Apóstol Pedro

Imagen 1: San Pedro, óleo sobre tabla pintado por Rubens, ca. 1611.

Uno de los apóstoles más nombrados es Pedro, todo lo que hiciera reviste gran trascendencia pues tiene relación con el Pedro íntimo, particular y lo que nos puede enseñar aquí y ahora. El Padre de todas las luces, como se le llama en el cristianismo primitivo esotérico, le entrega toda la sabiduría acerca de los misterios trascendentes de la energía que nos trajo al tapete de la existencia.

Podemos deducirlo, por el símbolo alquimista de las dos llaves que abren las puertas del cielo, una es de oro y otra de plata, igual que en la Flauta Mágica de Mozart, los elementos principales son una Flauta de Oro y unas Campanillas de Plata. Nos representan las fuerzas magnéticas masculinas y las fuerzas magnéticas femeninas. Diciéndosenos que es a través de los misterios entre un varón (llave de oro) y una mujer (la llave de plata) como puede trascenderse de este mundo y penetrar en estados superiores de conciencia (el cielo).

Esos son los misterios que nos puede enseñar el Pedro íntimo, el que podemos llamar en meditación profunda, cuando tenemos, por ejemplo, algún problema relacionado con la pareja, cuando tenemos alguna enfermedad relacionada con las fuerzas creadoras.

No en balde le dice el maestro Jesús: “Mas yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.” Exactamente, eso quiere decir Pedro, roca o piedra. Dejándonos el maestro Jesús una gran enseñanza con ello, pues quienes fallamos con adulterios, pornografía, infra sexualismo, etc. fracasamos en todo. Pero quienes logran dominar las pasiones bestiales, podrán afirmarse realmente en el camino.

Pedro es Patar y tiene tres consonantes muy interesantes: La “P” es el padre que está en secreto, la “T” es la cruz, la unión de las fuerzas femenino masculino y la “R” es la letra clave de los sonidos mágicos o mantram relacionados con la transmutación en la magia del amor.

Interesante es que Pedro fuera crucificado de cabeza, dándonos a entender que para subir (a los mundos superiores), primero hay que bajar a trabajar en sí mismos, con las energías que dieron origen al universo y al ser humano. Es por ello, que Marte desciende a retemplar su espada para conquistar el corazón de Venus. Perseo baja para decapitar a la medusa. Quetzalcóatl desciende para recoger los huesos de sus antepasados y formar al ser humano.

En esta época en que vivimos, llena de problemas, donde nadie somos felices, donde en los matrimonios abundan las dificultades, tenemos que saber que tenemos un aliado, una emanación de nuestro propio Ser que ha preparado, instruyéndolo en todos los misterios de la magia del amor. Esa parte es el Pedro íntimo, el cual está dispuesto a ayudarnos, consolarnos y curarnos.

Lo único que necesitamos para que nos escuche, es tratar de vivir sus misterios, amando a la pareja, dejando a un lado tanta degeneración sexual, aprendiendo a respetarnos a sí mismos, abandonando el mal uso del verbo morboso, cuidando nuestros sentidos de toda la basura lujuriosa que abunda en el internet, TV, revistas, etc.

Imagen 2: La Crucifixión de Pedro, de Caravaggio.

Claro, que cuando uno intenta transformarse, fuerzas divinas, que se encuentran dentro de sí mismos, acuden a auxiliarnos, en este caso es nuestro Pedro, que concurre más veloz que el viento, para iluminarnos, para instruirnos y mostrarnos el camino correcto.

Quien vive las enseñanzas del Pedro particular, íntimo, es decir, el que vive una sexualidad trascendente, es el que edifica su casa sobre la Piedra, pues eso quiere decir precisamente Pedro. Por eso, nos advierte el maestro Jesús: “Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero ésta no se derrumbó, porque estaba construida sobre roca”.

Enviado por instructora: Lupita Rodríguez.

Imagen 1:  San Pedro, óleo sobre tabla pintado por Rubens, ca. 1611. Imagen 2: La Crucifixión de Pedro, de Caravaggio.

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