CAPÍTULO PRIMERO EL OTRO MUNDO Y LA HIPERGEOMETRÍA

El eterno misterio.- ¿Es nuestro mundo el único mundo?- El tema de la Justificación de nuestra alma atormentada.- Existen en el espacio infinito otros hombres, otras mentes y otros mundos.- El devenir evolutivo.- Las existencias inmateriales y la doctrina de Kant.- Comunicaciones con Marte, ¿para qué?- La Sodoma bíblica y .nuestros tristes días.- Los justos modernos.- La onda de Hertz, las religiones, el espiritismo y el arte, como posibles medios de comunicación con otros mundos.- Una página del catecismo ocultista.- La "cárcel" de Platón y la "Maya" o Gran Ilusión hindú.- El "Velo de Isis".- Cosmos o Armonía.- La serie de los universos, como la de los números, es indefinida.

Con esa ansia insaciable, cantada por Goethe en su titánica epopeya del Fausto, nos hemos preguntado cien veces, frente al problema pavoroso de la muerte:

-¿Es nuestro mundo EL ÚNICO MUNDO?

Interrogación gallarda que no es, en suma, sino el Tema wagneriano de la justificación con que la Elsa simbólica de nuestra alma atormentada llama con fuerza a las puertas de lo Desconocido, en demanda del Lohengrin de sublime Patria y de secreto Nombre que ha de llegar para hacer justicia a nuestras torturas de rebeldes caídos. Interrogación a la que nuestra conciencia psicológica, Voz de la Divinidad en nosotros que diría San Pablo, responde siempre, con Lucrecio (De Rerum Naturae):

-¡NO PUEDE DUDARSE DE QUE EN EL ESPACIO INFINITO EXISTEN OTROS HOMBRES, OTRAS MENTES Y OTROS MUNDOS!

O con esta otra frase, compendio de toda nuestra ciencia positiva:

-A la unidad de la Materia en todo el Cosmos- evidenciada par el análisis espectral - y a la unidad de la Energía Inteligente que al Cosmos preside - al tenor de la evidenciada par nuestras cálculos y observaciones-, corresponde necesariamente una Suprema Vida, un universal y eterno Devenir evolutivo, que jamás agote su armónica policromía vital, ni en los millones de millones de astros que pululan como meros átomos en el Abismo cerúleo, ni en el seno fecundo de cada uno de estos astros mismos.

Tan arraigada se halla, en efecto, esta "idea innata" que diría Leibnitz, en las mentes de todos los hombres, que hoy mismo ha sentido el mundo, el escalofrío de la sublime ante el mero anuncio de haberse creído recibir extrañas señales radiotelegráficas procedentes de Marte, nuestro planeta vecino.

-¿Comunicación con Marte? - ¿Para qué? - hemos exclamado, escépticos, en el primer momento.- ¿Para reclamar de nuestros hermanos ultraselenitas algún perfeccionamiento guerrero que "aún no hemos tenida la dicha de ensayar", destruyendo a nuestros hermanos de la tierra con esa operatoria mágica de que ya nos habla el viejo Mahabharata, y can la que se dice que una especie de raya de varias kilómetros ponía fuera de combate instantáneamente a ejércitos enteros?  ¿Para envenenar, acaso, a las mil veces infelices mardanos con la virulencia de nuestra lucha de clases llamadas a la cooperación armónica, lucha en la que nos disputamos como fieras un pedazo de mísero "pan material", de ese pan que no es, según el Maestro Jesús, el solo y efectivo alimenta del hambre, ya que el Hombre verdadero que cobija a nuestra bestia física, y que perdura cuando esta última muere, vive más bien de "la Palabra de Verdad y de Amar", que únicamente podemos volver a encontrar por un Arte y una Ciencia altruístas? (O bien queremos comunicarnos con dichos moradores del rojizo planeta para ver de imponerles un día, por perfidia de violencias o violencia de perfidias, primero nuestros dogmas religiosomaterialistas encerrados en los lechos de Procusto de otras tantas creencias que dan endiosamiento y buen vivir a sus doctores, luego nuestros absurdos cronicones históricos falsificados desde Herodoto hasta Eusebio, Scio y Petavio y desde la Prehistoria hasta nuestros días? ¿O queremos, en fin, plantar también allí, en lo físico, lo intelectual y lo espiritual, nuestro eterno "¡se prohibe el paso!", continuación del clásica "¡non plus ultra!" con el que la inercia de la ignorancia, la ambición y la hipocresía, trata de encadenarnos a la roca, como antaño. al viejo Prometeo del mito? . . .

Pero no. Si la Sodoma bíblica hubiera sido perdonada, si en ella se hubiesen hallado tan sólo Cinco justos, el mundo actual cuenta con más de cinco y de cinco mil justos, que hagan perdonables, en todos los órdenes, extravíos hijos de la ignorancia egoísta, pues que en este mundo lo que realmente ocurre es que una minaría perversa tiraniza, con las peores artes, a una considerable mayoría de afligidos, de perseguidos, que tienen hambre de Ideal y sed de Justicia distributiva: seres que siguen lo más fielmente posible los tres definitivas preceptos del Derecho romano, cimentadores de todo orden moral no mojigata, a saber: el honeste vivere (vivir honradamente), el alterum non leadere (no dañar a otro) y el suum cuique tribuere (dar a cada uno lo suyo). Semejantes justos, por su parte, tienen, más que el derecho, el deber de comunicarse algún día con los demás Hijos Resplandecientes de un Cosmos que, etimológicamente, no es sino Armonía; es decir, forma universal de la Justicia de las Esferas, que Pitágoras, como justa que era también, ¡oía!...

Los medios para semejante comunicación no aparecen, sin embargo, por parte alguna hoy. Es cierto que los múltiples tratadistas, antiguos y modernos, citados por Flammarión en su ya clásica Pluralidad de los mundos habitados, han intuído y fantaseado prodigiosamente acerca de seres de otros astros, y aun del espacio mismo interplanetario, y que como pertenecientes a nuestro "archipiélago solar", tarde o temprano, y en vida o en muerte, habrán de comunicarse con nosotros. Cierto es también que hoy poseemos un instrumento genuinamente físico, la onda de Hertz, para la que no existe ya imposibilidad teórica de alcanzar gallarda, mejor aun que su hermana la lumínica, al menos hasta planetas vecinos, como la Luna, Marte, Venus o Júpiter. Cierto es, por otro lado, que toda una escuela filosófica moderna, de vieja raigambre en la entraña de la historia -el Espiritismo-, ha pretendido más de una vez el darnos, como auténticas, comunicaciones con nuestros muertos queridos, moradores, bien de otros astros del espacio, a bien de mundos ene-dimensionales, que no son sino otras tantas posibilidades del Espacio Abstracto Incognoscible que, a guisa de única y efectiva Divinidad, se halla doquiera, por esencia, presencia y potencia, después de abstraídas filosóficamente todas las apariencias sensibles. Cierto, asimismo, que todas las grandes religiones troncales: jainismo, brahmanismo, parsismo, paganismo, judaísmo, buddhismo, sintoísmo, cristianismo, mahometismo., han glorificado a sus excelsos fundadores, cama otros tantos Tirtankaras, Rishis, Zoroastros, Avataras, Manús, Enviados, Hijos de Dios, Sephirothes, etc., etc., admitiendo, con fe admirable, la posibilidad que el Justo de todo tiempo, creencia o país tiene que ponerse al habla con ellos, ora mediante la mística yoga, el éxtasis, la fe íntima y la autoconciencia trascendente de Schopenhauer, ora remontando uno a uno, con su Amor místico, los infinitos peldaños de una Escala de Jacob, o Cadena de millones de devas, ángeles, jerarquías celestes, dioses, semidioses, jinas, héroes, etc., en número tan incalculable como el de las unidades matemáticas de los diferentes órdenes; ora, en fin, por la mediación, ya más próxima a nosotros, de los respectivos Lamas, Shamanos, Maestros, Sumos Sacerdotes o Pontífices; es decir, de efectivos "constructores de místicos puentes", entre este nuestro valle o mar de lágrimas y el ultra mare vitae de la clásica leyenda de Psiquis.

Certísimo es, por último, que todos los inspirados, los vates, los artistas, han presentido que sus propias creaciones, reflejos del Cosmos en sí mismos como en verdaderos microcosmos, provienen dentro de la ley de que de la nada nada puede hacerse- de una cadena de mundos más altos, mundos de cuyas luces ellos no pueden proyectar en sus mentes sino sombras, para llenar luego, como cantara Gabriel y Galán respecto de el Cristo de Velázquez, "de sombras de sombras sus lienzos". Y estos seres inspiradores, moradores probables de otros mundos; invisibles seres quizá más bien, que moran a su lado mismo, son presentidos por la intuición artística, dentro de la unidad trascendente que a todas las Esencias liga...

-Levanta tu cabeza, ¡oh Lanú! -dice el Maestro al discípulo en el Catecismo Ocultista oriental, comentado por la incomprendida H. P. Blavatsky-. ¿Qué ves sobre ti, ardiendo en el obscuro cielo de la medianoche?

-Yo percibo una Llama, ¡oh Gurudeva!, con innumerables y no separadas centellas, que en su seno brillan.

-Dices bien -responde el Guía-; pero mira ahora en torno de ti y dentro de ti mismo. ¿Sientes de algún modo a aquella Luz que en ti arde como cosa distinta de la que brilla en tus hermanos, los demás seres?

-No; no veo que ella sea diferente en modo alguno...

-Ni ella es diferente en verdad -concluye el Maestro-. Prisioneros los hombres en la kármica esclavitud de la cárcel que se han labrado ellos mismos en vidas anteriores de caída, dicen: "tu alma", "mi alma"; pero se engañan, porque su vista espiritual, atrofiada, les mantiene hoy en la ignorancia o avydhia".

Esta cárcel es también la de Platón, en su República, cárcel en la que yacemos "como los eternos prisioneros que, de espaldas a la Luz, toman por realidades las sombras que se proyectan. en las paredes de su calabozo".

Esta cárcel platónica es el genuino concepto de la maya oriental o "mundo de las ilusiones proyectivas", que diría un geómetra, refiriéndose a los ulteriores problemas de las ene dimensiones del espacio de que vamos a ocupamos pronto. La maestra H. P. B. -de este modo denominaremos, siguiendo la tradición, a H. P. Blavatsky- nos ha hablado así de dicha maya o "proyectiva", ya intuída por Campoamor en su célebre dolora, que empieza:

"En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira"...

"Maya o Ilusión (de Ilus, nada, cieno, caída) es, en efecto, un elemento que entra en todos los seres finitos, dado que todas las cosas que existen poseen tan sólo una realidad relativa y no absoluta, puesto que la apariencia que el oculto noumeno toma en el respectivo plano de cada observador depende del correspondiente poder de cognición que posea este último. Para la vista no educada del salvaje cualquier pintura resulta una confusión incomprensible de líneas y manchas de color, mientras que allí mismo descubre la vista ya educada el objeto que el artista trató de representar. La Existencia Única, absoluta y oculta, o sea la Divinidad, contiene en sí misma los noumenos de las más altas realidades, o mejor dicho de todas las realidades. Por eso nada es permanente sino Ella, y cada existencia no es sino una etapa del ser. De aquí que hasta los más elevados Dhyanis Chohanes siderales o "Angeles", de otras teogonías, no sean en cierto grado sino meras sombras de realidades aun más superiores. Sin embargo, todas las cosas son relativamente reales, puesto que el conocedor es también una sombra, una reflexión de algo más alto -que él, y, por tanto, las cosas conocidas son tan reales para él como lo es él para sí propio. Por efectivas que las cosas nos parezcan antes de pasar y después de haber pasado por el plano de nuestra objetividad, al manifestarse en este plano, ya no son sino un relámpago fugaz. En cualquier estado que actúe nuestra conciencia, tanto nosotros mismos como las cosas pertenecientes a aquel estado, son a la sazón nuestras únicas realidades; pero a medida que nos vamos elevando en la escala evolutiva nos damos cuenta de que durante nuestra permanencia en los planos ya trascendidos, a través de los cuales acabamos de pasar, no hicimos sino tomar equivocadamente la realidad por su sombra o proyección, y que el progreso del Yo hacia lo alto no consiste, por tanto, sino en una serie de despertadores progresivos, con la consiguiente idea en cada uno de ellos de que en ellos tocamos ya la definitiva realidad. Sin embargo, a bien decir, sólo cuando nos hayamos sumergido en el Piélago de la Conciencia Absoluta podremos decir que toda maya cesó".

Por supuesto que semejante inmersión no equivale, como en Occidente se cree, a la pérdida de la Conciencia individual o su aniquilamiento, sino al logro de la Plena Conciencia universal en la conciencia progresiva nuestra. La madre, al idolatrar a su hijo, no pierde su conciencia, sino que la amplifica, fundiéndose, por decirlo así, con el hijo mismo.

Pero se nos dirá: ¿Pueden otros seres del espacio actuar sobre nosotros sin ser vistos?

Esta pregunta nos la hicimos antaño al escribir nuestro libro De gentes del otro mundo. libro que no es sino el prólogo del que ahora sometemos al público, y que se encaminó a sugerir, con demostraciones en cierto modo históricas, la existencia de una superhumanidad, una humanidad planetaria o solar, no meramente terrestre como la nuestra, y que independientemente de que sea ella análoga o distinta de la de los demás astros, vive a nuestro lado mismo, sin que de ordinario podamos percibirla merced al simbólico pero efectivo Velo de Isis que nos la oculta, aunque dicho velo se rasgue con bastante más frecuencia de lo que se cree, ora fisiológicamente por el esfuerzo combinado de una ciencia altruísta y una virtud sincera, ora patológicamente por otros tristes procedimientos de mala magia, algunos de ellos tenidos por modernos. Hoy, ampliando las ideas esbozadas en dicho libro, queremos dar un paso más, inquiriendo cuanto sobre semejante particular puede inferirse del estudio sereno y teosófico de nuestro mundo mismo, en el que entramos por la puerta del nacimiento, del que por la puerta de la muerte salimos.

Para ello la misma ciencia de la Matemática nos brinda hermosos precedentes. Por un lado, en el concepto abstracto de unidad y de número; por otro en el del espacio geométrico.

Vemos, en efecto, que de todo cuanto nos rodea, testimoniado por los sentidos, puede hacerse filosóficamente una unidad abstracta; pero ¿es que la serie de unidades abstractas no resulta siempre indefinida? Hasta las lenguas clásicas nos permiten apreciar esta verdad notoria. Todo lo que vemos forma nuestra Unidad, nuestro Universo; pero este Universo, este "Uno Invertido", que no es sino la proyectiva de lo Incognoscible, al tenor de la estricta etimología latina, no es en sí mismo absolutamente armónico, puesto que es progresivo y de lucha evolutiva. Para ser él un verdadero Cosmos, una verdadera Armonía, precisa integrarse adecuadamente con otros Universos, al tenor de la constante enseñanza oriental de que todo universo actual supone otro anterior del que ha derivado por evolución, y es, a su vez, el precedente necesario, dentro de la eterna e inefable armonía del Cosmos, de otro Universo futuro.

Acaso ganaríamos mucho, pues, en filosofía conservando la palabra latina de Universo para designar esa unidad absoluta de lo que vemos o podemos ver con nuestros sentidos (astros, hombres y cosas), reservando tanto para lo que no vemos cuanto para la serie indefinida de los sucesivos universos pasado, presente y futuro la palabra griega y abstracta de Cosmos, equivalente a la de Suprema Armonía Evolutiva.

Al así hacerlo nos conformaríamos más y más con la enseñanza matemática de que la serie de los universos y la de los seres, como la de los números, es indefinida. Indefinida en el tiempo e indefinida también en el Espacio absoluto.

La concepción archicientífica de días y noches, edades y vidas de Brahmâ que al Oriente debemos, no significaría en el fondo otra cosa.

El concepto geométrico de Espacio, por su parte, nos enseña que nuestro mismo Universo puede concebirse, bien desde el punto de vista euclidiano de las tres conocidas dimensiones y de los seres que con ellas cuentan, bien bajo el aspecto de sucesivos hiperespacios, cada uno con sus adecuados seres, hiperespacios de los cuales sean meras concepciones proyectivas el volumen, la superficie, la línea y el punto.

Pero no vamos a estudiar aquí el dificilísimo problema de las llamadas ene dimensiones del espacio, ni menos el de saber si existen realmente dichas dimensiones, o son más bien, como dice la maestra H. P. B., meras maneras de apreciar la Realidad sin dimensiones que nos cerca y que se nos va revelando más y más, como otras tantas dimensiones nuevas, a medida que por evolución vamos adquiriendo más y má_ facultades y sentidos. Aunque ello sea parte integrante por esto mismo de aquel nuestro posible otro mundo, nuestro ánimo al recordar estos problemas no es el de analizarlos ahora, sino el de citarlos como un valioso precedente analógico . En efecto, como dice P. Barbarín en su Geografía No-Euclideana, toda la vieja Geometría está apoyada en la hipótesis indemostrable de que por un punto en un plano se puede trazar una paralela a una recta, y solamente una; pero aun desde los mismos tiempos del gran geómetra griego, no sólo se tuvo como indemostrable el célebre postulado, sino que los matemáticos alejandrinos se preocuparon, siglos antes que nuestros Bolai, Riemann y Lobatschewsky, de la falsedad de dicho postulado, desde que estudiaron lo que luego se llamó "la imposible cuadratura del círculo". De la misma manera, pues, que estos y otros matemáticos se rebe

laron contra el postulado de Euclides, no obstante su realidad práctica incontrovertible, vamos ahora a rebelarnos nosotros contra ese otro postulado del eterno positivismo, que jamás podrá demostramos, y permítasenos el tropo, que "por un punto cualquiera de nuestra mente se puede trazar una paralela real, a la realidad visible y solamente una". En otros términos, que sólo es verdad lo que se ve, oye, huele, gusta o toca, o lo que la mente deducir puede del testimonio de los sentidos con arreglo al falsísimo criterio escolástico aquel de nihil est in intelectum quod prius non fuerit in sensu. Más claro aún: que no hay más mundo que este nuestro "miserable mundo", Para ponemos a la debida altura en esta hiperfilosofía necesitaríamos realizar una revisión total de todo cuanto conocemos, preguntándonos, cual los geómetras que fundaron la hipergeometría, qué sucedería si supusiésemos falso el aforismo positivista que parecía reinar soberano y sin rivales a mediados del pasado siglo, de que no hay más mundo que este mundo perceptible para nuestros sentidos y aparatos científicos.

Por de contado, vaya nuestra honrada protesta de que jamás la Humanidad, olvidando su divino origen, como emanación del que ella es Anima-Mundi, ha creído tamaño absurdo positivista, por lo cual ninguna patente de invención podemos pretender con semejante pregunta. Lo que hay es que las religiones esotéricas todas han hablado de otro u otros mundos post-mortem y de otros seres infra y suprahumanos e invisibles, envolviéndolos en la capa del Misterio; pero nosotros no debemos olvidar que la etimología de "la palabra misterio es la de secreto, y también la de germen; es decir, de algo que no debe ser revelado a los profanos, o vulgares, como no debe ni puede abrir la yema del árbol en la que yacen atesoradas las hojas, flores y frutos del nuevo año, durante los letales fríos invernales, hasta tanto que el tibio hálito de la primavera nueva los vitalice.

¿Ha sonado ya la hora de esta anhelada primavera humana, la hora de que las secretas posibilidades guardadas en cerrada semilla por las religiones bajo la férula de una ciega fe, que no permite el análisis de la razón pura, salgan al exterior robustamente, sin que llegue a helarlas en capullo el aliento de la impía crítica de esos nuevos "cerdos de Epicuro" o sea de los pensadores que, negando ulteriores posibilidades, se aferran a la creencia euclideana de que su mundo de experimentación es el único mundo?

Indudablemente que ha sonado ya tal hora, y de ello será prueba el presente libro. Hoy, en efecto, pocos profesan con plena sinceridad las religiones positivas, reducidas a una serie de ceremonias rutinarias, cuyo hondo significado regenerador se ha perdido. Como si nuestra conciencia no hubiese salido todavía del fondo del medioevo, sigue aferrada a dogmas que, por el mero hecho de ser dogmas, el creyente no puede pretender respecto de ellos el menor asomo de explicación; quedando, por tanto, en un estado de cruel dualismo psicológico al no poder conciliar tales dogmas con las ciencias positivas, que parecen enseñarle lo contrario precisamente. Si los sentidos, la observación y la experiencia son las únicas fuentes serias de todo conocimiento científico, es decir, de todo conocimiento, mal pueden admitirse unos dogmas basados en el misterio, siempre inexplicado e inexplicable, y de admitirse tales dogmas, la mente queda en un estado de indecisión, de duda, que ni el mismo Draper, con sus "Conflictos entre la Religión y la Ciencia", podrá resolver. ¿Dónde colocar a un Dios que no se ve con el microscopio ni con el telescopio, y que, según Laplace, constituye una hipótesis innecesaria para explicar la formación de los mundos? ¿Dónde colocar asimismo el alma humana, que jamás se reveló bajo el escalpelo del anatómico, ni en la platina del histólogo? ¿Con qué derecho, en fin, se puede seguir hablando de todas esas cosas relativas a otra vida, a otros seres angélicos o demoníacos, a premios y castigos de ultratumba, cuando después de la tumba no hay más ultra que los gusanos y los ptomainas?

Imaginad por un momento, lectores, ¿qué digo imaginad?, ved el caso bien ostensible de tantos hombres de ciencia, astrónomos, médicos, etc" que aún dicen conservar la fe de sus mayores. ¿La conservan, en efecto?,. La conservan, quizá, por el solo hecho de que se hacen la ilusión de que la conservan, cuando, en realidad, como en la consabida escena de Rigoleto, tienen la mente partida por gala en dos, albergando en una mitad de ella los conceptos positivistas de su ciencia, todo positivas demostraciones, y reservando la otra, cual vacío santuario, para unas realidades de su creencia religiosa, que, si se paran a analizar, no son sino reconocidas ilusiones a los ojos de su propia creencia científica... Con ello no hay que decir que, incapaces por sí de resolver la terrible antinomía, ni creen realmente en su fe, ni creen tampoco plenamente en su conciencia, y al querer vivir dos vidas de tal modo contradictorias, no viven en realidad ninguna y caen en grosero positivismo.

Y ¿qué sucede con aquellas otras mentalidades, más lógicas y valientes, sin duda, que, percatadas de tamaña contradicción, tiran por la línea de menor resistencia y suprimen de un golpe el casillero de toda fe trascendente, quedándose -este es ya el caso de los más- con la ciencia pura, demostrable y positiva de toda positividad? Pues que quedan peor aún, dado que abren a sus pies un verdadero abismo ideológico entre lo poco que la ciencia sabe y lo infinito que la ciencia anhela, y hasta necesita, pero que ignora todavía.

Además de que, al obrar así, se ponen, sin darse cuenta, en terrible contradicción con la Historia, quien, como Maestra de la vida, que diría Cicerón, nos enseña que jamás pueblo alguno ha podido vivir sin ideas trascendentes o religiosas, porque aun en el caso de corromperse éstas, las más absurdas supersticiones las han sucedido, cual la moneda falsa sigue de cerca a la legítima. Lógico, dentro de su absurdo, pues, el positivismo del pasado siglo al renegar juntamente de la Historia, de la Imaginación y de todos los pueblos antecesores, pueblos en cierto modo salvajes, si se les compara con nuestra asombrosa cultura de los ferrocarriles, vapores, telégrafos, teléfonos, aeroplanos y radiotelégrafos... ¡Pueblos incultos que echaron los cimientos de esta nuestra ingrata civilización y que, con ciencias ignoradas aun hoy día, crearon monumentos de piedra, de legislación y de belleza, muy por encima de los nuestros! ¡Pueblos salvajes, que jamás llegaron al abismo de injusticia social de nuestro tiempo, y que tampoco tuvieron una vanidad tan absurda como la nuestra!... 

Y ¡cuán caro no hemos pagado semejantes errores Y vanidades de fe religiosa sin ciencia y de ciencia sin psicología! El mundo entero, en nombre, por cierto, de una kultur absurda, la cultura teratológica de una sola de nuestras múltiples facultades. Acaba de desangrarse en una guerra mayor y peor que todas las anteriores, dejando luego el sedimento asqueroso de un millar de problemas sociales, que pueden resumirse en uno que es, no ya el de filosofar cual antaño, como hombres, sino meramente el de comer, como comen los irracionales; es decir, peor aún, por cuanto las mismas aves evangélicas y los lirios del campo jamás tuvieron necesidad de preocuparse de la comida y del vestido... ¡Castigo kármico bien lógico este castigo nuestro, porque es ley del Destino la de que jamás el hombre racional puede estar a nivel de los irracionales, sino que ha de subir por cima, con el noble uso de sus facultades, o ha de caer por bajo, cuando de ellas abusa! y que estamos ya en muchos puntos tocando al mundo animal es harto evidente para cuantos tiendan una mirada filosófica por el presente panorama de la post-guerra. Todos los ideales han ido cayendo. No se cree ya en nada, en religión como en política.

N o se espera ya nada, ni nada ya se ama, y un falso misticismo de igorrotes que todo lo aguardan del azar, de lo sobrenatural, del fenomenismo más dislocado y degradante, se extiende por doquiera. Nunca han tenido menos solidez que hoy los vínculos de la familia, de la amistad, de la común ideología. jamás ha sido tan materialista el mundo como hoy, y, sin embargo, tan gazmoña, frívola y cobardemente psiquista. Las brujas, echadoras de cartas, hipnotizadores, sugestionadores, ilusionistas, charlatanes de todo jaez, pululan doquiera, en público como en secreto, en los tugurios como en los palacios. Se cree en lo absurdo sólo; en lo increíble, y una racha de locura colectiva, hija de los apocalípticos terrores de la guerra y de las subsiguientes miserias, recorre de parte a parte el planeta. Aquí se ensayan revoluciones, allá militarismos Y navalismos, acullá dictaduras, no habiendo casi dos países que coincidan en la más mínima orientación supernacional, con vistas, no al vivir egoísta nacional, sino al vivir humano propiamente dicho.

Ya hubo de pronosticar todo esto la Maestra H. P. B. al hablar en su Doctrina Secreta de las consecuencias que fatalmente había de acarrear al mundo occidental la ciencia materialista del pasado siglo. La más terrible de las guerras, dijo, será necesaria para que la Humanidad abra los ojos y comprenda que por el positivismo escéptico y sensualista se camina en derechura al mundo animal, porquela falta de ideales trascendentes, el endiosamiento de la materia y de la fuerza bruta tiene que hacer al hombre el enemigo, el lobo del hombre en lugar de su hermano y cooperador. La muerte sucesiva de todos los ideales filosóficos relacionados con la nativa divinidad del hombre, con su naturaleza superior y angélica, que se rige sólo por la ley moral y por ese Dios Interior de nuestra conciencia psicológica, acarrea de un modo inevitable el desprecio íntimo a la Ley natural y después a la Ley escrita, que, mejor o peor, trata siempre de ser un reflejo de aquélla.

Semejante desprecio a la Ley entroniza el imperio de la fuerza en toda clase de relaciones sociales, y así hemos visto calificar de "papeles mojados" los más augustos tratadas entre las naciones, subordinándolo toda al resultado. ciego del choque brutal de las armas, para, después de él, tener que ir forzosamente a otros tratados no más respetados en el fuero interno nacional que todas las anteriores.

Y a la lucha integral de pueblo a pueblo ha sucedido otra más artera lucha de clases, en la que la llamada "clase media", que es según H. P. B. la depositaria de las mayores virtudes por no tener ni los agobias de la clase popular u obrera ni las sugestiones viciosas de las clases llamadas "altas" que abundan en riqueza, está a punta de desaparecer, vilipendiada, agobiada y escarnecida. Finalmente, a la fe sin ciencia de los tiempos medioevales ha sucedido, una ciencia sin fe, una ciencia impía, no en el sentida que a la piedad se le suele asignar por los mojigatas, sino la ciencia del "¡sed crueles; así hablaba Zaratustra!" del impío Nietzsche, la ciencia que no se preocupa orgullosa de la finalidad misma de toda ciencia que es la virtud y el bien de las seres humanas, dándose esa misma ciencia de un moda impersonal y alocada, es decir, sin previas condiciones de virtud en las que han de recibida y aplicada.

De harto diferente manera se procedió en la antigüedad en la administración del tesoro científico, cuya concesión u otorgamiento se hizo siempre de un modo "iniciático", esto es, previos largos y penosos aprendizajes de virtud, o sea tras una serie de duras pruebas iniciadoras llamadas a revelar ante todo el valor moral de los candidatos para asegurarse desde el primer momento acerca del buen uso que habrían de hacer más tarde de los secretos científicos que se les confiasen para que dejaran de ser en sus manos armas de dos filos. El abuso técnico o profesional era así punto menos que imposible, y los conocimientos que hoy constituyen las múltiples ramas de las llamadas "carreras" no podrían llegar a ser para sus recipendarios verdaderas patentes de comercio o de "corso social" como son hoy en manos de tantos "comerciantes" del ideal del que debieran ser abnegados sacerdotes. El propósito de lucro desaparecería así de todo conocimiento científico-profesional, sustituído por el cultivo ideal de la ciencia por la ciencia misma. Las cabezas de los hombres no podían ser, pues, como hoy son las de muchos, un campo de tinieblas y de dudas, por cuanto diríase que en uno de sus hemisferios cerebrales se asienta una fe ciega, supersticiosa y dogmática que lo cree todo sin pararse a reflexionar acerca de la razón de ello, mientras que en el otro hemisferio campea una ciencia de "sólo hechos", es decir, cretina y positivista.

No recarguemos más la pintura, y formulemos concretamente el dilema terrible en el que se apoya toda la enseñanza teosófica; es a saber: que la Religión o no es nada o es una Ciencia, y que la Ciencia por sí sola es estéril si no la alimenta y protege un alto sentimiento trascendente, nacido de la consideración de que hay algo por encima de nuestros pobres conocimientos y de nuestro mísero mundo.

Pero ¿qué es este algo? Algo que, al no ser de este mundo. sensible, de las tres dimensiones, es de otro mundo superior, que no podemos, en nuestra estado actual de evolución, ni ver, ni oír, ni tocar; mundo de causas que sólo podemos apreciar merced a esa proyectiva de efectos que constituyen precisamente nuestro mundo.

¿Hay nada más lógico, por otro lado, que la existencia de hecho de una proyectiva real, en estricta correspondencia con la antedicha proyectiva matemática de punto, línea, superficie, volumen e hipervolumen? No en vana se ha dicho por la escuela pitagórica que el Verbo geometriza, y que para entrar en el Misterio del Templo es preciso conocer la Geometría, no la Geometría actual, sino la Geometría del Símbolo, Metageometría o Metafísica.    

Qué de realidades de vida y movimiento no pueden aperarse, en efecto, a lo largo de una línea, sin que cambie lo más mínima su proyección, que es el punto. Qué de figuras sin cuento no pueden trazarse en el campo de una superficie sin que ellas afecten a la proyección de la superficie entera en la línea, y qué de creaciones no pueden realizarse en el ámbito de un volumen sin que ellas alteren a la superficie en que el tal volumen se proyecta por entero...

Un ser sordo que de la labor del concertista de piano no pudiese apreciar sino el bajar y subir veloz de las teclas, definiría el concierto musical algo así como el paso de un viento impetuoso por ellas, haciéndolas hundirse y alzarse por turno, como se inclinan y yerguen las copas de los árboles bajo el huracán...

Y, sin embargo., al así definir el tal concierto, no diría más que la pura verdad, por cuanto a su manera, habría visto, en efecto, al espíritu impulsador de las manos del pianista pasando por sobre las teclas, cual el Creador por sobre las Aguas Genesíacas, que no en vano todas las lenguas clásicas hablan del espíritu, como equivalente a soplo a viento, nous, anemon, ruach, spiritus, hálito, céfiro... 

Necio en alto grado sería este ser al pretender por ello apreciar la sublime sonata por el pianista ejecutada, y de la que sólo habría podido apreciar, en su triste sordera, el serial o simultáneo, es decir, el geométrico subir y bajar de las teclas, cosa que, por otro lado, si tenía facultades adecuadas, pudo apreciar geométricamente también en la cinta perforada de esotros pianos mecánicos que la inteligencia de otro hombre arrancó de la partitura que el genio trasladó simbólicamente al pentagrama.

Todos cuantos hoy suplimos nuestras deficiencias como pianistas con las llamadas Pianolas, hemos podido observar, en efecto, y por una verdadera transposición de sentidos, que las armonías musicales de la partitura ejecutada encierran también unas "armonías visuales" desconocidas, una verdadera y ostensible geometría hasta aquí inadvertida por todos, aunque intuida por el genio mismo que las creó.

Así, en la cinta pianolística que nos permite escuchar un cuarteto de Beethoven, por ejemplo, podemos apreciar con la vista series, guirnaldas de puntuadas notas descendentes del violoncelo, correspondiéndose con otras ascendentes del primer violín, mientras que las del violín segundo y de la viola permanecen centradas y como estacionarias haciendo de balanza entre aquellas otras; podemos ver los motivos que se inician en uno de estos cuatro instrumentos ir ascendiendo o descendiendo sucesivamente por los otros tres, a manera de serpientes que a lo largo de dicha cinta van desenvolviendo sus anillos; podemos comprobar gráficamente también el choque y entrecruce de unos motivos con otros en demanda de una síntesis superior que lograrse suele, cinta adelante, en ulteriores compases de formidables unísonos en ,los que las notas,' largas o cortas, de los cuatro instrumentos, guardan entre sí el más perfecto paralelismo geométrico que las dota de un vigor desconocido y como de triunfo; podemos, en fin, damos perfecta cuenta de que, a la armonía sonora de las notas que con el respectivo timbre instrumental constituyen el encanto inefable del cuarteto, la sigue de cerca una "armonía visual" que sólo ha podido ser evidenciada cuando los perfeccionamientos mecánicos han logrado hacer factible semejante transposición del sentido musical, transposición que, dicho sea de paso, es en si una preciosa ventaja de dichos instrumentos, un título de honor en pro de su adopción moderna en todos los hogares, centros y salones, como medio insustituíble para la lectura por profanos de aquellas partituras: algo así como la lectura de la obra teatral lejos del teatro mismo en que fuera representada .

Todo esto es en la "cinta pianolística" una geometría efectivamente realizada, pero antes de ella y fuera de ella es una geometría invisible o por realizar y evidenciar: ¡una verdadera hipergeometria!

Pero, ¿qué es la hipergeometria en si misma y qué relación esencial puede tener con el supuesto de si existe o no otro mundo?

Semejante problema, capítulo aparte merece.

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