CAPÍTULO XVI. LOS "JINAS" Y SUS LAGOS SAGRADOS O INICIÁTICOS

El Fuego y el Agua en las Teogonías. - La estática y la dinámica del Agua, o sean los dos conceptos filosóficos de "lago" y "río". - Ampliación del concepto de "lago" en ley de teosófica analogía. - El lago y el río en la Tierra dan la base masculino-femenina para el sagrado jeroglífico de IO. - Las dos líneas sinuosas simbólicas de Acuario, inicial jeroglífica de la letra M, que. a su vez, lo es del gran nombre femenino en todas las Teogonías. - La "lacustre" cadena que liga filosóficamente a la fuente y al mar. - "Lago" es "inercia", "muerte", "descanso" y demás conceptos analógicos, como "río" es el concepto contrario. - Papel que "el lago" ha representado siempre en el mundo del Espíritu y en los Misterios iniciáticos. - Papel constante del "lago" en las divinas predicaciones de Jesús. - Los primeros discípulos son todos "pescadores".-La barca-símbolo de nuestro cuerpo en el proceloso mar de la vida.-El lago de Jenesareth, Jainesareth o Jina.-La fe en la p:llabra del Maestro. - Un pasaje "jina" de Ernesto Renán. - La Galilea de entonces y la de ahora. - La iniciática región superior del Líbano, según la princesa de Belgiojoso y sus metualís "jinas" adoradores del Fuego. - Idea general de los "Misterios de los Lagos Iniciáticos", hasta donde es posible colegir por los textos que poseemos.

De intento hemos dejado pasar en silencio en el capítulo que antecede todo lo relativo a los momentos más augustos de las predicaciones de Jesús en el lago de Genesareth. o "lago de los jinas". por su inmensa relación con "los Misterios del Reino de los Cielos". para poderlo tratar aparte aquí con todo el detenimiento que merece.

Después del Sol y su fuego, o sean sus vibraciones fecundas despertadoras de la vida en todos los ámbitos del planeta el agua, el elemento femenino terrestre. "la gran Madre o Vaca nutridora" es la base misma de la vida, simbolizada en todas las teogonías con mil nombres lunares: Io, Maya, Isis, Diana, Lucina, Ataecina, Calquihuitl y tantos más que en otro lugar pueden verse.  

Pero el agua, el elemento fluido sustentador de la vida, se nos presenta en la tierra bajo dos aspectos contrapuestos, mejor o peor definidos: el dinámico de sus corrientes y el estático de su siempre aparente paralización. Y decimos "aparente", porque nunca es más activa el agua que cuando se nos muestra en su fingida calma de la tranquila fuente, el tranquilo lago o el mar, pese a las borrascas de su superficie y a sus corrientes poderosas, siempre en sus fondos tranquilos.

Fijándonos, pues, sólo en este su engañoso estado de lacustre calma, advertimos, por de pronto, que el verdadero concepto de lago es susceptible filosóficamente de una ampliación de concepto por demás curiosa e instructiva.

En efecto. Desde la fuente más modesta que allá en nevada e inaccesible altura da nacimiento a uno de esos colosos fluviales que se llaman el Ienisei y el Ganges, en Asia; el Volga y el Danubio, en Europa; el Niger, el Congo y el Nilo, en África; el Mississipí y el Amazonas, en América, se puede pasar, por una gradación insensible, hasta el mayor de los mares, que es el Océano Pacífico, mediante el concepto típico de lago, concepto que estáticamente es el contrapuesto al concepto dinámico de río. Las aguas, en el primero, duermen; en el segundo se deslizan activas; en aquél han invadido extensiones mayores o menores de tierra, tendiendo constantemente hacia la forma circular en su superficie y a la hemisférica en su fondo, con arreglo a la conocida ley de máximos que hacen del círculo la mayor figura isoperímetra, y de la esfera, el mayor volumen entre los sólidos de igual superficie; en éste, en el río, en cambio, la tierra ha parecido quererle cortar su irresistible empuje, inmovilizándole como lago; pero él ha logrado saltar virilmente tales barreras, y, propendiendo a la línea recta como mínimo de las distancias, corre y corre hacia niveles inferiores, en los que, caso desfavorable, se ve obligado a formar lagos que detienen o templan por lo menos su marcha, acabando siempre, en caso favorable, por detenerse y perderse en ese "Lago de lagos" que se llama mar  .

Así, las aguas que se muestran en la superficie de la tierra nos ofrecen la más admirable alternativa de paralización y de marcha, de inercia y movimiento, de ahorro y de trabajo, de pralaya y de manvántara, de aparente muerte y aparente vida; y torno a decir "aparente", porque allí donde las aguas se nos antojan más muertas o estancadas, allí es donde por ley de correlación de fuerza dan lugar a más prodigiosa vida, como si el anterior movimiento "fluvial" de ellas se hubiese transformado alquímicamente, gracias a un eterno catabolismo, en el prodigioso movimiento vital e interno que suponen los millones y millones de pequeñas vidas o seres que el agua engendra al estancarse de un modo "lacustre", para correr rauda, ya como savia, sangre o linfa -"agua", siempre, al fin- en los infinitos "arroyos" y "ríos" de los vasos circulatorios de estos seres, vasos encargados de llevar a todas partes el impulso y el aliento animador o "alma" que mantiene sus vidas... ¡Un río estancado en lago, y productor de tantos billones de billones de ríos como seres nacen de él, ¿qué digo como seres?.., como vasos, fibras, nervios, etc., etc., puedan desarrollar tales micro-bios!...

Semejante sublimidad natural no es para cantada aquí por nuestra torpe pluma. La gallardísima de un Eliseo Reclus sería también pobre ante la maravilla singular de un flúido que se dice robado antaño por la Tierra a su madre la Luna cuando el primer Diluvio de las Teogonías, que señaló para aquélla el día de su nacimiento y para esta el de su muerte, pues que hubo de quedar desde entonces a hoy seca, muda, dislocada, despojada y fría, según ahora nos la muestran los más potentes reflectores.

Nuestro ánimo aquí no es, además, el de cantar semejantes misterios vitales, sino el de preparar así la referencia a un hecho, aún más excelso si cabe, a saber: el del papel que el lago ha jugado siempre en la génesis vital de ese otro mundo superior; el mundo del Espíritu y sus venerandas Iniciaciones, dentro de esa ley cósmica o de armonía que establece el más perfecto paralelismo de grandeza entre lo físico o terrestre, lo anímico o lunar, y lo espiritual, solar o divino, al tenor de la conocida distinción de Plutarco que en los primeros capítulos establecimos.

Empecemos para ello por el Cristianismo, como religión que nos es más conocida.

Es muy de notar ciertamente en el Evangelio el hecho de que en los momentos más admirables de la predicación de Jesús juegan el lago y el mar un papel extraño e importantísimo, a la manera de como le juegan también en todos los Misterios Iniciáticos de la antigüedad, de los que, como diría Pablo, la propia vida de Jesús era sólo misterio y figura. 

Para convencerse de ello, no hay sino echar una ojeada a la vida del Maestro:

El Evangelio, en efecto, nos dice que al empezar Jesús su predicación, fué a Cafarnaún, ciudad marítima de la Galilea, de la que el propio Isaías había dicho: "Pueblo que estaba en las tinieblas, vió una gran luz, y luz les nació a cuantos en sombra de muerte moraban en la tierra" (Mat., VI, 16). Yendo entonces el Maestro por la ribera del mar del lago, tomó como discípulos primeros a los pescadores Pedro y Andrés, "para hacerlos pescadores de hombres" (ibid., 19). Subiendo luego a una de las simbólicas alturas o montes de aquella adoración caldea tan censurada por el cretino positivismo judío, predicó sus divinas bienaventuranzas, suma y pináculo de la más celeste doctrina. Descendiendo después del "monte", o sea de la altura doctrinal, obró física. compasión con los hombres, curando por aquellas playas a infinitos enfermos, es decir, perdonándoles sus pecados en gracia a su fe (ibid., VIII). Seguidamente penetró en una barca con sus discípulos -barca-símbolo de nuestro propio cuerpo en el proceloso mar de la vida-, sobreviniendo la tempestad "mientras que Él dormía", hasta el punto de que aquéllos exclamaron, como exclamamos todos: "¡Señor, sálvanos, que perecemos!" A esto el Maestro les arguyó igual que diariamente desde nuestro corazón a nosotros: "¿Por qué teméis, hombres de poca fe?", y levantándose al punto mandó al mar y a los vientos que se calmasen, siguiéndose una gran bonanza, por lo que los hombres, maravillados, decían: "¿Quién es éste a quien así obedecen los vientos y la mar?" Pasando, en fin, "a la otra parte del lago", dos endemoniados le salieron de los sepulcros, y cuando estos malos espíritus, por orden de Él, se fueron a internar en la manada de cerdos, todos los de la ciudad, temiendo el brillo de la verdad eterna, clamaron rogándole que saliese de sus términos (ibid., VIII).

De nuevo vuelve Jesús a tomar el barco, y ya en tierras de su ciudad continúa sus milagros y predicaciones, no pocas de éstas, tales como la de la parábola del sembrador (ibid., XIII), pronunciada simbólicamente desde una nave también. Otra vez (ibid., XIV, 13), cuando el Bautista fué degollado, Jesús se retira en un barco "a un lugar desierto y apartado", es decir, al mundo jina, donde opera con la multitud el milagro de los cinco panes y dos peces, de los que comieron nada menos que cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, sobrando además doce cestos llenos de pedazos (ibid., XIV, 15-21). ,

En subsiguientes pasajes vemos que el Maestro embarca a los discípulos en la navecilla, ordenándoles pasasen a la otra ribera del lago de Genesareth o jainesareth -el simbólico lago jina, que diríamos nosotros-, al que les llevaba ya solos, como elegidos o discípulos, mientras que Él despedía a la gente -la gente profana y se retiraba solo a orar en el monte. Sobrevínoles, pues, la noche a los discípulos en medio de las ondas, como era natural al perder de vista la luz de su Maestro, y el viento -como todos los vientos que los elementos desencadenan siempre contra los buenos y sus nobles obras- les era contrario. "Mas a la cuarta vigilia de la noche vino Jesús hacia ellos, andando sobre el mar. Cuando así le vieron llegar hasta ellos sin sumergirse en las olas, se turbaron, "temiendo fuese un fantasma", y llenos de miedo comenzaron a darle grandes voces. Jesús les habló al mismo tiempo, diciéndoles: "¡Tened buen ánimo y nada temáis!", y Pedro, entonces, le dijo lleno de fe: "¡Señor, si eres tú verdaderamente, mándame que vaya a ti sobre las aguas!" A lo que el Maestro le contesta: "¡Ven!" Y bajando Pedro del barco -continúa el texto-, andaba también sobre las aguas, para llegar a Jesús; mas viendo el viento recio, tuvo miedo. y como empezase a hundirse, clamó diciendo: "¡Valedme, Señor'" Jesús entonces. extendió su mano, trabó de él, y le dijo: "¿Por qué dudaste, hombre de poca fe?"   Luego que entraron en el barco cesó el viento, y los que dentro estaban adoraron a Jesús, diciéndole: "¡Verdaderamente, Hijo de Dios eres!" Y habiendo pasado a la otra parte del lago, fueron a la tierra de Genesar -]ainesar, ]ainazar, o región de los jinas, que nosotros diríamos asimismo-. donde los hombres de aquel lugar, así que le reconocieron enviaron por toda aquella tierra y le presentaron a todos cuantos padecían algún mal, y le rogaban que les permitiese tocar tan sólo a la orla de su vestido." (ibid., XIV, 22-36).

Quien con Renán o con Strauss se haya tomado la molestia de estudiar a fondo los sinópticos, o sean los primitivos Evangelios de Mateo, Marcos y aun Lucas, amén de muchos otros de los setenta y dos llamados "apócrifos", no dudará de que ellos, ante todo, se han inspirado en las más arcaicas tradiciones galileas para dar adecuado marco a las poéticas descripciones de la vida de Jesús. Por eso aquel autor ha podido decir con pluma inimitable: "La antigua palabra "paraíso", que el hebreo, como todas las lenguas de Oriente, había tomado de la Persia, y que en un principio sirvió para designar los parques de los reyes aqueménidas, resumía en aquella época el sueño de todos, la quimérica aspiración universal. ¡El Paraíso!... ¡El jardín delicioso donde se continuaría para siempre una vida llena de encantos inefables! ¿Cuánto tiempo duró aquella embriaguez? Se ignora. Durante el curso de aquella mágica aparición, nadie midió el tiempo, como nadie mide la duración de un éxtasis. El vuelo de horas las dejó en suspenso: una semana fué como un siglo. Pero, ya durase años o meses, aquel ensueño fué tan hermoso, que, después de él, la humanidad ha continuado viviendo de su recuerdo, y todavía es su debilitado perfume nuestra única y suprema consolación. Nunca al pecho humano dilató un gozo tan puro ni tan inmenso. En aquel esfuerzo, el más vigoroso que haya hecho la humanidad para elevarse sobre el barro de nuestro planeta, hubo un momento en que olvidó los lazos de plomo que la ligan a la tierra y las angustias de la vida. ¡Feliz el que entonces pudo ver la luz de aquella divina aurora y participar siquiera por un día de aquella ilusión- mágica y sin igual! Pero ¡más dichoso todavía -nos diría Jesús- el que, libre de toda ilusión, reproduce en sí mismo la aparición celeste, y sin ensueños milenarios, sin paraíso quimérico, sin otro móvil que la rectitud de su voluntad y la poesía de su alma, sepa crear de nuevo, y por sí solo, el verdadero Reino de Dios en su propio corazón!... "

Sigue luego Renán trazando el marco jina de la Galilea de entonces, al recibir la doctrina iniciática del Divino Maestro, diciendo: «El hermoso clima de Galilea convertía la existencia de aquellos honrados pescadores en delicioso y perpetuo encanto. Todos eran ignorantes en extremo, débiles de espíritu y creyentes de espectros y apariciones. Sencillos, buenos, dichosos, blandamente mecidos por las cristalinas ondas de un mar en miniatura, o bien arrullados por el oleaje mientras dormitaban sobre el césped de sus risueños bordes, aquellas familias de pescadores preludiaban, a no dudarlo, el Reino de Dios... Difícil es, en efecto, el figurarse el encanto, la embriaguez de una vida que de ese modo se desliza a la faz del cielo; el robusto y dulce entusiasmo que infunde en el alma el continuo contacto con la Naturaleza, y los sueños de aquellas noches pasadas bajo la inmensidad de la azulada bóveda al trémulo fulgor de las estrellas. En otra noche semejante fué cuando Jacob, apoyada la cabeza sobre una piedra, leyó en los astros la promesa de una posteridad innumerable, y vió la escala misteriosa por la cual iban y venían los Elohim!- entre los cielos y la tierra. En la época de Jesús, el cielo continuaba abierto, y la tierra no había sido profanada. Las nubes se entreabrían aún sobre el hijo del hombre, y los ángeles subían y bajaban, sirviéndole de mensajeros. Las visiones del Reino de Dios se 'hallaban en todas partes, puesto que el hombre las abrigaba en su propio corazón. La mirada tranquila y dulce de aquellas almas sencillas contemplaba el universo en su origen ideal; quizá el mundo mismo descubría sus misterios a la conciencia divinamente lúcida de aquellos seres dichosos, cuya pureza de corazón les hizo merecedores un día de ver a Dios... Aquello era el advenimiento a la tierra del consuelo universal: «!.Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el "reino de los cielos; bienaventurados los que lloran, porque ellos "serán consolados; bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra; bienaventurados los que tienen hambre y sed de "justicia, porque ellos serán saciados; bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia; bienaventurados "los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios; bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos "es el reino de los cielos!..."

Y para contraste con aquella Galilea feliz, he aquí, en fin, según el mismo Renán, el cuadro de la Galilea de hoy arrastrando penosamente el karma de su escepticismo y su dureza. 

"En aquel país, cuya vegetación era tan rica antaño que a Josefo le pareció casi milagrosa; en aquel país, donde la Naturaleza, según este historiador, había reunido las plantas de los climas fríos, las producciones de las zonas ardientes y los árboles de las latitudes templadas, cargados todo el año de flores y de frutos; en aquel país, en fin, que antes parecía un edén, ahora se calcula con veinticuatro horas de anticipación el sitio donde podrá encontrar el viajero un asiento de césped y un árbol cuya sombra proteja su desayuno. El lago está convertido en un desierto. Una sola barca, medio desvencijada, surca hoy aquellas linfas silenciosas, tan llenas de vida y de alegría en otro tiempo. Sólo las aguas son todavía puras y transparentes. Las riberas, formadas de rocas o de menudos guijarros, se parecen más bien a las de un mar en miniatura que a las de un lago como el de Hulch. Son limpias, nada fangosas, y el tenue y cadencioso movimiento de las olas las bate siempre en el mismo sitio. Vemos aquí y allá pequeños promontorios cubiertos de laureles de Alejandría, de tamariscos y de espinosos alcaparros. Próximos a la salida del jordán, junto a Tiberiades, y en la orilla formada por la llanura de Genesareth, hay dos sitios poblados de embriagadores jardines, contra cuya alfombra de yerbas y de flores va a expirar el apacible oleaje de las aguas. El arroyo de Ain-Tabiga forma un pequeño estuario lleno de lindísimas conchas. Nubes de pájaros acuáticos cubren el lago. El horizonte ofusca la vista a fuerza de ser luminoso. Las aguas, profundamente encajonadas entre rocas abrasadoras, son de un hermoso azul celeste, y cuando se las observa desde la cumbre de las montañas de Safed, diríase que ocupan el fondo de una copa de oro. Al Norte, los barrancos nevosos del Hermón, destacando sus líneas blancas sobre el cielo; al Este, las elevadas y nudosas mesetas de la Gaulonítida y de la Perex, siempre áridas y envueltas en una atmósfera de fuego, forman una montaña compacta, o, por mejor decir, un inmenso y altísimo terraplén, que, a partir de Cesárea de Filipo, se prolonga indefinidamente hacia el Sur. El calor es ahora muy sofocante en las orillas del lago, el cual está a doscientos metros bajo el nivel del Mediterráneo, y, por consiguiente, participa de las condiciones tórridas del Mar Muerto. Este ardor excesivo se hallaba antaño templado por una vegetación exuberante... Sin duda allí, como en la campiña de Roma, hubo algún cambio de clima debido a causas históricas. El Islamismo, y sobre todo las Cruzadas, fueron los que asolaron como un viento de muerte la comarca favorita de Jesús. Aquella hermosa tierra de Genesareth estaba muy lejos de sospechar que su futuro destino había de salir del cerebro de quien tan prácticamente la paseaba. Peligroso compatriota, Jesús ha sido un personaje fatal para el país que tuvo el formidable honor de producirle. Codiciada la Galilea por dos. fanatismos rivales, y habiendo llegado a ser para todos un vivo objeto de amor o de odio, debía alcanzar por premio de su gloria el triste privilegio de ser transformada en un desierto."

He aquí otra descripción, debida a la princesa de Belgiojoso, acerca del misterioso anfiteatro del Líbano, ese recinto sagrado e iniciático de donde salen los tres ríos, Oronte, Jordán y Lita:

"Cuatro horas de camino a través de la planicie árida y abrasadora que separa el Ante-Líbano del Líbano, nos llevaron al otro día hacia Balbeck. El viaje fué penosísimo, dado que caminábamos bajo los rayos verticales del sol del mediodía, reflejados doquiera por los desnudos peñascos de las dos cadenas montañosas entre las que pasábamos y sobre el suelo rojizo, sin que un solo árbol se presentase a nuestra vista. No sé qué hubiera dado entonces por distinguir, cerca o lejos, esa, tinta dudosa del suelo que indica el paso a lo largo de las tierras, y alguna vez que otra, la proximidad de una corriente de agua viva a grandes profundidades. Pero no, no había que pensar en ello. No sabéis bien, lectores, cuán importante es el no permitirse semejantes fantaseos cuando tan ínfimas probabilidades se tienen de verlos realizados. Representaos, si gustáis, un cristalino arroyo, una verde pradera y una fresca sombra, mientras que camináis sobre áridos pedruscos y respiráis materialmente fuego, y el solos envuelve como en una atmósfera de plomo, propia de los mismos condenados de Dante, y al punto os veréis abandonados de todo vuestro valor, exhaustos de toda energía moral y de toda fuerza física. Una angustia suprema se apoderará de vosotros, a la que se agregará una impaciencia sin límites, que acabará poniéndoos al borde de la desesperación... Las proximidades de Balbeck, como las de Damas, aparecen, en cambio, fertilizadas por riquísimas corrientes de agua, que corren entre las delicias de un bosquecillo bellísimo, por encima de cuyos taludes se desarrolla el camino. No podíamos, materialmente, ir más allá, y dejando para mejor hora la visita a las ruinas, tomamos, encantados, plena posesión de aquel pequeño paraíso, atando nuestros caballos a los árboles y tendiéndonos sobre la yerba para repararnos de nuestras fatigas. Súbito, escuchamos la gritería de dos deformes negros, que nos hicieron saber que estábamos en un territorio reservado, perteneciente al cónsul inglés de Damas... Bien pronto, sin embargo, llegaron a nosotros los jardineros de la orilla opuesta, unos metualis adoradores del fuego...  , gentes más numerosas de lo que se cree, odiadas igualmente por los musulmanes y por los cristianos, acusados por unos y otros de practicar ritos impíos, y que pasaban las noches cantando, danzando, comiendo y bebiendo. El tinte violáceo que nuestra hermosa jardinera mostraba en tomo de los ojos y de las uñas, parecióme testimoniar en favor de un origen todavía más meridional y sombrío que el de los árabes y que no se armonizaba bien con el tinte poco brillante de sus cabellos..."

Finalmente, tras una larga descripción de las penalidades sufridas hasta llegar al lugar de los famosos cedros, la princesa de Belgiojoso dice así: "El gran macizo de los cedros después que habíamos alcanzado hasta la región de las nieves perpetuas de Siria, se elevaba allá lejos en medio del sombrío valle, mostrándosenos, desde la altura a que nos encontrábamos, como uno de esos montículos que los topos elevan en sus trabajos subterráneos. Era un espectáculo incomparable que yo no sabré describir. He atravesado, en efecto, varias veces los Alpes; he recorrido el Pirineo, las montañas de Gales y los acantilados del norte de Irlanda, páginas en donde la grandeza del Creador está impresa en caracteres imborrables; pero hay algo de regular, de razonable, por decirlo así, en los más imponentes panoramas de la Naturaleza de Europa que permite predecir con bastante seguridad cómo terminarán las líneas de perspectiva que se desarrollan delante del observador. Pero en Siria, y sobre todo en el Líbano, las cosas no suceden así. Pensamos que, arrancando de las profundidades para elevarse hacia las nubes, quedan bruscamente truncados como por la mano del capricho. El valle más verde y sonriente se cambia repentinamente en un desfiladero' desolado y sombrío. Negras rocas entreabren súbitas sus fauces, y descubren ante la mirada del atónito viajero los más ricos vergeles y los más deliciosos jardines. El fondo de los valles, en fin, es pedregoso mientras que son verdes y lozanas las altas cumbres. Nada, pues, de suaves transiciones ni de manifestación de leyes razonables. ¡Todo allí es bizarro, inesperado, absurdo y lo más adecuado para confundir a la vez a nuestra razón y a nuestra humana ciencia!"

Terminada la digresión relativa a la Galilea, volvamos al misterio que encierran, a nuestro juicio, los pasajes citados, cuyas escenas acaecen en "el lago" siempre. Para ello, como para todo lo relacionado con los orígenes de las religiones, hay que volver los ojos a la luz de Oriente.

En Oriente se enseña constantemente que todo texto religioso, además de su sentido literal o material, "el de la letra que mata", tiene otros siete sentidos, entre ellos el histórico, o de tradición universal, con arreglo a lo de que "el espíritu vivifica". Gracias a dicha clave histórica tradicional, venimos, en efecto, a colegir el alto sentido de las "lacustres" predicaciones del Nazareno.

Temerosísimas son, desde luego, las alusiones veladas de Herodoto al célebre lago iniciático de Byblos -la ciudad de la primitiva biblioteca siria que ha dado el nombre a esos eternos instrumentos de solitaria iniciación, a quienes por eso llamaron biblos o "libros" lOs latinos-. En tal lago los sacerdotes verificaban durante la noche exhibiciones de la vida y sufrimientos del dios Baco, o Dionisos -el Sol-. "En las terribles escenas de tales momentos -dice H. P. B. (D. S., II, 170) - se daba la verdadera iniciación de los Misterios parsis de Mythra -el Toro y la Vaca sagrada, es decir, los de Osiris-Isis, egipcios- y se representaba la muerte del neófito antes de que, así regenerado en su cuerpo material por su cuerpo espiritual, naciese a la nueva vida de la iniciación o "de la gracia" a través de las aguas lustrales purificadoras de bautismos como aquel con que Juan en el desierto iniciaba a sus discípulos... Una parte de esta ceremonia -añade- aún se conserva y practica en la iniciación masónica cuando el neófito yace muerto en su féretro, como el Gran Maestro Hiram Abiff, y como él es levantado por el enérgico impulso de la garra del Maestro..." La ceremonia hindú llamada del Aratti es también conocida como "la representación iniciática de los Misterios del Lago", los misterios de ese "lago" que no falta nunca en ninguno de los templos de Oriente, con el de Amrita shara, o "Lago de la Inmortalidad", a la cabeza, como la Maestra H. P. B. nos enseña en Por las grutas y selvas del Indostán.

Como que todo, en religión y en ciencia, depende de la manera de ser interpretado. Ved, si no, ese increíble fanatismo con el que tras horas y aun días de espera bajo el sol de justicia del trópico, se lanzan en montón revuelto hombres, mujeres y niños en las ondas del lago sagrado en la madrugada del día de la fiesta mayor del frontero templo, momento en el que es fama que -cual el ángel de la Piscina probática del Evangelio- el Espíritu de Dios purifica de tal modo las aguas que al punto quedan libres de sus enfermedades los felices que logran bañarse los primeros en ellas. Esto, por supuesto, ocasiona todos los años millares de víctimas.

Tomado esto al pie de la letra, resultará absurdo acaso, no obstante la propiedad depuradora y hasta medicamentosa del baño, en especial para las desdichadas gentes que no se distinguen precisamente por su limpieza. Pero tomándolo, por el contrario, en su alto sentido simbólico, es todo un hilo de Ariadna que nos permite guiamos en el laberinto de una investigación de excepcional importancia.

Por de pronto, este último sentido se transparenta en las propias frases de Jesús, cuando cura con su solo mandato de "¡Levántate y anda!" al desdichado paralítico que llevaba tantos años esperando al borde de la piscina a que una mano compasiva le lanzase. Además, al curarle así, cuida de agregar: "Vete y no peques más; tus anteriores pecados te han sido ya perdonados"  , prueba de que su lepra física no era sino el reflejo de su lepra espiritual, cuya base, como la de todo pecado, no es sino la ignorancia.

¿Cómo, en efecto, se destruye esta ignorancia? Con un solo medio: el del estudio; pero como el conocimiento que el estudio proporciona es en si un arma de dos filos, empleable, cual todas, igual para mal que para bien, la ignorancia nativa e integral del hombre sólo puede ser destruída por la salvadora doctrina que se enseña en los "Misterios iniciáticos del lago". Así, el pobre mortal que se bañase en estas aguas, al punto quedaba curado de todas sus dolencias psíquicas, primitivo origen o etiología de todos los males físicos.

Y ¿cómo no habían de operar dichas psíquicas curaciones los "lagos sagrados", cuando sobre la tranquila diafanidad de sus aguas se verificaban de noche las escenas dramáticas que caracterizaban a las iniciaciones aquellas en todos los países?

Es verdad que el mundo profano no tiene de ello datos históricos; pero puede procurárselos a base de la tradición, que es una de las fuentes de la Historia, y más aún a base de la Filología comparada. Esta última, en efecto, nos presenta en las palabras concordadas con las de "piscina", o lugar "de peces", es decir, "lago o charco", todo cuanto nos es necesario para nuestro intento.

Por de contado, en el sánscrito, como lengua originaria del griego y del latín -más que su hermana mayor, como creen los filólogos occidentales-, tenemos para el lago la palabra lankara, primitivo nombre también de la isla de Ceilán y alusiva a las entidades espirituales o lhas que se manifestaban en el lago purante la celebración nocturna de los Misterios. Lankara, así, equivale a "la letra de los lhas, o espíritus manifestados en la Tierra", porque la terminación kara es común al nombre de todas las letras de dicha lengua, a-kara, la A; pa-kara, la P, etc., y su mismo jeroglífico o forma actual de la L es el de T, la dicha "ave" o espíritu. Esta "ave jeroglífica", idéntica a las que los niños empiezan empleando en sus vacilantes dibujos, entra también en la séptima y casi impronunciable vocal ru o Iru de dicha lengua sabia; y aun la forma actual de nuestra ele es el símbolo, por su palo largo, del templo; por su travesaño horizontal, del lago, y por el palo pequeño, de aquella "ave" del jeroglífico originario.

Otro documento histórico es el de las Torres del Silencio, de los parsis, primitivos anfiteatros y templos, en cuyas graderías se colocaba el público iniciado para presenciar los Misterios, y en cuyo centro, "piscina" o "pista acuática", éstos se verificaban . El curso de los tiempos y la caída o pérdida de dichos Misterios, introdujo en el tal templo profundas modificaciones; y así, entre los pueblos europeos, éste pasó, poco a poco, a la naumaquia romana, recurriéndose a falta de las escenas "astrales y etéreas" operadas en las aguas del lago o pista, a las ya falsificadas o juglarescas que nos ha transmitido la historia del pueblo-rey, y que ha terminado en nuestros actuales circos, como la doctrina iniciática misma de aquéllos, pasando desde el "lago pagano" al templo cristiano, y ya en éste, a los -célebres "autos sacramentales" del medioevo, padres, en fin, de todo nuestro teatro moderno. En cuanto a los parsis posteriores -de igual manera que acaeciese con las pirámides egipcias, los templos y demás lugares "iniciadores en los misterios de la misma muerte", - y que fueron pasando a efectivos cementerios-, hicieron de las Torres del Silencio cementerios también, donde los buitres ofician de sepultureros, según la gráfica descripción que nos hace de ellos la Maestra en Por las grutas y selvas del Indostán.

Estos antecedentes orientales explican asimismo la propia etimología de la palabra pista. A Júpiter (Calepinus, Septem linguarum), 'Como Hierofante supremo, se le denomina Júpiter Pi-stio, el "iniciador en el lago", el "salvado de las aguas", ni más ni menos que al Moisés judío, al Dagón u Oanes caldeo, al Quetralcoatl mexicano, al Olinos ibero, y a los demás excelsos Maestros o Jinas salvadores que llevamos vistos. Los nombres de Diana-Pista y Ceres-Pista equivalen también, literalmente, a los Misterios del lago de Diana o de Ceres; y a todos los iniciadores del pueblo romano, que solían venir de Egipto, Siria, Persia o India, se les denominó pistaceum o pistatium, como hoy mismo se llama pistacos a los grandes sacerdotes de los indios americanos... Esta pista, en fin, que encontramos -ahora, por extrañísima coincidencia es, a la vez, la pista de los tales pistacos, y la etimología admirable del entero significado castellano de tal palabra, equivale, pues, en punto a Misterios Iniciáticos y en todo lo demás de la vida misma, a "reminiscencia, resto, cabo suelto, rastro o huella delatora de algo que antes fuera y ya no existe, pero que ha dejado estampada de un modo o de otro la imborrable señal de su paso".

Otro documento "lacustre" más nos lo proporciona, como antes vimos, la voluminosa historia de los reyes Incas, y otros muchos podrían señalarse aquí y allá en las "lacustres" tradiciones de todos los pueblos, porque no en vano, así como las aldeas prehistóricas de este nombre permitían a sus moradores el -aislarse durante su sueño de las fieras de la selva exterior, del mismo modo los Maestros en los Misterios Iniciáticos podían operar las escenas de éstos sobre las aguas sin peligro de que el público de la orilla pudiese inconscientemente perturbadas.

Con todos estos datos, datos que puede ampliar la lectura atenta de numerosos pasajes de esta Biblioteca, nuestra imaginación profana puede reconstituir, más o menos, la imponente escena de los Misterios Iniciáticos, comunes, en una feliz edad que ha de volver algún día, a todos los pueblos de la Tierra, muchos siglos antes de las diversas religiones que a la catástrofe de la Atlántida subsiguieron.

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