El Karma

L’Ange et la mère. Louis Janmot (1814-1892)

En esta época moderna en que vivimos, con tecnologías de punta y avances científicos que deslumbran, entre la vorágine de información, las impostergables actividades cotidianas y el recelo de las creencias , el ser humano ha perdido el sentido de la vida queriendo olvidar y evitar lo inevitable, que es la muerte, tratando de alargar muchas veces inclusive el suplicio de la agonía porque en su ignorancia desconoce que la vida y la muerte son extremos que se tocan y que ésta no es la única vida que tenemos.

La creencia de que solamente vivimos una vez ha causado gran daño a la humanidad, el individuo piensa entonces que debe “vivir la vida” dando rienda suelta a todos sus instintos y deseos, que debe satisfacer todo placer, que debe ser más que los demás sin importar los medios, que debe comerse el mundo a bocanadas…, y  todo sin consecuencias.

Las creencias religiosas poco ayudan en este sentido, pues consideran la disolución de los males con sencillas penitencias, fútiles flagelaciones del cuerpo, vanos sacrificios…, que lejos de alcanzar el perdón de los pecados, dañan el cuerpo y la mente.  Sin embargo la realidad es muy distinta.

La doctrina gnóstica nos enseña que toda causa tiene un efecto, a cada acción le corresponde una reacción, lo que se siembra se cosecha, pero no solamente en esta vida, sino también en las siguientes.

Al morir, el rayo de la muerte reduce todos nuestros valores, positivos y negativos a una quinta esencia molecular y después, el karma entra en acción cuando los ángeles de la vida conectan el cordón antakarana a un nuevo cuerpo físico; en esta conexión se integran tanto la herencia de los padres, como la quintaescencia molecular.

La muerte es una suma y resta de quebrados, se suman todos los valores causados por las buenas obras y se restan todos los valores negativos causados por las malas obras y por las omisiones de buenas acciones; el resultado son los bodbincaldennost, es decir, los valores, llamados así en oriente, que son depositados en los cinco centros de la máquina humana (intelectual, emocional, motor, instintivo y sexual).

No elegimos dónde nacer. La ley de la justicia cósmica determina, en base a los valores finales de nuestra vida pasada, quiénes serán nuestros padres (la herencia), en qué lugar y en qué momento naceremos.

El «Libro Tibetano de los Muertos» dice: "Has estado en un desmayo durante los últimos tres días y medio. Tan pronto como te recobres de este desmayo, tendrás el pensamiento". Así que, para determinar la sentencia, se lleva a cabo un juicio en los mundos superiores de conciencia, donde el alma es juzgada por un juez principal (llamado Anubis entre los egipcios) y 49 jueces más. Algunos jueces defienden nuestras buenas obras y otros señalan las malas obras. Este juicio se verifica durante un periodo de tres días y medio a partir del momento de la muerte.

Durante ese espacio todo el Universo fenoménico está en revolución; mientras el cuerpo se encuentra en un desmayo o coma, el alma es sometida a pruebas en los mundos moleculares y electrónicos viviendo en retrospección su vida que acaba de pasar.

Hans Memling. El Ángel del Olivo (1475-80)

El juicio del ser humano es liberado para que pueda discernir y comprender el karma que le corresponderá en la siguiente vida. Lo más probable es que cuando vuelva a nacer olvide todo cuanto a esto respecta, pero en este periodo, el trabajo retrospectivo tiene el objetivo de liberar el juicio del desencarnado para que pueda presenciar en forma lúcida y consciente el juicio final. La sentencia de los jueces es definitiva y puede ser de tres formas:

1.            Retorno inmediato. Siempre que no haya agotado su ciclo de 108 existencias, y llevando en sus genes el resultado karmático de sus obras.

2.            Vacaciones en los estados paradisíacos del cosmos, cuando las obras buenas excedieron a las malas y por tanto merece el alma un descanso en los diversos cielos. Una vez que culminen tales vacaciones, el alma retornará a tomar cuerpo físico.

3.            Ingreso a los mundos infiernos. Cuando agotó sus 108 oportunidades, o son almas definitivamente perversas, entonces la involución de la naturaleza se ocupa de disolver todos aquellos agregados psicológicos que llevaron al ser humano al error y al sufrimiento. Como estas almas no tienen remedio, entonces son ingresadas al abismo o mundo mineral sumergido, es decir, al inframundo, el llamado Ammit entre los egipcios, Averno entre los romanos o Mictlán entre los aztecas.

El alma, aprisionada por los diferentes agregados psicológicos, deberá ingresar al infierno que le corresponda. Dante Alighieri describe nueve círculos infernales y quiénes son llevados a cada uno para lograr la purificación del alma: El primer círculo es el limbo, un estado de transición donde habitan las almas de los difuntos mientras de define su destino por los jueces de la ley.

En el segundo se encuentran los fornicarios, quienes hicieron mal uso del sexo y abusaron de las energías creadoras. En el tercero los borrachos y golosos. Cuarto, los avaros y mendigos. Quinto, los iracundos y orgullosos. Sexto, los ateos, malos padres. Séptimo, los violentos contra natura. Octavo, los falsos profetas. Noveno, los traidores.

Cuando el alma retorna, al tomar un nuevo cuerpo físico, entra en acción la ley del karma. Por medio de los genes son depositados los valores en los cinco centros. Los valores positivos dan salud, inteligencia, capacidades motoras, artísticas, instintivas, etc., y también determinan circunstancias favorables para el ser humano.

En cambio los valores negativos provocan circunstancias dolorosas en la vida, situaciones difíciles en el aspecto económico, social, familiar…, e inclusive enfermedades, como por ejemplo tuberculosis, por haber sido ateo en las vidas pasadas, ceguera de nacimiento por haber sido cruel, viruela como consecuencia del odio, enfermedades mentales por alcoholismo o drogadicción, taras hereditarias por haber sido asesinos, deformidades por haber sido mentirosos, cáncer por abuso sexual, lepra o malaria por egoísmo, infertilidad por maltrato a los hijos en vidas pasadas, etc.

Aunque en muchas escuelas de esoterismo se menciona el karma, se desconoce que esta ley en realidad de verdad es negociable. Ciertamente el karma debe pagarse con dolor o sufrimiento, pero también es posible pagarlo haciendo buenas obras.

Los postulados sagrados para pagar conscientemente el karma son los siguientes: “Al león de la ley se le combate con la balanza”, “Haz buenas obras para que pagues tus deudas” y “Una ley superior lava una ley inferior”.

En la balanza de la justicia están pesadas nuestras obras. En el platillo de la derecha están las obras buenas y en el platillo de la izquierda las malas obras. Al hacer buenas obras, se agregan valores positivos y entonces el karma se disminuye, por eso las buenas acciones anulan karma y aún más, cuando la causa que originó el mal es eliminada, el karma que había provocado queda eliminado también. Por ejemplo, si se ayuda a otras personas a resolver sus problemas económicos, resolveremos los propios. Si se elimina el yo ladrón, dejaremos de ser robados. Si eliminamos el yo calumniador, dejaremos de ser calumniados.

 A cada acción le corresponde una reacción; el karma es considerado como una medicina porque es muy preciso. Paracelso afirmó que toda enfermedad tiene su cura, que existe una medicina para cada mal. Por eso al analizar reflexivamente nuestros males y pesares, podremos descubrir las causas que les dieron origen y empezar a pagar nuestro karma en forma consciente y sin dolor, haciendo buenas obras y eliminando aquellos agregados psicológicos que motivaron las malas acciones.

Susana M. Rodríguez L. Calmecac, San Luis Potosí, S.L.P.

Imágenes 1. L’Ange et la mère. Louis Janmot (1814-1892) 2. Hans Memling. El Ángel del Olivo (1475-80)

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