Libro: El Padre Nuestro una Oración Mágica

Capítulo 7. El Perdón

“Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.

Capítulo 7. El Perdón

“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. (Mateo 6: 14-15).

Si anhelamos integrarnos con los principios divinos, es necesario que primero obtengamos sus cualidades; cómo pretendemos ser parte del Cristo interior que es amor, si odiamos; cómo queremos ser parte del Padre que es la verdad, si mentimos.

El Ser es la misericordia, el saber perdonar; y el perdón es olvido total. Hay ocasiones en que en el matrimonio tenemos una discusión, al finalizarla nos damos cuenta del error, entonces pedimos perdón y viene la reconciliación; pasa el tiempo, quizás dos o tres años y cuando surge a escena un nuevo conflicto, ¿por qué sacamos a relucir todo el pasado?

La cruda realidad de los hechos es que no sabemos vivir el presente, estamos encajonados en el ayer, en lo que nos hicieron y esto nos liga a fuerzas de orden inferior. Decenas de matrimonios podríamos vivir felices si olvidáramos el pasado, si aprendiéramos a perdonar.

La verdad es atributo del Padre, el amor del Hijo y el poder del Espíritu Santo, estos atributos se los otorgan a la Madre Divina. (Pintura dentro de la Catedral de Puebla, México).

La verdad es atributo del Padre, el amor del Hijo y el poder del Espíritu Santo, estos atributos se los otorgan a la Madre Divina. (Pintura dentro de la Catedral de Puebla, México).

Leyes inferiores y superiores

Existen leyes de tipo inferior y las hay de tipo superior, imaginemos que dentro de un matrimonio somos infieles, obviamente nos echaremos encima un karma, que en la próxima existencia seguramente pagaremos; entonces por ley de la recurrencia volveremos a reencontrarnos, pero ahora seremos nosotros los engañados.

Esto es un cuento de nunca acabar, existencia tras existencia encadenados a leyes de tipo inferior, pagando y endeudándonos incesantemente, sufriendo y haciendo sufrir una y otra vez.

«Colocarse uno bajo leyes innecesarias es absurdo, mejor es ponerse a sí mismo bajo nuevas influencias. La Ley de la Misericordia es una influencia más elevada que la Ley del hombre violento: "Ojo por ojo, diente por diente"». (Samael Aun Weor. Psicología Revolucionaria).

Lo mismo sucede con el odio, el resentimiento, los deseos de venganza, la ira, etc., si nos hacen, hacemos; si nos ofenden, ofendemos; si nos roban, robamos, encadenándonos al dolor incesante existencia tras existencia. Lo peor del caso, es que cada vez lo hacemos en espiras más y más bajas, de tal forma que por último involucionamos en las zonas inferiores del mundo.

Por ello el maestro Jesús nos advierte de las consecuencias de no conciliarnos con nuestros enemigos, en no saber perdonar, en no comprender: “Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante”. (Mateo 5: 25-26).

Lo mejor es dejar esas leyes de tipo inferior y vincularnos a las superiores, como la misericordia, el amor, la comprensión, etc., que nos dejarán prosperidad y dicha. No obstante, no es una tarea que cualquiera pueda llevar a cabo ya que se requiere de mucho valor para enfrentarnos a nosotros mismos y vernos tal cual somos.

No existe ley más exaltada que la fuerza maravillosa del amor, representada por el dios del amor y de las flores “Flor principal” (Xochipilli). (Museo Nacional de Antropología).

No existe ley más exaltada que la fuerza maravillosa del amor, representada por el dios del amor y de las flores “Flor principal” (Xochipilli). (Museo Nacional de Antropología).

El resentimiento

El odio es uno de los peores defectos psicológicos que hemos tenido la desdicha de crear. Si lo más exaltado del mundo es la fuerza maravillosa del amor, el odio, su antítesis, tiene que ser lo más horroroso.

Mientras existan sentimientos de odio en nuestro corazón será muy difícil perdonar en forma sincera a los demás. En ocasiones vociferamos a los cuatro vientos que perdonamos a todo aquél que nos ha causado daño, sin embargo, eso que decimos tanto es hipocresía como mentira, ya que mientras sintamos malestar de cualquier índole en nuestro interior en contra de alguien, aunque sea pequeño, es porque estamos muy lejos de perdonar.

Esos odios se procesan en el subconsciente, se alimentan a través del tiempo sin que nos demos cuenta y cuando menos esperamos explotan causándonos graves daños en nuestros hogares con escenas dantescas o en ocasiones esas emociones negativas que se procesan en nuestro interior tienen como consecuencia enfermedades.

«No basta simplemente perdonar, hay que cancelar las deudas; y eso es todo. Alguien podría perdonar a un enemigo, pero no cancelaría las deudas jamás. Hay que ser sinceros, necesitamos cancelar, y ése es el sentido, del fondo de aquella frase que dice: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”».

«Mientras uno se identifique consigo mismo, no puede perdonar a nadie. A uno le duele que lo insulten, a uno le duele que lo humillen, a uno le duele que lo menosprecien. ¿Por qué? Porque tiene el Yo del orgullo, tiene el Yo del amor propio ahí adentro, bien revivo; y mientras uno tenga el Yo del amor propio, le duele que otro le hiera su amor propio. Así, si no nos identificamos, entonces nos es fácil perdonar, y aún más, digo: Cancelar las deudas, que eso es mejor». (Samael Aun Weor. Los Secretos de la Luna).

El sentir que nos deben

Son muchos los defectos que debemos eliminar, si es que en verdad anhelamos aprender a perdonar. Además de los cientos de odios que hemos creado, existe otro problema muy grave y se llama: auto consideración interior.

Es una virtud el considerar a los demás, el comprenderlos, el ponernos en su lugar, el entender su punto de vista, eso nos hace humanos y las cosas así se manifiestan en un orden superior. Lamentablemente eso que deberíamos sentir para con los demás únicamente lo sentimos para consigo mismos y esto deja de ser una virtud para convertirse en un horrible defecto.

Nos consideramos unos padres excepcionales, que nos hemos sacrificado por los hijos, que dejamos de hacer muchas cosas por ellos, que nos deben la vida, la educación y hasta nos desvelamos por ellos; entonces sentimos que nos deben todo lo que son, pensamos que por tal motivo ellos deberían pagarnos, que están en deuda con nosotros, pero sentimos que son ingratos, que nos tienen olvidados.

En el trabajo para ganarnos el pan de cada día, ya en la oficina, en la fábrica, etc., sentimos que no nos comprenden, que no reconocen todo nuestro esfuerzo, a pesar de que nos hemos sacrificado tanto por la empresa, siempre es otro el que se lleva lo mejor.

Al hermano que lo ayudamos cuando lo necesitaba, lo acogimos en nuestra casa, le dimos de comer, le ayudamos con el dinero que le hacía falta y ahora ni siquiera se acuerda de nosotros.

«La Oración del Señor ha dicho: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". El sentimiento de que a uno le deben, el dolor por los males que otros le causaron, etc., detiene todo progreso interior del alma». (Samael Aun Weor. Psicología Revolucionaria).

En síntesis: consideramos que somos unas almas de Dios y los demás unos perversos, ingratos, descuidados y malagradecidos, sentimos que no nos han pagado como debería de ser.

Es de esta forma que creamos un “libro de cuentas”, tal y como cuando somos comerciantes, que apuntamos lo que fiamos, lo que nos deben los clientes, similarmente tenemos todo un libro de cuentas en donde todo el mundo está anotado, con lo que creemos que nos deben de pagar moralmente y no lo han hecho.

De esta forma malgastamos enormes cantidades de energía y por si fuera poco fortalecemos increíblemente el ego, es obvio que no estamos perdonando a los demás. Es necesario que eliminemos las múltiples formas de auto consideración interior, para que surja en nosotros un sincero perdón.

La Inmaculada Concepción pidiendo perdón por los pecadores. (Ex Convento de San Andrés Calpan).

La Inmaculada Concepción pidiendo perdón por los pecadores. (Ex Convento de San Andrés Calpan).

Las Bienaventuranzas

Algunas de las bienaventuranzas que encontramos en el capítulo 5 del Evangelio de Mateo, tienen el firme propósito de explicarnos las virtudes que necesitamos desarrollar, tanto para alcanzar la felicidad o bienaventuranza como para aprender a perdonar.

“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la Tierra por heredad”.

Ser mansos indudablemente abarca el no ser resentidos con nuestros padres, hijos, hermanos, compañeros de trabajo o escuela y en sí todo el conjunto de seres que nos rodean. Cómo podríamos ser mansos si en nuestro corazón abrigamos odio por la gente, por el simple hecho de que no están en conformidad con nuestra manera de sentir y pensar.

Cómo podríamos ser mansos si creemos que todo el mundo nos ha pagado con moneda negra a toda la bondad que aparentemente hemos tenido.

«Dice también el Evangelio del Señor: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la Tierra por heredad”. Ésta es otra cosa que nadie la ha entendido. “Bienaventurados”, dijéramos, los no resentidos, porque si uno está resentido, ¿cómo puede ser “manso”? El resentido se la pasa “haciendo cuentas”: “¡Ah, pero que yo le hice tantos y tantos favores, a este individuo; que yo, y yo, y yo, y yo, y le protegí, que le hice tantas obras de caridad, y vean cómo me ha pagado!”. “¡Ah, este amigo que tanto le serví, y ahora no es capaz de servirme!” He ahí, pues, las cuentas del resentido». (Samael Aun Weor. Los Secretos de la Luna).

“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”.

Otro problema que se presenta es que mientras nos encontremos inflados de orgullo y vanidad, por nuestro dinero, conocimientos, libros leídos, títulos universitarios, experiencia en la vida, etc., estaremos tan llenos de sí mismos que no tendremos un lugarcito para el Cristo íntimo.

De esa manera no somos pobres en espíritu, somos los ricos no en dinero sino en orgullo. Con esos sentimientos de grandeza, no seremos capaces de ver el punto de vista ajeno, de comprender a los demás y por lo tanto jamás los perdonaremos.

Muchos pleitos familiares, que el hijo o hija no le habla a su madre o padre y viceversa por años enteros, es tan sólo por puro orgullo, no damos nuestro brazo a torcer, nuestro familiar es quien tiene que humillarse ante nosotros.

«Un hombre que está identificado con el dinero, con sus pleitos, con sus negocios, etc., ¿es acaso “pobre espíritu”? Un hombre que está identificado consigo mismo, que está lleno de imágenes de sí mismo en donde se siente grande, poderoso, sublime, inefable, etc., etc., ¿es acaso “pobre de espíritu”? ¡Es obvio que no! El que está lleno de sí mismo, no ha dejado un puestecito para Dios; entonces no es “pobre de espíritu”. (¿Cómo podría ser bienaventurado?). Miremos el orgullo, por ejemplo. No es solamente orgulloso el que tiene dinero; no es solamente orgulloso el que pertenece a una familia muy “popoff”, como se dice; no es solamente orgulloso el que tiene un flamante automóvil, que se siente feliz con él; hay otro orgullo; quiero referirme en forma clara al orgullo místico». (Samael Aun Weor. Los Secretos de la Luna).

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.

Da el golpe de gracia esta bienaventuranza, hablándonos claramente que, sólo siendo misericordiosos, sólo aprendiendo a ver el dolor ajeno y sentirlo como nuestro, es que la ley divina tendrá misericordia de nosotros.

Indudablemente la forma en que debemos aprender a perdonar debe ser desde lo más profundo de nuestro corazón y no de manera superficial; debemos saber que existen cuarenta y nueve niveles en el subconsciente, por lo tanto, el trabajo que debe hacerse es arduo y profundo. Es por ello que el maestro Jesús nos advierte: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”. (Mateo 18: 21-22).

El Evangelio de Mateo está simbolizado por un ángel y le corresponde el elemento agua. (Ex Convento de San Andrés Calpan).

El Evangelio de Mateo está simbolizado por un ángel y le corresponde el elemento agua. (Ex Convento de San Andrés Calpan).

La ley del karma

Esta parte del Padre Nuestro: “Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” es toda una lección sobre la ley de causa y efecto, conocida en el oriente como la ley del Karma.

Toda acción trae como consecuencia una reacción de igual magnitud que la realizada. De esta forma es que se establece un equilibrio en el universo. Si matamos, nos matan; si robamos, nos roban; si mentimos, nos mienten, etc., nada se escapa de esta ley.

Aunque no hay que verla como un castigo, sino como una ley de compensación, ya que, si damos, recibimos; si bendecimos, se nos bendice; si ayudamos al prójimo, se nos ayudará; si damos de comer, jamás nos faltará alimento.

Para comprender mejor esta ley hay que imaginarnos una balanza, donde en un platillo se colocan las buenas obras y en otro las malas, si las buenas obras son iguales a las malas, no pasa nada, las buenas obras compensan las malas; pero, si las malas sobrepasan a las buenas, entonces traeremos como consecuencia dolor, si las obras buenas sobrepasan a las malas, traeremos bienestar, salud y éxito.

Dice un axioma hermético: “haz buenas obras para que pagues tus deudas”, por lo que, si perdonamos desde el fondo del corazón, eliminando esos miles de resentimientos que hemos creado y acabando con la auto consideración interior, obviamente seremos perdonados.

«Si el platillo de las malas acciones pesa más, debemos poner buenas obras en el platillo de las buenas acciones con el propósito de inclinar la balanza a nuestro favor; así cancelamos Karma. Haced buenas acciones para que paguéis vuestras deudas; recordad que no solamente se paga con dolor, también se puede pagar haciendo el bien». (Samael Aun Weor. Mirando al Misterio).

Coyote emplumado, símbolo de la ley del Karma. (Museo Nacional de Antropología).

Coyote emplumado, símbolo de la ley del Karma. (Museo Nacional de Antropología).

Práctica:

Démonos el tiempo suficiente, dirigiendo nuestra atención consciente a través de la auto observación psicológica a nuestro mundo interior para descubrir a quién tenemos anotado en nuestro “libro de cuentas”, de la lista que logremos descubrir, tratemos de perdonar al último de la lista y esto quiere decir que debemos olvidar completamente el sentimiento de deuda.

Esto lo haremos meditando, obviamente con el cuerpo y mente relajados, en el yo o yoes que intervienen en ese sentimiento de que nos deben, de que no nos han pagado como merecemos.

«Escrito está que, en el trabajo esotérico gnóstico, solo es posible el crecimiento anímico mediante el perdón a los otros». (Samael Aun Weor. Psicología Revolucionaria).

Cruzar las piernas, la derecha delante de la izquierda durante la meditación, permite absorber las fuerzas positivas de la tierra. (Museo de Antropología de Xalapa).

Cruzar las piernas, la derecha delante de la izquierda durante la meditación, permite absorber las fuerzas positivas de la tierra. (Museo de Antropología de Xalapa).

Escuchar práctica en audio:

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Videoconferencia del curso: "El Padre Nuestro Develado"

7. El Perdón.

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