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Ya en la calle, Bernardo volvió sobre el tema del oro; y entonces Rasmussen amplió sus explicaciones, diciendo:

El matraz, la gran retorta de la Alquimia, en nuestra tierra. El fuego que arde en la transmutación son nuestros sentimientos y pasiones, que hacen hervir constantemente el metal (nuestra personalidad), para que las escorias se aparten y resulte limpio el oro de la iniciación de nuestra individualidad.

El sabio Rutherford ha logrado desintegrar el fósforo, que es el cuerpo con átomo más pesado.

Este átomo contiene 31 protones, y el oro que tiene mucho más, alcanza a 197. Si tuviera más, como el radio por ejemplo, podría estallar, bombardear más manifiestamente.

El átomo del oro se compone de un conjunto de 193 protones y 118 electrones. Después sigue el mercurio con 200 protones y 120 electrones.

Sabemos que todas las transmutaciones se obtienen sacando protones del conjunto; y por eso hizo bien Mierthe en valerse del mercurio para obtener oro, pues quitándole protones y electrones hasta obtener los que tienen el oro, ese metal tenía que resultarle por fuerza.

Ya el hombre no necesita ir a remover las entrañas de la tierra para sacar este metal amarillo, que ha sido la felicidad para algunos y también la desgracia para la mayoría de los que lo han poseído en exceso. El año pasado, las rotativas de Inglaterra habían traído la noticia de que un inglés había logrado hacer oro, pero luego resultó ser un charlatán, que al hacer la demostración había escamoteado el producto poniendo oro natural en su lugar.

El mundo estaba, pues, sobre aviso y al leer la noticia en la prensa, pudo creer que se trataba de un nuevo “bluf”, ya que el oro es un elemento cuya fabricación hasta ahora muchos creían imposible.

Podemos estar sin cuidado; el químico que ha resuelto el problema, no es un desconocido; su nombre solo es una garantía de que cuando él lo ha lanzado a la publicidad, el hecho es real y positivo.

El Consejero del Imperio, Profesor Universitario, doctor Miethe, es una figura conocida en el mundo entero; es una especie de Edison alemán que ha inventado una serie de aparatos ópticos y hasta la luz de magnesio en su aplicación actual se debe al genio de este inventor.

Pocos días antes de estallar la guerra mundial, una expedición de hombres científicos del mundo entero se había trasladad a Noruega para observar el día 21 de Agosto de 1921 el eclipse solar; en aquel entonces el nombre de Miethe estaba en boca de todos, pues él presidía la Junta de estos sabios.

De manera que, al oír el nombre de Miethe, todo el mundo se quita el sombrero, pero los inventores son dos; además de Miethe el cable mencionó el doctor Stammreich.

Si el primero de los mencionados lleva la experiencia de los años, pues ha encarnecido en el laboratorio, Stammreich cuenta apenas veintiún años, él es todo ilusión. Los catedráticos de Alemania son muy exigentes al escoger sus ayudantes, y, sin embargo,.Miethe no tuvo empacho alguno de manifestar ante la Junta Universitaria, que este joven le había llamado la atención durante el curs o, por sus atrevidas concepciones.

La química conocía, desde antes del descubrimiento de Curie, la descomposición de las sustancias radioactivas.

El que lee las obras de Mme. Curie, sabe que el radio se descompone en el espacio de 2000 años y que la ciencia era impotente tanto para acelerar como para detener este proceso; el inglés Rutherforth deshizo por medio de una corriente eléctrica los átomos del nitrógeno. Más allá nadie se había atrevido aún; hasta hoy día Miethe ha logrado descomponer el azogue, obteniendo oro puro y legítimo.

Teóricamente este asunto ya estaba resuelto hace mucho tiempo, pues todo estudiante de Química conoce la siguiente fórmula: Hg-He-Ae=Au, lo que quiere decir; azogue menos helium, igual a oro.

Sabemos que el peso atómico del azogue era 201, y que un átomo de oro pesaba 19.

Restaban, pues, cuatro, que era el peso atómico del belium o del hidrógeno. Pero la práctica era lo difícil, ¿cómo transmutarlo?

Solo al pensar en la transmutación de metales parece que salían de los sepulcros los Rosa-Cruz de la Edad media; era despertar de su tumba a un Paracelso, era dar crédito a lo que se llamaba superchería de Nostradamus y Cagliostro, que bajo el nombre de Saint-Germain transmutaba el oro en las retortas de la alquimia.

Así como muchos fenómenos y hechos realizados por aquella gente medieval han sido combatidos por una superchería indigna, y sus obras descansaban empolvadas en las bibliotecas de las Universidades y Conventos, ya hay hombres que sacuden este polvo de siglos, leen entre líneas y se lanzan a experimentar y seguramente que los sabios alemanes no podían esquivar tampoco esta ola que ha invadido la ciencia moderna para escudriñar en el pasado.

En muchos inventos dicen que la casualidad facilitó a los hombres de ciencia el sendero de sus grandes descubrimientos. Yo no soy escéptico, no creo en la casualidad y soy partidario de la causalidad, creo en el destino, acepto la intervención de la mano de un Todopoderoso que guía a los hombres. pero escuchemos lo que dice el inventor:

“El año pasado un fabricante, el ingeniero Jaenicke, me facilitó una lámpara nueva, y ésta, dije, una más; en la práctica vi que dejaba cierto residuo que, poco a poco, la inutilizaba.

“Llamé al inventor de la lámpara para ver como podía subsanar este inconveniente; él me dijo que desconocía la composición de este residuo.

“Como químico inmediatamente lo analicé y ¡encontré oro! De manera que en esta lámpara se había hecho la transmutación. Mi ayudante y yo inmediatamente nos pusimos a construir aparatos donde poner el azogue durante 200 horas bajo una corriente eléctrica de 2.000 vatios y así logramos la descomposición del azogue”.

Este es el secreto de la transmutación del oro, sencillísimo desde el punto de vista teórico; pero debe ser muy complicado y carísimo en la práctica, pues el mismo Miethe dice que, hoy por hoy, su descubrimiento no tiene aplicación práctica, no es más que una experiencia de laboratorio. Pero yo digo, ¿y mañana?, y no quiero decir con este mañana los siglos venideros, yo tengo la seguridad que es sólo cuestión de años, y este problema será prácticamente resuelto.

Mientras tanto, los químicos deben investigar, deben dedicarse a la transmutación, éste es su campo del porvenir y nosotros, los que no somos químicos, también transmutemos, descompongamos en el crisol de nuestra personalidad nuestros vicios y pasiones para que resalten transmutados en el oro de la virtud y de la caridad; quizás podamos descubrir como el químico en su matraz, cosas encerradas en nuestro yo interno.

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