CAPÍTULO VIII. LA HISTORIA Y LOS "JINAS"

Conclusiones deducidas de los capítulos anteriores. - Una palabra que no está en los diccionarios. -. Una lamentable definición de la Real Academia Española. - ¿Quiénes son los "jinas"? - Un pasaje del orientalista Anquetil, respecto de los magos de Persia. - Los janos, indiatis, jainos o jinas, y su rebeldía. El simbolismo del humano poder. - ¡Desvanecidos por maya hipnótica!- Un caso análogo de "jinas" consignado en la Historia de México de Fr. Diego Durán. - El emperador Moctezuma el viejo quiere enviar una embajada a la "tierra de sus antepasados". - Se ponen en acción todos los magos del reino.

- La entrevista con la madre del dios Huitzilopochtli. - El porqué de nuestra miseria y nuestra ceguera. - ¡Mortales inmortales! - Los hombres, al volver a saber esta verdad perdida, lloran con Moctezuma y Tlacaelel nuestra triste caída en la cárcel de esta vida transitoria.

Para no cansar ya más al lector con cosas relativamente abstrusas y antes de entrar en un nuevo orden de consideraciones, tendamos una ojeada general a la doctrina de los siete precedentes capítulos.

En ellos hemos visto, ante todo, la posibilidad y la necesidad de superar a nuestra ciencia moderna con el empleo del método teosófico o analógico fundado en la vieja clave de Hermes Trimegisto, porque este método, aunado con las más recientes conclusiones de la Hipergeometría, nos puede evidenciar la absoluta probabilidad de otros seres y otros mundos, hoy invisibles, que existen, sin embargo, a nuestro lado mismo, aunque ellos no nos sean apreciables de ordinario, por ser nosotros seres de meras tres dimensiones, y enedimensionados ellos. Apelando, en fin, a la Historia de la Filosofía, hemos demostrado también con textos relativos a Pitágoras, Platón, Lucrecio, Plutarco, Orígenes, San Pablo, Kant, etc., que para la Antigüedad sabia la tal existencia de otros seres y mundos invisibles era de absoluta realidad, desde el momento en que, unánimes y contestes, enseñan ellos que por encima de nuestro cuerpo está nuestra alma, y por encima de entrambas nuestro Supremo Espíritu, viviendo estos tres elementos fundamentales del verdadero Hombre, aun aquí abajo, tres vidas distintas: la animal, corpórea o terrestre; la humana, lunar o psíquica, y la divina, espiritual o solar, con .arreglo al sublime texto de Plutarco, cual si el verdadero Hombre fuera, como es, en efecto, un habitante al par del Sol, de la Luna y de la Tierra, un ser sometido, por tanto, a dos muertes sucesivas: la muerte física que le priva de su cuerpo material llevándole a los ámbitos del espacio demarcados por la órbita o esfera de la Luna, y la muerte psíquica, segunda muerte que, en el caso favorable, quizá poco frecuente, de un completo triunfo del alma o psiquis sobre los elementos inferiores pasionales, liga definitivamente al alma y al Espíritu, con arreglo al verdadero significado de la conocidísima fábula de Psiquis y Heros, de Apuleyo, de la que trataremos en su día, mientras que en el contrario y más frecuente caso de las almas encenagadas en las pasiones y en el egoísmo, esta unión puede hasta romperse, acarreando al hombre los más tristes destinos.

Aquellos de nuestros lectores que conozcan los anteriores tomos de esta nuestra Biblioteca comprenderán sin esfuerzo que los siete, capítulos precedentes podrían continuarse con muchos otros relativos a los clásicos grecolatinos iniciados en los Misterios y aun con otros autores, tanto orientales como europeos; pero con ello no conseguiríamos sino abusar de la ansiedad de los que hasta aquí nos han seguido leyendo y que, impacientes, se habrán preguntado de seguro: "¿Cómo matar a la muerte, al tenor del titulo del presente libro? Y, además, ¿qué diablo de seres son esos jinas del subtítulo, -cuya palabra empieza por no estar en los diccionarios?" .

Respecto de la primera pregunta, la contestación es sencilla: a la muerte se la mata así que se adquiere conciencia de la inmortalidad; se la mata desde el momento en que, por intuitiva fe y por filosófico estudio como el que vamos haciendo, se demuestra su gran mentira, puesto que, si desde el punto de mira positivista, no es ella sino un aniquilamiento de la conciencia y una disociación de los elementos del organismo hasta entonces vivo en otros organismos inferiores, acabando en agua, anhídrido carbónico y unos cuantos álcalis, para el que ve más hondo, al tenor de los principios filosóficos y analógicos, ya ella no es sino una mera transformación; uno como despojarse el alma lunar del hombre -y aun de los animales y plantas  de las viejas vestiduras corpóreas, para pasar al mundo inmediatamente superior, al que nosotros hemos denominado "mundo de los jinas".

En cuanto a la pregunta segunda, o sea la relativa a quiénes sean estos seres y cuál su dicho mundo, la cosa, como nueva, resulta un poco compleja, precisando algunas previas explicaciones que se irán ampliando luego.

De los varios tomos de esta nuestra Biblioteca de las Maravillas se desprenden, en efecto, multitud de detalles filosóficos, legendarios y aun históricos relativos a unos seres invisibles que existen, al parecer, a nuestro lado mismo, seres de cuarta o ulterior dimensión a los que, siguiendo la tradición universal, hemos dado en denominar genéricamente finas. Al intentar hoy en este honrado tomo un nuevo y más concreto tratado acerca de ellos, es indispensable, pues, el hacer un resumen de cuanto hemos podido apreciar en aquellos otros respecto a tan sugestivo asunto; es decir, una concreta exposición de hechos que más al por menor pueden verse en sus lugares respectivos y que vendrán así a contestar cumplidamente a aquella interrogación naturalísima. Semejantes detalles son los más propios para excitar la dormida curiosidad del más escéptico y aun ponerle los pelos de punta con el misterioso escalofrío de lo superliminar y lo sublime.

Enumeremos con la sencillez de quien se siente muy por encima de todo temor al necio ridículo, cuantos casos de jinas conocemos. El lector, si se fija, recordará quizá alguno más de su propia experiencia, y si la encuesta sobre el particular de los extraños hechos de los jinas se ampliase a cuantos han devorado dudas científicas, penas morales y acerbos sufrimientos físicos, la lista tomaría las proporciones gigantescas de lo que confunde, anonada y abruma.

Entre los millares de casos jinas que registra la historia merece puesto de honor el siguiente, relativo al Imperio soberbio de los persas, caso narrado nada menos que por el propio orientalista Anquetil y persona la menos sospechosa, por tanto, en tales cuestiones.

Este gran pueblo persa, dice dicho autor, vivió feliz unos millares de años, gobernado por magos (supervivientes de la catástrofe atlántica), hasta que trocó, como- luego Israel, el paternal gobierno sabio de sus Jueces o doctos, por el tiránico y absurdo de sus Reyes guerreros. El Imperio empezó así por un Darío dominador y acabó por otro Darío vencido: ¡un Imperio tan soberbio, que, por mano de Jerjes, mandó azotar al mar y cargarle de cadenas cual a esclavo, por el delito de lesa majestad de haber deshecho con sus olas el puente de barcas construído sobre el Bósforo, para pasar a dominar a los libres pueblos griegos que aún conservan sus clásicas instituciones redentoras!

Ciro habla ya realizado, dice Anquetil, las más épicas hazañas en Asia Menor, Asiría y Babilonia, y Cambises había ya dominado el Egipcio y la Etiopía, por manera que el Imperio de los persas se extendía desde la Cirenaica hasta la India, y desde la Etiopía y la Arabia hasta el, Caspio y el Ara!. ¡Prácticamente creyó Darío, en su ceguera, que había dominado ya a su despótico capricho al mundo (Odo conocido!

Pero los astutos magos, deseosos de vengarse de su soberbia con sus burlas, y conocedores, de siempre, de ese extraño pueblo jina, que es invisible de ordinario a nuestra vista, pero del que estamos separados, valga la frase, por el tenue velo de niebla hipergeométrica de la cuarta dimensión, hubieron de humillar al déspota, diciéndole:

-No seas necio. En todo cuanto dices de que el mundo entero te rinde vasallaje, no hay sino la ilusión más crasa. ¡Bien cerca tienes, por ejemplo, un felicísimo pueblo escita, el de los indiatis o jaínos, a quienes no sólo no someterás, sino que cuantas veces lo intentes, se burlarán de ti!

Ciego de ira Darío ante tamaña posibilidad humillante, destacó en el acto una. embajada a aquellos adoradores del dios Jano, intimándoles el vasallaje más estricto. El resultado de la embajada no se hizo esperar; los emisarios, llenos de recelos respecto a las- mil extrañas cosas que durante su misión les aconteciesen, cosas como para poner a prueba al más escéptico en cuanto a posibilidades desconocidas de la naturaleza, depositaron a los pies del César los objetos que, por toda contestación, les habían dado para él los cuitados aquellos, es a saber: un topo, un pez, un pájaro, un poco de amianto y un haz de cinco flechas. Los adivinos a sueldo del tirano quedaron perplejos ante aquella dudosa prueba del jaíno vasallaje. sin saber cómo interpretada; pero los magos le sacaron sarcásticamente de su perplejidad, diciéndole:

-¡Sí! ¡Te prometen completo vasallaje, para cuando seas dueño del interior de la tierra, como el topo; de las aguas, como el pez; de los aires, como el ave; cuando puedas resistir incólume la acción del fuego como los hilos del amianto y dominar, en fin, tu pensamiento con el conocimiento mágico de la Pentalfa y de la Década o "haz de las cinco flechas" que te envían!

Indignado Darío dió la orden de que se atacase inmediatamente al rebelde pueblo burlón, pero sus legiones no sólo no encontraron a nadie, sino que el país mismo que buscaban se les ocultó cual tenue neblina de la mañana...

Un segundo caso muy análogo al anterior e instructivo por demás. es el consignado por el P. Durán en su notabilisima e inestudiada Historia de México. El antedicho pueblo jina de Darío aparece aquí -ya se verá más adelante la razón de ello- como el país originario de la humanidad o, al menos, de los pueblos mexicanos. El perdido Paraíso primitivo como si dijéramos.

Veámoslo:

                Cuenta dicha Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme, de Fray Diego Durán -hermoso libro escrito a raíz de la colonización española de tan vasto Imperio- que viéndose el emperador Moctezuma en la plenitud de sus riquezas y glorias, se creyó poco menos que un dios. Los magos o sacerdotes del reino, mucho más sabios que él y más ricos, puesto que dominaban todos sus deseos inferiores, hubieron de decide:

-¡Oh, nuestro rey y señor! No te envanezcas por nada de cuanto obedece a tus órdenes. Tus antepasados, los emperadores que tú crees muertos, te superan allá en su mundo tanto como la luz del Sol supera a la de cualquier luciérnaga...

Entonces el emperador Moctezuma, con más curiosidad aún que orgullo, determinó enviar una lucida embajada cargada de presentes a la Tierra de sus mayores, o sea la bendita Mansión del Amanecer, más allá de las siete cuevas de Pacaritambo, de donde era fama que procedía el pueblo azteca y de las que tan laudatoria mención hacen sus viejas tradiciones. La dificultad, empero, estaba en lograr encontrar los medios y el verdadero camino para llegar felizmente a tan oscura y misteriosa región, camino que, en verdad, no parecía conocer ya nadie.

Entonces el emperador hizo comparecer a su ministro Tlacaelel ante su presencia, diciéndole:

-Has de saber ¡oh Tlacaelel!, que he determinado juntar una hueste compuesta por mis más heroicos caudillos, y enviarlos muy bien aderezados y apercibidos con gran parte de las riquezas que el Gran Huitzilipochtli se ha servido deparamos para su gloria, y hacer que las vayan a poner reverentemente a sus augustos pies. Como también tenemos fidedignas noticias de que la madre misma de nuestro Dios aún vive, podía serle grato también el saber de aquestas nuestras grandezas y esplendores ganados por sus descendientes con sus brazos y sus cabezas.

Tlacaelel respondió.

-Poderoso Señor. Al hablar tal como has hablado, no se ha movido, no, tu real pecho por ansias de mundanos negocios, ni por propias determinaciones de tu tan augusto ,corazón, sino porque alguna deidad excelsa así te mueve a emprender aventura tan inaudita como la que pretendes. Pero no debes ignorar, Señor, que lo que con tanta decisión has determinado, no es cosa de mera fuerza, ni de destreza o valentía, ni de aparato alguno de guerra, ni de astuta política, sino cosa de brujas y de encantadores capaces de descubrirnos previamente con sus artes el camino que conducirnos pueda a semejantes lugares. Porque has de saber, ¡oh poderoso príncipe!, que, según cuentan nuestras viejas historias, semejante camino está cortado desde luengos años ha, y su parte de este lado ciega ya con grandes jarales, y breñales poblados de monstruos invencibles, médanos y lagunas sin fondo, y espesísimos carrizales y cañaverales donde perderá la vida cualquiera que semejante empresa intente temerario. Busca, pues, Señor, como remedio único contra tamaños imposibles a esa gente sabia que te digo, que ellos, por sus artes mágicas, podrán quizá salvar todos esos imposibles humanos, e ir hasta allá trayéndote luego las nuevas que nos son precisas acerca de semejante región, región de la que se dice por muy cierto que cuando nuestros abuelos y padres la habitaran antes de venir en larga peregrinación hasta las lagunas de México, en las que vieron el prodigio del tunal o zarza ardiendo , era una prodigiosísima y amena mansión donde disfrutaban de la paz y del descanso, donde todo era feliz más que en el más hermoso de los ensueños, y donde vivían siglos y siglos sin tornarse viejos ni saber lo que eran enfermedades, fatigas ni dolores, ni tener, en fin, ninguna de esas esclavizadoras necesidades físicas que aquí padecemos, pero después que de tal paraíso salieron nuestros mayores para venir aquí, todo se les volvió espinas y abrojos; las hierbas les pinchaban; las piedras les herían y los árboles del camino se les tornaron duros, espinosos e infecundos, conjurándose todo contra ellos para que no pudieran retornar allá, y así cumpliesen su misión en este nuestro mundo.

Moctezuma, oyendo el buen: consejo del sabio Tlacaelel, se acordó del historiador real Cuahucoatl -literalmente el "Dragón de la Sabiduría", constante nombre de los adeptos de la Mano Derecha o Magos blancos-, venerable viejo que nadie sabía contar sus años, e inmediatamente se hizo llevar hasta su retiro en la montaña, diciéndole, después de haberle saludado reverente:

-Padre mío; anciano nobilísimo y gloria de tu pueblo: mucho querría saber de ti, si te dignases decírmelo, qué memoria guardas tú en tu ancianidad santa acerca de la historia de las Siete Cuevas celestes donde habitan nuestros venerandos antepasados, y qué lugar es aquel santo lugar donde mora nuestro dios Huitzilipochtli, y del cual vinieron hasta aquí nuestros padres.

-Poderoso Moctezuma -respondió solemnemente el anciano-: lo que este, tu servidor, sabe respecto de tu pregunta, es que nuestros mayores, en efecto, moraron en aquel feliz e indescriptible lugar que llamaron Aztlán, sinónimo de pureza o blancura . Allí se conserva todavía un gran cerro en medio del agua, al que llaman Culhua-can, que quiere decir cerro tortuoso o de las Serpientes. En dicho cerro es donde están las cuevas y donde, antes de aquí venir, habitaron nuestros mayores dilatados años. Allí, bajo los nombres de medjins y aztecas , tuvieron grandísimo descanso; allí disfrutaban de gran cantidad de patos de todo género, garzas, cuervos marinos, gallaretas, gallinas de agua, muchas y diferentes clases de hermosos pescados, gran frescura de arboledas cuajadas de frutos y adornadas de pajarillos de cabezas coloradas y amarillas, fuentes cercadas de sauces, sabinas y enormes alisos. Andaban aquellas gentes en canoas, y hacían camellones, en los que sembraban maíz, chile, tomates, nahutlis, freijoles y demás géneros de semillas de las que aquí comemos, y que ellos trajeron de allí, perdiéndose otras muchas. Mas, después que salieron de allí a esta tierra firme y perdieron de vista tan deleitoso lugar, todo, todo se volvió contra ellos: las hierbas les mordían; las piedras les cortaban; los campos estaban llenos de abrojos, y hallaron grandes jarales y espinos que no podían pasar, ni asentarse y descansar en ellos. Todo lo hallaron, además, cuajado de víboras, culebras y demás bichos ponzoñosos; de tigres, leones y otros animales feroces que les disputaban el suelo y les hacían imposible la vida. Esto es lo que dejaron dicho nuestros antepasados y esto es cuanto puedo decirte con cargo a nuestras historias, ¡oh, poderoso Señor!

El rey respondióle al anciano que tal era la verdad, por cuanto Tlacaelel daba aquella misma relación. Así, pues, mandó al punto que fuesen por todas las provincias del Imperio a buscar y llamar a cuantos encantadores y hechiceros pudiesen hallar. Fueron, pues, traídos ante Moctezuma hasta cantidad de sesenta hombres, toda gente anciana, conocedora del arte mágico, y una vez reunidos los sesenta, el emperador les dijo:

-Padres y ancianos, yo he determinado conocer hacia dónde está el lugar del que salieron los mexicanos antaño, y saber puntualmente qué tierra es aquélla, quién la habita, y si es viva aún la madre de nuestro dios Huitzilipochtli. Por tanto, apercibíos para ir hasta allá con la mejor forma que os sea dable, y retornar brevemente acá.

Mandó además sacar gran cantidad de mantas ,de todo género; vestiduras lujosas; oro y muy valiosas joyas; mucho cacao, algodón, teonacaztli, rosas de vainillas negras y plumas de mucha hermosura; lo más precioso, en fin, de su tesoro, y se lo entregó a aquellos hechiceros, dándoles también a ellos su paga y mucha comida para el camino, para que con el mayor cuidado cumpliesen con su cometido.

Partieron, pues, los hechiceros, y llegados a un cerro que se dice Coatepec, que está en Tulla , hicieron sus invocaciones y círculos mágicos embijándose con aquellos ungüentos que todavía se usan en tales operaciones...

Una vez en aquel lugar, invocaron al demonio -a sus respectivos daimones familiares, querrá decir-, y al que suplicaron les mostrase el verdadero lugar donde sus antepasados vivieron. El demonio, forzado por aquellos conjuros, les transformó, a unos, en aves; a otros, en bestias feroces, leones, tigres, adives y gatos espantosos, y los llevó a ellos y a todo cuanto ellos conducían al lugar habitado por los antepasados.

Llegados así a una laguna grande, en medio de la cual estaba el cerro de Culhuacán, y puestos ya en la orilla, volvieron a tomar la forma de hombres que antes tenían, y cuenta la historia que viendo ellos a alguna gente que pescaba en la otra orilla, los llamaron. La gente de tierra, llegóse con canoas, preguntándoles de dónde eran y a qué venían. Ellos entonces respondieron:

-Nosotros, señores, somos súbditos del gran emperador Moctezuma, de México, y venimos mandados por éste para buscar el lugar donde habitaron nuestros antepasados.

Entonces los de tierra preguntaron que a qué Dios adoraban, y los viajeros contestaron:

-Adoramos al gran Huitzilipochtli, y, tanto Moctezuma como su consejero Tlacaelel, nos ordenan buscar a la madre de Huitzilipochtli, llamada Coatlicué, habitante de las cuevas de Chicomoztoc, pues para ella y para toda su familia traemos ricos presentes.

Seguidamente les mandaron aguardar y fueron a decir al ayo de la madre de Huitzilipochtli:

-Venerable Señor: unas gentes extrañas han aportado a esta ribera y dicen que son mexicanos y que aquí les envía un gran señor, por nombre Moctezuma, y otro que llaman Tlacaelel, con ricos presentes.

El anciano les dijo:

-Que sean ellos bienvenidos, y traédnoslos acá.

                Al punto volvieron con sus canoas, y metiendo a los viajeros en ellas, los pasaron al cerro de Culhuacán, el cual cerro dicen que es de una arena muy menuda, que los pies de los viajeros se hundían en ella sin poder casi avanzar. Llegando así a duras penas hasta la casita que el viejo tenía al pie del cerro, éstos saludaron al anciano con grandísima reverencia, y le dijeron:

                -Venerable maestro, henos aquí a tus siervos en el lugar donde es obedecida tu palabra y reverenciado tu hábito protector.

                El viejo, con gran amor, les replicó:

-Bienvenidos seáis, hijos míos. ¿Quién es el que os envió acá? ¿Quién es Moctezuma y quién Tlacaelel Cuauhcoatl? Nunca aquí fueron oídos tales nombres, pues los señores de esta tierra se llaman Tezacatetl, Acactli, Ocelopán, Ahatl, Xochimitl, Auxeotl, Tenoch y Victon, y éstos son siete varones, caudillos de gentes innumerables. A más de ellos, hay cuatro maravillosos ayos, o tutores del gran Huitzilipochtli, dos de ellos que se llaman Cuauhtloquetzqui y Axolona.

Los viajeros asombrados, dijeron:

-Señor, todos esos nombres nos suenan a nosotros como seres muy antiguos, de los que apenas si nos queda memoria en nuestros ritos sagrados, porque hace ya luengos años que todos ellos han sido olvidados o muertos.

El viejo, espantado de cuanto oía, exclamó:

                -¡Oh Señor de todo lo criado!, pues, ¿quién los mató, si aquí están vivos?, porque en este lugar no se muere nadie, sino que viven siempre. ¿Quiénes son, pues, los que viven ahora?

Los enviados respondieron, confusos:

                -No viven, señor, sino sus biznietos y tataranietos, muy ancianos ya todos ellos. Uno de éstos es el gran sacerdote de Huitzilipochtli, llamado Cuauhcoatl.

El viejo, no menos sorprendido que ellos, clamó con magna voz:

                -¿Es posible que aún no haya vuelto ya aquí ese hombre, cuando desde que de aquí salió para ir entre vosotros le está esperando inconsolable, y día tras día, su santa madre?

Con esto el viejo dió la orden de partida para el palacio real del cerro. Los emisarios, cargados con los presentes que habían traído, trataron de seguirle, pero les era imposible casi el dar un solo paso, antes bien, se hundían más y más en la arena, como si pisasen en un cenagal. Como el buen anciano los viese en tal apuro y pesadumbre, viendo que no podían caminar, mientras que él lo hacía con tal presteza que casi parecía no tocar el suelo, les preguntó amoroso:      -¿Qué tenéis, oh mexicanos, que tan torpes y pesados os hace? para así estar, ¿qué coméis en vuestra tierra?

-Señor -le respondieron los cuitados-, allí comemos cuantas viandas podemos de los animales que allí se crían, y bebemos pulque-. A lo que el viejo, lleno de compasión, replicó:

-Esas comidas y bebidas, al par que vuestras ardientes pasiones, son las que así os tienen, hijos, tan torpes y pesados. Ellas son las que no os permiten llegar a ver el lugar donde viven vuestros antepasados, y os acarrean una prematura muerte, en fin. Sabed además que todas esas riquezas que ahí traéis, para nada nos sirven acá, donde sólo nos rodean la pobreza y la llaneza.

Y diciendo esto, el anciano cogió con gran poder las cargas de todos y las subió por la pendiente del cerro como si fuesen una pluma...

El capítulo XXVII de la citada obra del P. Durán, aquí parafraseado, se extiende luego en un relato acerca del encuentro de los embajadores con la madre de Huitzilipochtli, del que entresacamos lo siguiente:

Una vez arriba, les salió una mujer, ya de grande edad, tan sucia y negra, que parecía como cosa del infierno , y llorando amargamente les dijo a los mexicanos:

-Bienvenidos seáis, hijos míos, porque habéis de saber que después que se fué vuestro dios y mi hijo Huitzilipochtli deste lugar, estoy en llanto y tristeza esperando su vuelta, y desde aquel día no me he lavado la cara, ni peinado, ni mudado de ropa, y este luto y tristeza me durarán hasta que él vuelva.

Viendo los mensajeros una mujer tan absolutamente descuidada, llenos de temor dijeron:

-El. que acá nos envía es tu siervo el rey Moctezuma y su coadjutor Tlacaelel Sivacoatl, y sabed que él no es el primer rey nuestro, sino el quinto. Dichos cuatro reyes, sus antecesores, pasaron mucha hambre y pobreza y fueron tributarios de otras provincias, pero ahora ya está la ciudad próspera y libre, y se han abierto caminos por tierra y mar, y es cabeza de todas las demás, y se han descubierto minas de oro, plata y piedras preciosas, de todo lo cual os traemos presentes.

Ella les respondió, ya aplacado su llanto:

-Yo os agradezco todas vuestras noticias, pero os pregunto si son vivos los viejos ayos (sacerdotes) que llevó de aquí mi hijo.

                -Muertos son, señora, y nosotros no los conocimos ni queda de ellos otra cosa que su sombra y casi borrada memoria.

                Ella, entonces, tornando a su llanto, preguntóles:

                -¿Quién fué quien los mató, puesto que acá todos sus compañeros son vivos? - Y luego añadió: ¿Qué es eso que traéis de comer? Ello os tiene entorpecidos y apegados a la tierra, y ello es la causa de que no hayáis podido subir hasta acá.

Y dándoles embajada para su hijo, terminó diciéndoles a los visitantes:

-Noticiad a mi hijo que ya es cumplido el tiempo de su peregrinación, puesto que ha aposentado a su gente y sujetado todo a su servicio, y por el mismo orden gentes extrañas os lo han de quitar todo , y él ha de volver a este nuestro regazo una vez que ha cumplido allá abajo su misión. 

Y' dándoles una manta y un braguero -¿cíngulo de castidad?- para su hijo los despidió.

                Pero no bien comenzaron los emisarios a descender por el cerro, volvió a llamados la anciana, diciéndoles:

-Esperad, que vais a ver cómo en esta tierra nunca envejecen los hombres. ¿Veis a este mi viejo ayo? Pues en cuanto descienda adonde estáis, veréis qué mozo llega.

El viejo, en efecto, comenzó a descender, y mientras más bajaba más mozo se iba volviendo, y no bien volvió a subir tornó a ser tan viejo como antes, diciéndoles:

-Habéis de saber, hijos míos, que este cerro tiene la virtud de tornarnos de la edad que queremos, según subamos por él o de él bajemos. Vosotros no podéis comprender esto, porque estáis embrutecidos y estragados con las comidas y bebidas, y con el lujo y riquezas.

Y para que no se fuesen sin recompensa de lo que habían traído, les hizo traer todo género de aves marinas que en aquella laguna se crían, todo género de pescados, legumbres y rosas, mantas de nequen y bragueros, una para Moctezuma y otra para Tlacaelel.

Los emisarios, embijándose como a la ida, volviéronse los mismos fieros animales que antes para poder atravesar el país intermedio, regresaron al cerro de Catepec, y, tornando allí a su figura racional, caminaron hacia la corte, no sin advertir que de entre ellos faltaban veinte por lo menos, porque el demonio, sin duda, los diezmó en pago por su trabajo, por haber andado más de trescientas leguas en ocho días, y aun más brevemente los hubiera podido aportar como aquel otro a quien trajo en tres días desde Guatemala, por el deseo que tenía cierta dama vieja de ver la hermosa cara del mismo, según se relató en el primer auto de fe que en México celebró la Santa Inquisición...

Maravillado quedóse Moctezuma de todo aquello, y llamando a Tlacaelel, entrambos ponderaron la gran fertilidad de aquella santa tierra de sus mayores; la frescura de sus arboledas, la abundancia sin igual de todo, pues que todas las sementeras se daban a la vez, y mientras unas se sazonaban, otras estaban en leche, otras en cierne y otras nacían, por lo que jamás podía conocerse allí la miseria. Al recuerdo este de semejante tierra de felicidad, rey y ministro comenzaron a llorar muy amargamente, sintiendo la nostalgia de ella y el ansia sin límites de algún día volver a habitada, una vez cumplida aquí abajo su humana misión.

Hasta aquí la deliciosa referencia del santo e ingenuo monje, quien, bajo sus hábitos, siguió siendo el noble mexicano enamorado de sus tradiciones sagradas aztecas, que no son sino tradiciones al pueblo jina relativas. Acaso precisamente por ello, nunca fué bien visto de sus contemporáneos, ni de sus compañeros, escapándose a duras penas de ser perseguido como relapso.

Pero este debelador de los jinas de México, ya que no se vió directamente perseguido, hubo de sufrir por su obra la aún más temible "persecución del silencio", Por eso ha podido decir de él un benemérito cronista mexicano, don José F. Ramírez, en la introducción que pone a la dicha obra: "La Historia, que conserva recuerdos harto triviales, suele dejar en el olvido hechos y nombres que la posteridad inútilmente le demanda. Injusta con Fray Diego Durán, le deparó todas las desventuras que pueden perseguir al que ha consumado una larga y laboriosa vida en útiles trabajos. Apareciendo en sus obras como uno de los más ardientes propagadores del Evangelio en el siglo XVI, ignoramos cuáles fueron el teatro y fruto de sus tareas apostólicas, Diligente investigador y conservador de antiguas tradiciones y monumentos históricos, trabajó para extraños o para la polilla, no dejándonos recuerdo alguno, ni de su familia ni de su persona." Sólo se sabe por el cronista mismo de su provincia, Dávila Padilla, QUE ERA HIJO DE MÉXICO, que escribió dos libros, uno de historia y otro de antiguallas de los indios, que vivió muy enfermo y murió en 1588. "Los escritores posteriores no han hecho más que repetir lo que aquél dijo, y algunos de ellos con variantes que despojan al desventurado escritor de lo último que se le podía quitar: su nombre, su patria y la propiedad de sus escritos" .

Y que estos últimos fueron notabilísimos, lo prueba el aprecio en que ya se tienen por todos los verdaderos amantes de las glorias mexicanas cuanto de la imparcialidad que a la historia debe siempre presidir.

La ciencia, en efecto, tendrá siempre que agradecer al gran dominico el habernos dado el sencillo panorama de los tiempos de México que precedieron a la conquista española, con todos los rasgos fidedignos relativos a sus ideas religiosas, calcadas, como llevamos visto, en este prodigioso mundo jina que empezamos a estudiar, y que, aun admitido simplemente como hipótesis, podría esclarecer muchas dudas de las que han asaltado a varios juiciosos historiadores e investigadores de los riquísimos códices del Anahuac, con el mártir de Boturini a la cabeza .

Como el espacio de que aquí disponemos no da lugar a más, consignaremos tan sólo los siguientes puntos de estudio, todos con cargo a la obra de Durán:

a) El pasaje del Libro IV, de los Reyes, capítulo 17, relativo a pueblos israelitas, trasladados a tierra remota, apartada e inhabitada, en tiempos de Salmanasar.

b) El relativo al éxodo mexicano, en perfecto paralelismo con los relatos del Pentateuco de Moisés.

e) Los mitos mexicanos respecto de los gigantes y de la Torre de Babel, y que el buen positivista Ramírez atribuye a "imperfectas nociones del cristianismo, adquiridas acaso por los indios de los primeros tiempos".

d) Los sacrificios religiosos en la cumbre de las montañas mexicanas, degradación de la famosa "adoración en los montes de Samaria", tan execrada por la Biblia.

e) Las lluvias de celeste alimento, que recuerdan las del maná hebreo.

f) El relato que le hace un viejo azteca "a la manera de los viejos de España" (obra citada, pág. 6). Los del centenario de Cholula, y los relativos a los seis géneros de gentes que hubieron de preceder en su éxodo a los aztecas, entre los que figuran los calcas o chalcas, pueblo iniciático o calcídico que da nombre a infinitas ciudades en la Mongolia, Indo-China, India, Siria, Asia-Menor, Grecia y aun Marruecos, Italia, España, etc., como hemos expuesto en diversos lugares de nuestras obras.

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