CAPÍTULO XII. MAS SOBRE LOS "JINAS" INCAS

El Imperio inca empieza a revelársenos ahora. - El doctor Squier en las ruinas de Pisac. - Exploraciones de Hiram Bingham en Machu Pichu por cuenta de la Universidad de Yale. - Abolengos caldeos o calcídicos del Imperio y de la lengua quichúa. - Las huacas. - El Viracocha inca. - Un precursor del Parsifal wagneriano. - El "inca que llora sangre" y su primogénito. - Este último tiene una salvadora visión jina. - ¿La Vaca pentápoda del Viracoroa? - El caso del jina Hancohuallu..- Welsungos, lobos o divinos rebeldes ineas. - Un verdadero Narada inca. - Concordancias europeas: "el Camarada vestido de blanco", en las trincheras durante la Gran Guerra. - Un relato de los mexicanos a Cortés. - La sabia legislación de los incas y su desprecio hacia las riquezas. - La aristo-democracia de los que se sacrifican. - Cómo educaban los incas a su príncipe y cómo realizaban el ideal de justicia. - La mina de aquel feliz Imperio. - La gente "que no fué vista".

El día en que se haga un estudio desapasionado y teosófico del maravilloso Imperio de los incas será un gran día para la humanidad, porque habrán de esclarecerse cosas e instituciones que aun hoy, en medio de nuestra decantada cultura, constituirían un gran progreso social.

La base para semejantes estudios está echada ya, gracias a los esfuerzos arqueológicos iniciados en Norteamérica, que empiezan a suministramos no pocas sorpresas.

En efecto, si queremos los llamados "testimonios positivos" por los materialistas, ahí tenemos, como documento vivo de tamañas grandezas, las investigaciones del doctor Squier en las ruinas de Pisac, y otro bien reciente, que se titula Por las tierras maravillosas del Perú. Viaje realizado en 1912 por la expedición peruana, bajo los auspicios de la Universidad de Yale y la Sociedad Nacional de Geografía, por Hiram Bingham, viaje publicado, con 244 soberbias ilustraciones, por el Magazine of the National Geographic Society (Memorial hall, Washington D. C., volumen XXIV, núm. 4, abril de 1913), que tengo a la vista. Dicho sabio norteamericano exploró la comarca, desde 1906 a 1911, descubriendo y excavando en 1912 las ruinas de la gloriosa ciudad inca del río Urubamba, llamada Machu Pichu, uno de esos últimos baluartes de la raza, jamás hollados por la planta de los conquistadores, según nos relatara la Maestra, con escándalo de no pocos seudodoctos, al hablar en su Isis sin Velo de los inauditos y ocultos tesoros de los incas. Es hoy la tal ciudad, con sus bastiones escalonados, su acrópolis, sus fuentes, templos, palacios y escalinatas de granito, "el más asombroso grupo de ruinas descubiertas desde la conquista", en el gran cañón del Urubamba, la parte, quizá, más inaccesible de los Andes (Ritisuyu, o "la Montaña Nevada"), a orillas de un espantoso precipicio que vuela 200 pies sobre el río, y a 60 millas al norte del Cuzco.

Es, pues, la revelación del doctor Hiram Bingham un testimonio que agregar a esotros elocuentísimos de la jinesca grandeza inca, conocidos por los nombres de Calca, Rumicalca, Hurancalca, Ollantay, ciudades de evidente abolengo calcídico, caldeo, celta o kalkamogol -ya que todas esta palabras tienen el mismo abolengo iniciático en el lenguaje secreto, matemático o calcídico, originario de la Mogolia y el Thibet- no menos que sus compañeras de los ríos Urubamba y Apurimac, que se llaman Uru-bamba (la ciudad del fuego), Ayu-bamba (la del aire, por ser Vayu, aire, en sánscrito), Ruancarama o Jian-karama ("el sendero de los Jinas"), Abancay o Albancay ("la blanca"), Ferro-bamba ("la ciudad del hierro", metal conocido, aunque no empleado por ellos), Anta o Atlanta (típico nombre de nuestras huacas, navetas, torres o cámaras sepulcrales europeas) "

Ianama ("¿la ciudad de la muerte?") , Punta ("la quinta ciudad" o "la del cinco"), Pisac (participio de presente del verbo Pisa, o "sapio", acaso), pampa ca-huam (o "llanura de los dioses"), Yucay o Io-cay, delicioso retiro de la Corte, a orillas del río y junto a Calcas, y alguna otra que puede verse en el croquis de la región, que nos da dicha expedición científica americana.

Y si no temiésemos forzar aún más las correlaciones sanscritánicas de semejantes nombres, que se les antojarán -y, acaso, con razón harto violentas a nuestros filólogos positivistas, todavía podríamos añadir a semejante léxico palabras como las de Viracocha, el Viraj, Varón Divino, Kabir o Logos de los hindúes; Inca" que es Caín (sacerdote-rey) por ley de la temura cabalística; APacheta o culto de las alturas salvadas de la catástrofe de las aguas (apas, en sánscrito, aguas); runa, hombre y pensamiento o "letra"; Xacsahuam o Xexahuen, valle y ciudadela sagrada del Cuzco, que nos recuerda a esotra ciudad sagrada marroquí que ha sido conquistada también por España en nuestros días; Palla, la mujer de sangre real o "hija de Palas", que dirían los griegos; chita, el chit sánscrito, radical de nuestra palabra chitón, para imponer silencio; uchu, el famoso acchu o "rayo de sol" y "piedra" que tanto juega en la prehistoria de Occidente; mama, madre o antecesora en tantos pueblos asiáticos; pacha, animador, alentador, guía, y muchas más, dadas ya en el curso de este estudio.

Finalmente, la palabra Viracocha es todo un mundo de revelaciones "jinas".

Años después de la conquista aún pudo ver Garcilaso la momia del Inca de este nombre, con otras cuatro, conservadas al estilo egipcio, y relatamos tan heroicas hazañas de este gran rey, tenido en su juventud por un "enemigo" por su padre mismo. ¡Un verdadero misterio psicológico, que bien pudo servir de tipo a Wágner para trazar la figura sublime de su héroe Parsifal, el mozuelo abobado y estúpido que llegó a conquistar la Lanza Santa y salvar al Grial!

El inca Ialmar Huacac ("el que llora sangre") tenía un primogénito incorregible, dice, a quien tuvo que desheredar y echar de la Corte, haciéndole guardar el ganado del Sol, con otros pastores, en la solitaria comarca de Chita. Cierto día, sin embargo, se presentó el joven inopinadamente ante su padre, el rey, diciéndole que venía "de parte de otro Inca o Señor más grande que él", para salvar al pueblo de una gran catástrofe. "Sabrás, señor -relató el príncipe-, que estando recostado a mediodía, y no sabré decir si dormido o despierto, debajo de una gran peña (o caverna) , se me puso delante un hombre extraño (un Jina, como cuantos nosotros llevamos vistos en los capítulos de De gentes del otro mundo), en hábito y figura diferente de la nuestra, porque tenía barbas de más de un palmo, y el vestido, largo y suelto, le cubría hasta los pies, conduciendo, además, un animal desconocido (la consabida vaca pentápoda de dichos capítulos). El anciano me dijo: "Sobrino, yo soy Hijo del Sol y hermano del Inca Manco Capac y de la Coya Mama Oello Huaco, su mujer y hermana, y me llamo Viracocha Inca. Vengo a ti de parte del Sol, nuestro padre, para que des aviso al rey de cómo las provincias de Chinchasuyo y otras están reuniendo muchas gentes para derribarle de su trono y destruir nuestra imperial ciudad del Cuzco. Dile, pues, que se aperciba, y a ti, por tu parte, te digo que no temas adversidad alguna, pues que en todas te socorreré como a mi carne. No dejes, por tanto, de acometer cualquier hazaña que convenga a la majestad de tu sangre y grandeza de tu Imperio, que te ampararé." - En efecto, sigue el relato Garcilaso, los sublevados, cual torrente devastador, asolaron de allí a poco todo el Imperio, haciendo al rey desamparar el templo, y la catástrofe anunciada por aquel Saint-Germain de América habría sobrevenido (como sobrevino años más tarde por los españoles), si el gallardo Parsifal andino, atendiendo a los consejos y fiado en la jinesca protección de aquel Kabir, no hubiese asumido el poder real, y deshecho en sangriento choque a sus enemigos, tomando, finalmente, después, el augusto nombre de su protector Viracocha, y reinando largos años feliz bajo su égida. . .

¿Qué pensar, pues, en buena filosofía, de estas repeticiones históricas que tienden el puente entre este nuestro mísero mundo y el mundo excelso de nuestros protectores LOS JINAS? No cabe, en efecto, otra cosa que admirar una vez más la universalidad con que la tradición de estas "gentes del otro mundo" se halla repartida por la Historia Universal, a poco que en ella se profundice, descartando el pobrísimo criterio positivista con que hasta aquí hemos seguido esta disciplina científica.

Séanos permitido insistir en particular tan importantísimo que se relaciona además con otro personaje no menos importante en la historia oculta de aquellos pueblos: el famoso jina Hancohuallu.

"Tres meses después del sueño del desterrado príncipe -dice Garcilaso al narrar lo antedicho (II, LIII) -, vino la nueva del levantamiento de los Hancohuallu y otras naciones circunvecinas, que veían al inca Yahuar Huacac tan poco belicoso y tan mucho acobardado con el mal agüero de su nombre de "el que llora sangre", y embarazado además con la áspera condición de su hijo, quien, desde el suceso del sueño, había tomado el nombre de Vira cacha Inca, por la fantasma de este nombre que había visto. Los autores de tal levantamiento fueron tres indios curacas o jefes de tres grandes provincias de la nación Chanca, hermanos y deudos del gran Hancohuallu, que fué su general. Confuso el inca, y temiendo que el vaticinio de la fantasma se cumpliese, abandonó a la capital del Cozco, retirándose hacia Collasuyu. Todos los de la ciudad huyeron con él. Entonces, el príncipe Viracocha, con algunos pastores que consigo tenía, salió en persecución de su padre, y alcanzándole en la angostura de Muyna le arrancó cuantos vasallos quisieron recibir la muerte en defensa de su ciudad sagrada, antes que veda en manos de sus enemigos. Todos los hombres de sangre real y casi todos los vasallos siguieron al príncipe, por manera que al lado de su padre sólo quedaron los inútiles..."

Y después de describir la ya dicha batalla, en la que el formidable poder del rebelde invasor Hancohuallu quedó por completo abatido, sigue diciéndonos Garcilaso (III, XXVI) :

"Sucedió, años más tarde, que, andando el inca por la provincia de los Chinchas, le llevaron nuevas de un caso extraño, que le causó mucha pena y dolor, y fué que el bravo Hancohuallu, rey que había sido de los Chancas, aunque había gozado diez y nueve años del suave gobierno de los incas, y aunque de sus Estados y jurisdicción no le habían quitado nada, sino que era tan gran señor como lo fuera antes, con todo eso, no podía su ánimo altivo y generoso sufrir ser súbdito y vasallo de otro, habiendo sido señor de tantos vasallos. Como, por otra parte, veía que el gobierno de los incas era tan bueno que bien merecía la sumisión a él, quiso más procurar su libertad desechando cuanto poseía, que, sin ella, gozar de otros mayores Estados, para lo cual habló a algunos indios suyos y les descubrió su pecho, diciéndoles cómo deseaba desamparar su tierra natural y señorío propio, salir del vasallaje de los incas y de todo su Imperio, buscando nuevas tierras. Para conseguir este deseo les rogó que se hablasen unos con otros y que, lo más disimuladamente que pudiesen, se fuesen saliendo poco a poco de la jurisdicción del inca con sus mujeres e hijos, como les fuera dable, que él, al efecto, les proporcionaría pasaporte, reuniéndose luego todos en tierras comarcanas; porque tratar de nuevo levantamiento era disparate y locura, ya que les faltaba poder para resistir al inca, y aunque le tuviesen, sería el mostrarse ingrato y desconocido hacia quien tantas mercedes le había hecho, pues él se contentaba buscando su libertad con la menor ofensa que pudiese hacer a un príncipe tan bueno como Viracocha Inca. Con estas palabras los persuadió el bravo y generoso Hancohuallu, y en breve espacio salieron de su tierra más de ocho mil indios de guerra, sin contar mujeres y niños, con los cuales se fué el altivo Hancohuallu, haciéndose camino por tierras ajenas hasta llegar a Tarma y Pumpu, que están a sesenta leguas de su tierra, donde tuvo algunos reencuentros, y aunque pudiera con facilidad sujetar aquellas naciones y poblar en ellas, no quiso, pasando adelante, donde la expansión del Imperio inca no pudiese llegar tan presto, siquiera mientras él viviese. Con este acuerdo se arrimó hacia las grandes montañas de los Antis, con propósito de entrarse por ellas, como lo hizo, habiéndose alejado casi doscientas leguas de su tierra. Mas donde entró y donde pobló, nadie lo sabe decir, fuera de que entraron por un gran río abajo y poblaron en las riberas de unos grandes y hermosos lagos, donde se dice que hicieron tan grandes hazañas que más parecen fábulas compuestas en loor de sus parientes los Chancas que una historia verdadera, aunque del ánimo y valor del gran Hancohuallu muy grandes cosas se pueden creer. El inca recibió gran pena de la huida de Hancohuallu, y quisiera haber podido evitarla, mas ya que no le fué posible, se consoló pensando que ello no había sido por su causa."

Los curiosísimos párrafos transcritos del inca Garcilaso de la Vega nos presentan, pues, en las figuras de Viracocha y de Hancohuallu, a dos personajes por demás extraños. El primero es un prototipo de rebeldes o welsungos, que diría Wágner, un "hijo de la loba" o de la gran Humanidad rebelde y jina, como Sigmundo, Sigfrido, Marte, Remo y Rómulo, Anubis; de esa vulgaridad que choca con las vulgaridades ambientes de los "perros" o "vividores y sumisos" que, dentro del humano egoísmo, tanto abundan, por desgracia, con daño y detrimento de los buenos. Por eso, en su juventud, le vemos desterrado por su padre de la Corte, como el Narada hindú lo fuera del cielo por Brahmâ , el Mercurio griego lo fuera por Júpiter, Sigmundo por Wotan, y tantos otros en los demás panteones religiosos, sin perjuicio luego de tener que recurrir a ellos en los momentos difíciles que vienen seguidamente por tal destierro, como acaeciera con el joven príncipe inca.

Es decir, que lo que nos parece "pura historia inca", se sale, como siempre, de los moldes históricos para entrar en los de la leyenda y el mito, según vamos viendo en tantos otros pueblos, y es un Kabir, un Viracocha, un ser superior, un anciano de blanca barba, un jina, en fin, el que en la soledad, junto a la cueva iniciática de siempre y entre "pastores" o iniciados, se le aparece cuando el sol está en la plenitud de su carrera, para anunciarle al joven una gran catástrofe para su pueblo, que él está llamado a evitar, oficiando a su vez de "hombre salvador, redentor o jina", para tomar después, como sucede siempre en la trasmisión de la "palabra o misión sagrada", el propio nombre que su maestro. ¿Cómo, pues, nos asombramos, una vez más, de las supuestas "casualidades" y "coincidencias" de pueblo a pueblo, viendo al Viracocha iniciador y al Viracocha iniciado realizar la misión augusta de salvar a su pueblo de la tempestad guerrera que sobre él se cernía, como aún en nuestros propios días ha corrido, con más o menos verosimilitud, entre los pobres soldados de las trincheras de Occidente?

Véase uno de tantos relatos más o menos jinescos que han corrido entre los soldados y que la revista escocesa Vida y Obras nos refiere en estos términos:

"El Camarada vestido de blanco. - Extrañas narraciones llegaban a nosotros en las trincheras. A lo largo de la línea de 300 millas que hay desde Suiza hasta el mar, corrían ciertos rumores, cuyo orig-en y veracidad ignorábamos nosotros. Iban y venían con rapidez, y recuerdo el momento en que mi compañero Jorge Casay, dirigiéndome una mirada extraña con sus ojos azules, me preguntó si yo había visto al Amigo de los heridos, y entonces me refirió todo lo que sabía respecto al particular.

"Me dijo que, después de muchos violentos combates, se había visto un hombre vestido de blanco inclinándose sobre los heridos. Las balas le cercaban, las granadas caían a su alrededor, pero nada tenía poder para tocarle. Él era, o un héroe superior a todos los héroes, o algo más grande todavía. Este misterioso personaje, a quien los franceses llaman el Camarada vestido de blanco, parecía estar en todas partes a la vez: en Nancy, en la Argona, en Sojssons, en Ipres, en dondequiera que hubiese hombres hablando de él con voz apagada. Algunos, sin embargo, sonreían diciendo que las trincheras hacían efecto en los nervios de los hombres. Yo, que con frecuencia era descuidado en mi conversación, exclamaba que para creer tenía que ver, y que necesitaba la ayuda de un cuchillo germánico que me hiciera: caer en tierra herido.

“Al día siguiente los acontecimientos se sucedieron con gran viveza en este pedazo del frente. Nuestros grandes cañones rugieron desde el amanecer hasta la noche, y comenzaron de nuevo a la mañana. Al mediodía recibimos orden de tomar las trincheras de nuestro frente. Éstas se hallaban a 200 yardas de nosotros, y no bien habíamos partido, comprendimos que nuestros gruesos cañones habían fallado en la preparación. Se necesitaba un corazón de acero para marchar adelante, pero ningún hombre vaciló. Habíamos avanzado 150 yardas cuando comprendimos que íbamos mal. Nuestro capitán nos ordenó ponernos a cubierto, y entonces precisamente fui herido en ambas piernas.

"Por misericordia divina caí dentro de un hoyo. Supongo que me desvanecí, porque cuando abrí los ojos me encontré solo. Mi dolor era horrible, pero no me atrevía a moverme, porque los alemanes no me viesen, pues estaba a 50 yardas de distancia, y no esperaba a que se apiadasen de mí. Sentí alegría cuando comenzó a anochecer. Había junto a mí algunos hombres que se habrían considerado en peligro en la obscuridad, si hubiesen pensado que un camarada estaba vivo todavía.

"Cayó la noche, y bien pronto oí unas pisadas, no furtivas, sino firmes y reposadas, como si ni la obscuridad ni la muerte pudiesen alterar el sosiego de aquellos pies. Tan lejos estaba yo de sospechar quién fuese el que se acercaba, que aun cuando percibí la claridad de lo blanco en la obscuridad, me figuré que era un labriego en camisa, y hasta se me ocurrió si sería una mujer demente. Mas de improviso, con un ligero estremecimiento, que no sé si fué de alegría o de terror, caí en la cuenta de que se trataba del Camarada vestido de blanco, y en aquel mismo instante los fusiles alemanes comenzaron a disparar. Las balas podían apenas errar tal blanco, pues él levantó sus brazos como en súplica, y luego los retrajo, permaneciendo al modo de una de esas cruces que tan frecuentemente se ven en las orillas de los caminos de Francia. Entonces habló; sus palabras parecían familiares; pero todo lo que yo recuerdo fué el principio:

"-Si tú has conocido.

"Y el fin:

"-Pero ahora ellos están ocultos a tus ojos.

                "Entonces se inclinó, me cogió en sus brazos -a mí, que soy el hombre más corpulento de mi regimiento- y me trasportó como a un niño.

"Yo debí desvanecerme de nuevo, pues volví a la conciencia en una cueva pequeña junto a un arroyo, cuando el Camarada de blanco estaba lavando mis heridas y vendándolas. Acaso parecerá una necedad lo que voy a decir: pero yo, que sufría un terrible dolor, me sentía más feliz en aquel momento de lo que lo había sido en toda mi vida. Yo no puedo explicarlo, pero me parecía como si en todos mis días hubiese estado esperando por éste, sin darme cuenta de ello. Mientras aquellas manos me tocaban y aquellos ojos me miraban compadecidos, yo no parecía cuidarme ya de la enfermedad ni de la salud, de la vida ni de la muerte. Y mientras él me limpiaba rápidamente de todo vestigio de sangre y de cieno, sentía yo como si toda mi naturaleza fuese lavada, como si toda suciedad e inmundicia de pecado fuese borrada, como si me convirtiese de nuevo en un niño.

                "Supongo que me quedé dormido, porque cuando desperté, este sentimiento se había disipado.

"Yo era un hombre y deseaba saber lo que podía hacer por mi amigo para ayudarle y servirle. Él estaba mirando hacia el arroyo, y sus manos estaban juntas, como si orase; y entonces vi que él también estaba herido. Creí ver como una herida desgarrada en su mano, y conforme oraba, se formó una gota de sangre, que cayó a tierra. Lancé un grito. sin poderlo remediar, porque aquella herida me pareció más horrorosa que las que yo había visto en esta amarga guerra.

"-Estáis herido también -dije con timidez.

"Quizá me oyó, quizá lo adivinó en mi semblante; pero contestó gentilmente:

"-Esa es una antigua herida, pero me ha molestado hace poco.

                "Y entonces noté con pena que la misma cruel marca aparecía en su pie. Os causará admiración el que yo no hubiese caído antes en la cuenta; yo mismo me admiro. Pero tan sólo cuando yo vi su pie, le conocí: "El Cristo vivo." Yo se lo había oído decir al capellán unas semanas antes, pero ahora comprendí que Él había venido hacia mí -hacia mí, que le había distanciado de mi vida en la ardiente fiebre de mi juventud-. Yo ansiaba hablarle y darle las gracias. pero me faltaban las palabras.

"Y entonces Él se levantó y me dijo:

"-Quédate aquí hoy junto al agua; yo vendré por ti mañana; tengo alguna labor para que hagas por mi.

"En un momento se marchó; y mientras le espero, escribo esto para no perder la memoria de ello. Me siento débil y solo, y mi dolor aumenta. Pero tengo su promesa; yo sé que él ha de venir mañana por mi."

Y si esto decimos del Inca Viracocha, otro tanto puede decirse también de Hancohuallu, esa especie de Moisés de los pueblos de Chancas, entre los que viviera al modo como la Maestra H. P. B. nos pinta a los todas viviendo entre los badagas, y de los que sacó a sus elegidos, "alejándose por tierras solitarias casi doscientas leguas, entrando y poblando donde nadie sabe, y donde realizaron, se dice, tales hazañas, que más parecen fábulas que cosa cierta", como corresponde a todos los conductores de pueblos o "Manús de la Historia", los Xisthruros, los Noés, los Manco Capac, los Quetzalcoatl, los Hancohualul, cosa que era corriente también entre cuantos pueblos grandes nacieron al calor del Popool-Vuh, en América, como demostrarse puede.

En la primera carta de Cortés (párrafos 21 y 29) relata, en efecto, lo que le dijo Moctezuma en una de las entrevistas: "Por nuestros libros sabemos que, aunque habitamos estas regiones, no somos indígenas, sino que procedemos de otras tierras muy distantes. Sabemos también que el caudillo que condujo a nuestros antepasados regresó al cabo de algún tiempo a su país nativo, y tornó a venir para volverse a llevar a los que se habían quedado aquí; pero ya los encontró unidos con las hijas de los naturales, teniendo numerosa prole y viviendo en una ciudad construida por sus manos; de manera que, desoída su voz, tuvo que tornarse solo. Nosotros, añadía, hemos estado siempre en la inteligencia de que sus descendientes vendrían alguna vez a tomar posesión de este país, y supuesto que venís de las regiones donde nace el Sol, y me decís que hace mucho tiempo que tenéis noticias nuestras, no dudo de que el rey que os envía debe ser nuestro señor natural."

A estas tradiciones, pues, a la superioridad de armas y caballos -desconocidos en México- y a la providencial intervención de doña Marina, no menos que al heroísmo invencible de aquel puñado de valientes, se debió la epopeya de la conquista de México.

¿A qué se debe si no -añadiremos- ese precioso detalle que a Garcilaso el historiador se le escapa, de pasada, relativo a que el fantasma del gran Viracocha iba conduciendo un animal extraño, "desconocido", o sea la famosa Vaca pentápoda, que comparte con el Ave Garuna (Ave Fénix griega o Ave del Li-Sao chino) y con el Caballo Dodecápedo persa la suprema e indescifrable curiosidad mítica? Ese complemento esencial e incomprensible de todo chela, sadhu o discípulo del Ocultismo universal, es un rasgo perfectamente escita o ario del pueblo incásico.

"Los escitas -dice el historiador Anquetil- descienden de Gaumar o Gomar ("el Hombre de la Vara", o sea el jina), hijo de Jafet, o de Ia-phetus, el también jina o hijo de Io, la Primitiva Sabiduría." "En cuanto a los celtas -añade-, ellos no eran sino escitas establecidos en Europa"..., e igual pudo decir, dadas las toponimias incaicas transcritas anteriormente, acerca de los celtas, kalcas o incas establecidos en América con su Manú respectivo. La característica, en fin, de las gentes escíticas era, como nadie ignora, su más profundo desprecio hacia las riquezas, junto con una gran tendencia a la templanza y el más ferviente amor a la justicia.

Esto último ya quedó evidenciado antes; pero por si alguna duda hubiese, ahí están los largos capítulos que Garcilaso consagra a la sapientísima legislación inca, legislación que si la admitiesen los pueblos europeos acaso se ahorrarían muchas lágrimas derivadas del insostenible contraste actual entre el lujo y la miseria, que jamás se diera entre los incas ni entre sus similares del antiguo mundo. Entresaquemos algunos ejemplos de ello.

Es el primero el relativo al Derecho penal, tan absurdo y tan semítico que padecemos: un Derecho penal que, con las confiscaciones -secretos motivos además de tantos supuestos delitos- "viste, como el vengativo Jehovah, las culpas de los padres sobre los hijos hasta la quinta generación".

"Nunca tuvieron los incas -dice Garcilaso- pena pecuniaria ni confiscación de bienes, porque decían que castigar en la hacienda y dejar vivos a los delincuentes no era quitar los malos de la república, sino dejar a los malhechores con más libertad para que hiciesen mayores males. Si algún curaca (gobernador) se rebelaba, delito más grave para los incas, o hacía otro delito que mereciese la pena de muerte, aunque se la diesen, no quitaban el estado a su sucesor, sino que se lo dejaban a éste, representándole así la culpa y la pena de su padre para que se guardase de otro tanto. Lo mismo practicaban en la guerra, pues nunca descomponían los capitanes naturales de las provincias, sino dejábanles con los oficios y dábanles otros de sangre real por superiores... Así acaeció muchas veces que los delincuentes, acusados de su propia conciencia, venían a acusarse ante la justicia de sus propios delitos, porque, a más de creer que su alma se condenaba con ellos, tenían por muy averiguado que, por su causa y la de otros tales, venían a la república todo género de males, como enfermedades, muertes, malos años y otra cualquiera desgracia común o particular... En cada pueblo había un juez, el cual era obligado a ejecutar la ley en oyendo a las partes dentro de cinco días, porque los incas entendieron no les estaba bien seguir su justicia fuera de su tierra, ni en muchos tribunales, por los gastos que se hacen y las molestias que se padecen; que muchas veces monta más esto que lo que van a pedir, por lo cual dejan perecer su justicia, principalmente si pleitean contra ricos y poderosos, los cuales con su pujanza ahogan la justicia de los pobres... Cada mes, además, daban cuenta los jueces ordinarios a los superiores de sus pleitos, hasta llegar así a los visorreyes y al Inca, por medio de los quipos. Todo ello aparte de las visitas que este último giraba con frecuencia a cada una de las comarcas. Había además tucuyricocs o veedores, y cualquier autoridad que hallasen incursa en justicia era castigada más rigurosamente que cualquiera otro, porque decían que no se podía sufrir que hiciese maldad el que había sido escogido para hacer justicia, ni que hiciese delitos el que estaba puesto para castigarlos y a quien habían elegido el Sol y su Inca para que fuese mejor que todos sus súbditos."

Esta verdadera aristo-democracia es algo que acaso no podría encontrarse ni en los mejores tiempos de la Grecia, porque no cabe duda. alguna de que el Gobierno mejor es siempre el de los mejores efectivos, que ES EL DE LOS QUE SE SACRIFICAN.

Véase otra muestra de semejantes sacrificios de esa aristocracia jina o "toda" de los reyes incas. Hablando Garcilaso (III, LIII) de cómo eran armados caballeros los mozos de sangre real, habilitándolos para tomar estado e ir a la guerra, consagra después otro capítulo (el LV) a demostrar "cómo el príncipe heredero, al entrar en la probación, era tratado con mayor rigor que todos los otros", diciendo:

"El iniciador les hacía cada día un parlamento. Traíales a la memoria la descendencia del Sol; las hazañas hechas, así en paz como en guerra, por sus reyes pasados, y por otros famosos varones de la misma sangre real; el ánimo y esfuerzo que debían tener para aumentar su bienhechor imperio; la paciencia y sufrimiento en los trabajos para mostrar su generosidad; la clemencia, piedad y mansedumbre con los pobres y demás súbditos; la rectitud en la justicia; el no consentir que a nadie se hiciese agravio, y la liberalidad y magnificencia para con todos como verdaderos hijos del Sol. En suma, la persuasión a todo lo que en su moral filosófica alcanzaron que convenía a gente que se preciaba de ser divina y haber descendido del cielo... Hacíanles, además, dormir en el suelo, comer mal y poco, andar descalzos y otras mil probaciones, en las que entraba también, cuando era de edad adecuada, el primogénito del Inca, legítimo heredero del Imperio. Es de saber, en efecto, que, por lo menos, le examinaban con el mismo rigor que a cualquier otro, y le trataban peor, diciendo que, pues había de ser más tarde rey, era justo que en cualquier cosa que hubiere de hacer se aventajase a todos, porque si por achaques de la fortuna viniese a ser menos, se aventajase, sin embargo, a cualquiera en la adversidad, lo mismo en el obrar como en el sentir. Así, todo el tiempo que duraba el noviciado, que era de una luna nueva a otra, andaba el príncipe vestido del más pobre y vil hábito que se podría imaginar, hecho de andrajos vilísimos, y con él aparecía en público cuantas veces era menester, para que en adelante, cuando se viese poderoso rey, no menospreciase a los pobres, sino que se acordase haber sido uno de ellos y les hiciese caridad, para merecer el nombre de Huachacuyac, que daban a sus reyes, y que quiere decir amador y bienhechor de los pobres."

Esto de la pobreza, además, era entre los felices incas cosa nada más que relativa, por cuanto, como demuestra Garcilaso (III, IX), el rey, en caso necesario, daba de vestir, etc., a sus vasallos. No había así mendicidad alguna en todo el reino, dicha que para sí quisieran los más orgullosos pueblos modernos, cuyos fastuosos lujos de los pocos están cimentados en la más repugnante de las miserias de los muchos. Así es que el noble idealismo semirrevolucionario de un Henry George moderno nada tendría que hacer allí en un pueblo como aquél, que hacía continuos, justos y maravillosos repartos de tierra, ¡de esa Tierra que pertenece a todos sus hijos, como la cárcel pertenece al prisionero!

Las tierras incas, dice "Sócrates" en su Civiliçao dos Incas, separada la parte del culto y la del Estado, eran divididas entre los jefes de familia, conforme a las necesidades de cada uno y el número de los habitantes de los distritos. Hacíanse nuevos lotes para los recién casados, los cuales eran aumentados a proporción del crecimiento de la familia La tierra del pueblo se labraba y regaba siempre antes que la del Inca, y antes también eran labradas por los de cada pueblo -donoso ejemplo de solidaridad social- las tierras de las viudas, los huérfanos y los ausentes. Por otra parte, como el trabajo prestado por el pueblo en las otras tierras del Sol y del Inca era como un impuesto, los productos de las del pueblo eran aplicados íntegros para la manutención de la familia, mientras que el producto de aquellas otras tierras era destinado casi por entero a obras de interés colectivo, tales como vías públicas, puentes, fortificaciones, drenajes, pósitos, correos, etc., en las que tanto sobresaliesen los incas, hasta el punto de que nosotros, los españoles, hubimos de copiar no pocas cosas de ellos..., ¿Qué más, si al propio enfermo se le consideraba como huésped del Sol (por cuanto la enfermedad era el camino de irse con él algún día), y se le sostenía y medicinaba como tal huésped por el Estado? También eran tenidos como "huéspedes del Sol" cuantos pasaban de cuarenta y cinco años, después de haber dedicado, a la consolidación de su persona, veinte y veinticinco años al trabajo individual y colectivo, en el más ideal de los sistemas primitivos de jubilaciones, retiros y seguros, Conviene, en fin, leer al Padre José de Acosta respecto de los años "sabático" y "de jubileo".

La enseñanza incaica tenía, como todas las de las regiones del pasado, incluso el Cristianismo, una parte exotérica, pública o humana, y otra parte esotérica, privada, iniciática o jina, de la cual, si bien no se tienen detalles directos por los historiadores, por lo mismo que era secreta, sí puede colegirse cuál fuera leyendo entre líneas no pocas de las noticias que ellos nos suministran,

Una de ellas es la rapidez increíble y verdaderamente jina con que se ocultó, más que desapareció, la iniciación inca a la llegada de los conquistadores, tanto, que un hombre de sangre real, como Garcilaso, heredero directo del trono por su madre Isabel, si en éste hubiesen podido heredar las hembras, y que nació ocho años después de la conquista, apenas si pudo recoger de labios de su tío las vagas indicaciones ocultistas o jinas de su citada obra, Cual ocurre siempre en estos casos -caída de los pitagóricos, de los templarios y de otras sociedades secretas-, la iniciación inca se ocultó ipso tacto así que pusieron en el país su planta los conquistadores. Sepultóse también por toneladas el oro del templo del Cuzco y el de otros muchos, y se creó, como sucede siempre que se peca contra la Magia, o sea "contra el Espíritu Santo", el más terrible de los karmas colectivos, tal, que aún hoy, por desgracia, perdura , a partir de esa verdadera tragedia griega de los Atridas, que tuvo por principales personajes a Huáscar, Atahualpa, Pizarro y Almagro.

Otro rasgo plenamente jina es el que estampa Garcilaso (III, XVIII) cuando, al hablar de la batalla de Xaxahuana entre los chancas y los incas -en el lugar mismo en que fué después la decisiva entre Pizarro y Lagasca-, el Viracocha anima a estos últimos diciéndoles "que, a pesar de ser aquéllos mucho más numerosos, él les daría la victoria contra ellos, y de ellos les haría señor, porque le enviaría gente que, sin que fuese vista, le ayudase". En efecto, no sólo en la guerra, sino en todos los momentos, la relación secreta entre el Hierofante o Sumo Sacerdote y el Inca o Rey equivalía a otro auxilio "invisible y continuo" como el que, en tiempos de pasado esplendor, mediase entre el Sungado y el Mikado japonés. o entre el Colegio Sacerdotal romano y los primeros reyes iniciados (Rómulo, Numa, etc.), ó bien entre los shamanos, thibetanos y chinos, con los hombres superiores y reyes, como ya viéramos en el capítulo IX, y como podríamos ampliar si aquí trajésemos las extensas consideraciones que hemos consignado en numerosas páginas del tomo IV de esta Biblioteca. Sus ritos, por supuesto, eran secretos, como los de los druídas, y cuadraban a la perfecta superioridad de las gentes solares o incas sobre todas las demás de aquel continente, superioridad que en Astronomía les permitió predecir los "eclipses de Sol y de Luna, conocer los movimientos de los planetas, saber que la Tierra es redonda y gira en torno del Astro-rey, determinar con toda exactitud las estaciones y el año trópico, dividido como entre nosotros en doce meses, y aun contar, gracias a secretos iniciáticos aún desconocidos por nuestra ciencia europea, otro grandes ciclos solares, a la manera de los años solares heliacales, de que también nos ha hablado Platón.

Tras de la Astronomía, venía en la escala de la iniciación la Poesía y la Música, acerca de las que Garcilaso nos da algunos pasajes muy hermosos, todo ello sin contar con la Geometría y el arte de la Construcción, en las que por fuerza tenían que ser peritísimos, dado lo prodigioso de sus obras, que fueron admiración de los propios conquistadores.

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