólo pueden mostrarle nuestros estudios teosóficos de religiones comparadas, entren de lleno en el estudio oriental, donde tienen las claves indispensables para formar un juicio completo acerca de lo que ignoran y buscan con tan pésima orientación como buenos deseos.

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