Primer Mandamiento

Amarás a tu Dios interno y al prójimo como a ti mismo

Adoración al niño y los magos, Alberto Durero. 1505.

Reflexionar en los 10 mandamientos llama la atención, da pie a pensar en qué caos se encuentra el ser humano, de tal manera que haya necesidad de recapitular principios fundamentales, ¿Acaso el ser humano se ha olvidado y separado del Íntimo? o ¿Qué elemento hay que no permite tener la presencia con el Ser, con el Íntimo? y más aún ¿Estar unido con la fuerza del amor?, pues hablar del Ser es una cosa y hablar acerca del amor hacia el Ser con él es otra, podríamos decir que el amor al Íntimo lo podemos encarnar en esta vida.

Imitando el principio de ser del Ser al realizar todas las acciones en este plano en el que vivimos, hacer la renunciación de los pensamientos, ideas, acciones del yo es imitar al Ser. Es en la práctica diaria cómo podemos vivenciar el amor al Padre que está en secreto, recordemos, como menciona el maestro Samael Aun Weor, “el hombre se une con su Cristo interno cuando conscientemente realiza un trabajo Interior” que en la gnosis se le conoce como levantar las siete serpientes y que se refiere a acciones y conocimientos con la supra sexualidad, definiendo que hay tres clases o tipos de sexualidad: infra sexualidad, la normal y supra sexualidad. Ese fuego sexual interior permitirá preparar el cuerpo físico para que el Ser viva en nosotros.

Se menciona que es un trabajo telésico, porque si se realiza será la unión del hombre con el Cristo y el Absoluto. El cuerpo corruptible se reviste de inmortalidad, entonces se efectúa la palabra escrita: “El Íntimo es el verdadero hombre que vive encarnado en todo cuerpo humano y que todos llevamos crucificado en nuestro corazón”. Cuando el hombre despierta de su sueño de ignorancia, entonces se entrega a su Íntimo, se une con el Cristo y el hombre se hace todopoderoso, como el Absoluto de donde emanó. El hombre que ignora esta gran verdad es sólo una sombra de su Íntimo.

Desde mi punto de vista podríamos buscar imitar con voluntad férrea del Cristo, la auto exploración en los cinco centros de la máquina humana. En cada instante imitar al Cristo Íntimo, pues con los hechos mostramos el amor, como dice la frase escrita en la parte posterior de la portada de los templos de misterios de la antigua Grecia: “conócete a ti mismo”, éste es el mismo propósito de la existencia, que el hombre se conozca a sí mismo como hijo de Dios, como uno con Dios sobre la tierra, para que ésta se transforme en un bello jardín donde la libertad, la igualdad y la fraternidad son ley de amor para todos los hombres.

El buen pastor. Frederick James Sields, 1870

Esta es la clave maravillosa del poder de todos los magos de todos los tiempos, amar a nuestro Cristo Íntimo, a nuestro Ser interior. Dicen las sagradas escrituras: “Mira, he puesto delante de ti hoy, la vida y el bien; la muerte y el mal”. El Íntimo es Dios en el hombre. El yo es satanás en el hombre. El símbolo del Íntimo es la estrella de cinco puntas, la pirámide, la cruz de brazos iguales, el cetro. Cuando hagamos nuestras prácticas de meditación, podemos pronunciar y reverenciar al Íntimo con el mantram Omnis Aum, “Y será arrebatado hasta el paraíso, donde escuchará palabras secretas que el hombre no puede revelar".

El hombre liberado es un maestro de él mismo. No está obligado a reencarnar, si reencarna es voluntaria y amorosamente para ayudar a la humanidad, pero en todo caso siempre sigue el sendero estrecho del deber, el amor y el sacrificio que lo llevan directamente a la dicha sin límites del Absoluto. Amar al prójimo, mostrándole con el ejemplo, eliminando toda acción de odio, es como podemos encarnar al Íntimo. Cuando el iniciado retrocede ante el dilema del umbral del santuario, su Íntimo o su yo, la verdad huye lentamente de él. El dilema es amar al Íntimo y al prójimo como a sí mismo siendo una imitación fiel del Cristo y dejar de ser sólo la sombra.

Cuidar y vigilar nuestras acciones es nuestro gran deber, porque si triunfa el yo, que es el príncipe de este mundo, nos separamos del Ser y el cuerpo que tanto ama y tanto necesita el yo para moderar y gozar seguirá siendo el medio que impide vivir en el Ser, por eso es mandamiento, debemos estar en alerta.

Tomemos conciencia plena que el ego, el yo, odia al Ser y se disfraza con astucia, ahora quiere poder, se disfraza con la apariencia de un bello niño. Ahora es más peligroso, más astuto, no quiere dinero ni fama sino honores y que el mundo lo reverencie, escribe libros, dicta conferencias y goza hablando de sus grandes obras. Como la gente del teatro, lo enloquecen los aplausos, para todas sus malas acciones tiene una disculpa filosófica. Simula santidad en sus gestos o se deja crecer el cabello, la ira la disfraza con la severidad, el orgullo con actitudes de mendigo y apetece siempre las sillas de primera fila.

Sin embargo, para Dios no hay tiempo ni espacio, mientras el hombre despierta de su sueño de separatividad, en el cual solamente se mueve al impulso de sus pasiones, al grado de que éstas gobiernan al mundo y vive muerto con respecto a Dios, a sí mismo y a sus semejantes. A través de retornos va puliendo su personalidad; su cuerpo y cara embellecen o se afean según sus obras.

Solamente sus ojos cambian muy lentamente, en todo lo que hace deja el sello inconfundible de su modo de ser, de pensar, de sentir y de amar y un día, cansado de su doloroso peregrinar sobre la tierra se debate, retorna hacia el amado. A la liberación de este tipo de hombre se refiere el divino maestro Jesús el Cristo en su parábola del hijo pródigo.

Desde mi punto de vista podemos preguntarnos ¿Quién soy hoy? Podemos cuestionarnos día a día, y hacer las cosas de nuestro Padre que está en secreto ¿Quién estoy siendo ahora? Vigilar pensamientos, sentimientos y emociones y reconocer al Ser. Reconocer lo que somos es amar a nuestro Íntimo, reconocer quién, qué estamos siendo, permitirá que amemos a nuestro prójimo como a sí mismos.

Enviado por: Francisco Ismael Moreno Luna. Comisión Calmécac.

Imagen 1: “Adoración al niño y los magos”. Alberto Durero. 1505. Imagen 2: "El buen pastor". Frederick James Sields. 1870.

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