BOSQUEJO GEOGRÁFICO, HISTÓRICO Y ETNOGRÁFICO

Para hacerse cargo de la verdadera importancia de la narración que vamos a hacer, conviene averiguar cuáles son, en realidad, las noticias que poseemos sobre la vida de nuestra gran raza raíz, la quinta raza o raza aria.

Desde los tiempos de Grecia y Roma se han escrito volúmenes sobre volúmenes acerca de los pueblos que han alternado en el escenario de la Historia; se ha analizado y clasificado sus instituciones políticas, sus creencias religiosas, sus usos y costumbres sociales y domésticos, y obras sin cuento: escritas en todas las lenguas, consignan para provecho nuestro la marcha detallada del progreso.

Sin embargo, debe recordarse que sólo poseemos un fragmento de la Historia de esta quinta raza: los anales de las últimas familias de la subraza celta, y los de la primera familia de nuestro propio tronco: el teutónico.

Pero los cientos de miles de años que transcurrieron desde que los primitivos arios dejaron sus moradas en las orillas del mar central de Asia, hasta los tiempos de Grecia y Roma, fueron testigos del nacimiento y caída de innumerables civilizaciones.

De la primera subraza de nuestra raza aria, la cual habitó en la India y colonizó el Egipto en edades prehistóricas, nada sabemos en verdad; y lo mismo puede decirse de las naciones caldea, babilónica y asiria, que compusieron la segunda subraza; pues los pocos conocimientos deducidos de los jeroglíficos de las tumbas egipcias, y de las inscripciones cuneiformes de los ladrillos de Babilonia, recientemente descifrados, apenas puede asegurarse que constituyan historia.

Los persas, que pertenecieron a la tercera subraza, la irania, han dejado algunas huellas; pero de las primitivas civilizaciones de la cuarta subraza o celta, no tenemos anales de ninguna especie.

Sólo al nacer los últimos brotes de este tronco céltico, es decir, los pueblos griego y romano, entramos realmente en el período histórico.

Corre parejas con la ignorancia sobre este período pasado, la ignorancia sobre el porvenir; pues de las siete subrazas que son necesarias para completar la historia de una gran raza raíz, sólo cinco han existido hasta ahora.

Nuestra propia subraza teutónica, que es la quinta, ha producido ya muchas naciones, pero aún no ha terminado su carrera; mientras que las subrazas sexta y séptima que han de desarrollarse en los continentes Norte y Sur de América, habrán de dar miles de años a la historia.

Así, pues, al tratar de resumir en unas cuantas páginas las noticias acerca del progreso humano durante un período que debe de haber ocupado, por lo menos, tan gran espacio de tiempo como el acabado de indicar, se comprenderá cuán ligero tiene que ser este bosquejo.

La exposición del progreso del mundo durante el período de la cuarta raza o raza atlante, ha de abrazar la historia de muchas naciones, y registrar el nacimiento y ruina de civilizaciones numerosas.

A más de esto, tuvieron lugar en diversas ocasiones durante el desarrollo de esta raza, catástrofes tales cuales no las ha experimentado todavía nuestra quinta raza.

La destrucción de la Atlántida se realizó por una serie de catástrofes cuyo carácter varió desde los grandes cataclismos en que perecieron poblaciones y territorios enteros, hasta los hundimientos de terreno, relativamente sin importancia e iguales a los que hoy suceden en nuestras costas.

Una vez iniciada la destrucción por la gran catástrofe primera, los hundimientos parciales continuaron sin interrupción deshaciendo el continente con acción lenta, pero segura.

Hubo cuatro grandes catástrofes superiores a las demás en intensidad.

La primera acaeció en la edad miocena, hace 800.000 años poco más o menos (1).

La segunda, que fue de menos importancia, sucedió hace cosa de 200.000 años.

La tercera, ocurrida hace 80.000 años, fue muy grande; destruyó todo lo que quedaba del continente atlante, a excepción de la isla a la que Platón dio el nombre de Poseidon, la cual a su vez, se sumergió en la cuarta y última gran catástrofe, 9.564 años antes de la Era cristiana.

Ahora bien; el testimonio de los más antiguos escritores y las investigaciones científicas modernas afirman de consuno la existencia de un antiguo continente que ocupaba el lugar de la perdida Atlántida.

Antes de entrar en la narración que nos proponemos, conviene echar una ligera ojeada sobre las fuentes generalmente conocidas que suministran pruebas de lo dicho.

Estas pueden agruparse en cinco clases:

l) Los datos aportados por los sondeos del mar:

2) La distribución de la fauna y de la flora;

3) Las semejanzas de lenguaje y tipo etnográfico;

4) La semejanza de arquitectura, creencias y ritos religiosos; y

5) El testimonio de los antiguos escritores, de las tradiciones antiguas de las razas y de las leyendas arcaicas sobre el diluvio.

Primero.

En pocas palabras resumiremos las pruebas que aportan los sondeos del mar, merced a las expediciones de los cañoneros inglés y norteamericano Challenger y Dolphin principalmente (aunque Alemania se asoció también a esta exploración científica), el fondo de todo el Océano Atlántico está hoy trazado en mapas, resultando que existe un inmenso banco o sierra de gran elevación en medio de este mar.

Esta cordillera se extiende en dirección Sudoeste desde los 50° Norte hacia la costa de la América meridional, desde donde cambia en dirección Sudeste hacia las costas de Africa, cambiando de nuevo de dirección en los alrededores de la isla de la Ascensión, y enderezándose hacia el Sur rectamente hacia las islas de Tristán de Acunha.

Este banco se levanta súbitamente 9.000 pies del fondo de las profundidades que le rodean y las Azores, San Pablo, Ascensión y las islas de Tristán de Acunha son los picos de esta elevación de terreno que aún permanecen sobre el agua.

Se necesita una cuerda de 3.500 brazas (21.000 pies) para sondar las partes más profundas del Atlántico, mientras que las más elevadas del banco referido están solamente a ciento o unos cuantos cientos de brazas debajo del agua.

El sondeo muestra también que la cordillera está cubierta de restos volcánicos, de los cuales se encuentran huellas atravesando el Océano hacia las costas americanas.

Las investigaciones hechas durante la exploración aludida, han probado de un modo concluyente que el lecho del Océano, particularmente en la proximidad de las Azores, ha experimentado perturbaciones volcánicas de una proporción gigantesca en períodos geológicos que pueden determinarse.

Mr. Starkie Gardner opina que en el período eoceno formaban las islas británicas parte de una gran isla o continente, que se extendía hacia el Atlántico, y que “un tiempo existió una gran extensión de tierra firme, donde ahora hay mar, de cuyas más elevadas cimas son restos Cornwall, el Scilly, las islas del Canal, Irlanda y la Gran Bretaña”.

(2) Segundo.

Es un enigma para los biólogos y botánicos la existencia de especies similares o idénticas de la fauna y de la flora en continentes separados por los grandes mares.

Mas si alguna vez estuvieron estos continentes unidos de modo que fuese posible la natural emigración de tales plantas y animales, el enigma quedaría aclarado.

Ahora bien; los restos fósiles del camello se encuentran en la India, en Africa, en la América del Sur y en Kansas; mas es hipótesis generalmente aceptada por los naturalistas, que todas las especies de animales y plantas son oriundas de una sola parte del globo, desde la cual, como centro, se han esparcido por las demás.

¿Cómo, pues, puede explicarse la situación de tales restos fósiles sin la existencia de una comunicación terrestre en una remota edad? Recientes descubrimientos verificados en los yacimientos de Nebraska, parece también demostrar que el caballo tuvo su origen en el hemisferio occidental, pues sólo en aquella parte del mundo se han encontrado restos fósiles que ponen de manifiesto las diversas formas intermedias identificadas como precursoras del actual caballo.

Sería, pues, difícil explicar la presencia del caballo en Europa, sin la hipótesis de continuas comunicaciones terrestres entre los dos continentes, puesto que es cosa cierta que el caballo existía en estado salvaje en Europa y en Asia antes de que fuese domesticado por el hombre, lo cual tuvo lugar casi en la Edad de Piedra.

El ganado lanar y el vacuno, tales como los conocemos hoy, tienen igualmente un abolengo remoto.

Darwin opina que había en Europa, en el primer período de la Edad de Piedra, ganado vacuno domesticado, el cual procedía de tipos salvajes de la familia del búfalo de América.

También existen en el Norte de América restos del león de las cavernas de Europa.

Pasando ahora del reino animal al vegetal, se observa que la mayor parte de la flora del período mioceno de Europa que se encuentra principalmente en los yacimientos fósiles de Suiza existe al presente en América y algunas especies en Africa; pero el hecho notable, a propósito de América, es que mientras se halla dicha flora en gran proporción en los Estados Orientales, faltan muchas especies en las costas del Pacífico.

Esto parece mostrar que entraron en aquel continente por el lado del Atlántico.

El profesor Asa Gray dice que, de los 66 géneros y 155 especies encontradas en los bosques, al Este de las Montañas Rocosas, sólo 31 géneros y 78 especies se ven al Occidente de estas alturas.

Pero el mayor problema de todos es el del plátano.

El profesor Kuntze, eminente botánico alemán, pregunta: «¿Cómo pudo llegar a América esta planta, originaria de comarcas tropicales de Asia y África, y que no resiste un viaje al través de la zona templada?» Según él mismo indica, es una planta sin semillas, que no puede propagarse por sección, ni tiene tubérculos que puedan transportarse fácilmente.

Su raíz es arbórea.

Para trasladar esta planta se necesita un cuidado especial, y además no puede resistir una larga travesía.

La única explicación que se le ocurre a este naturalista para dar razón de la presencia del plátano en América, es suponer que fue llevado allí por el hombre civilizado en un tiempo en que las regiones polares gozaban de clima tropical (!).

Más adelante añade: «una planta cultivada que no tiene semillas, debe de haber estado bajo la acción del cultivo durante un período muy largo... lo más natural es inferir que estas plantas fueron cultivadas desde el principio del período diluviano» .

¿Por qué -podría preguntársele- no ha de llevarnos más atrás esta hipótesis, a tiempos aún más remotos? Y ¿dónde hallaremos civilizaciones a propósito para el cultivo de la planta, o el clima y circunstancias requeridas para su transporte, a no ser que supongamos que hubo en alguna época un lazo de unión entre el antiguo y el nuevo continente? El profesor Wallace, en su interesante obra Island Life, así como otros escritores en muchas obras importantes, han emitido ingeniosas hipótesis para explicar la identidad de la flora y de la fauna en territorios muy apartados unos de otros, y el transporte de las especies al través del Océano, pero sus razones no son convincentes y fallan en diferentes puntos.

Es cosa sabida que el trigo, tal cual le conocemos, no ha existido jamás en verdadero estado silvestre, ni hay prueba alguna por donde rastrear su descendencia de especies fósiles.

Cinco variedades de trigo se cultivaban ya en Europa en la Edad de Piedra, una de las cuales, encontrada en las moradas lacustres, se conoce por trigo de Egipto; de lo cual deduce Darwin que los habitantes de los lagos, o sostenían tráfico aún con algún pueblo meridional, o procedían originariamente del Sur como colonizadores; y concluye que el trigo, la cebada, la avena, viene de diversas especies ya extinguidas, o tan enteramente distintas de aquéllas, que no permiten su identificación, por lo que dice: «El hombre debe de haber cultivado los cereales desde un período enormemente remoto».

Las regiones donde estas especies extintas florecieron y la civilización bajo la cual fueron cultivadas por una selección inteligente, nos las suministra continente perdido, cuyos emigrantes las llevaron a Oriente y Occidente.

Tercero.

De la fauna y la flora pasemos al hombre.

El Lenguaje -La lengua euskera permanece aislada entre los idiomas europeos, sin tener afinidad con ninguno de ellos.

Según Farrar, «nunca ha sido dudoso que este lenguaje, que conserva su identidad en un rincón occidental de Europa, en medio de dos poderosos reinos, se parece en su estructura a los idiomas aborígenes del continente frontero (América) y a ellos solamente (Families of Speech, pág. 132).

Los fenicios fueron, al parecer, los primeros que usaron en el hemisferio oriental un alfabeto fonético, cuyos caracteres son meros signos de los sonidos.

Es un hecho curioso el que en una edad tan remota se encuentre también un alfabeto fonético en la América central, entre los Mayas del Yucatán, cuyas tradiciones referían el origen de su cultura a un país del oriente, allende el mar.

Le Plongeon, gran autoridad en el asunto, escribe: «Una tercera parte de este idioma (el Maya) es puro griego.

¿Quién llevó la lengua de Homero a América, o quién trajo a Grecia la de los Mayas? El griego es un vástago del sánscrito.

¿Lo es el Maya, o son coetáneos?» Aún más sorprendente es que trece letras del alfabeto Maya tengan una relación muy clara con los signos jeroglíficos de Egipto correspondientes a las mismas letras.

Es probable que la primitiva forma del alfabeto fuese la jeroglífica, «la escritura de los dioses » , según la llamaban los egipcios, y que más tarde se convirtió en la Atlántida, en fonética.

Natural sería suponer que los egipcios fueron una colonia muy antigua de los atlantes (y así lo fueron en realidad), y que llevaron consigo el tipo primitivo de la escritura, que de este modo ha dejado sus huellas en ambos hemisferios, mientras que los fenicios, que eran gente marinera, adquirieron y se asimilaron la última forma de su alfabeto en su comercio con los pueblos del Occidente.

Un punto más debe notarse, y es la extraordinaria semejanza entre muchas palabras del hebreo y las voces que tienen precisamente el mismo significado en el idioma de los chapenecas, rama de la raza Maya y de las más antiguas de la América central.

Una lista de estas voces aparece en la pág. 475 de North Americans of Antiquity.

La semejanza de lenguaje de varias razas salvajes de las islas del Pacífico se ha empleado como argumento por escritores en esta materia.

La existencia de idiomas similares hablados por razas separadas por muchas leguas de mar, a través del cual no se les ha conocido comunicación en tiempos históricos, es ciertamente un argumento en favor de su descendencia de una raza única que ocupara un solo continente; mas este argumento no puede ser aplicado a nuestro propósito, porque el continente de que dichas islas formaron parte no fue la Atlántida, sino el más antiguo aún de Lemuria.

Tipos étnicos - La Atlántida, como veremos, se dice que fue habitada por razas rojas, amarillas, blancas y negras.

Ahora bien; las investigaciones de Le Plongeon, de Quatrefages, de Bancroft y otros, han mostrado que las poblaciones oscuras del tipo negro africano existían aun en tiempos muy recientes en América.

Muchos de los monumentos de la América Central presentan en su decorado semblantes de negros, y muchos de los ídolos allí encontrados son indudables representaciones de hombres de esta raza, con sus cráneos pequeños, gruesos labios y su cabello corto y lanudo.

El Popul Vuh, hablando de la primera morada de la raza guatemalteca, dice: «hombres negros y blancos juntamente» vivían en esta tierra feliz «en gran paz», hablando «una misma lengua».

(Véase Native Races, de Bancroft, pág. 547).

El Popol Vuh continúa refiriendo cómo aquel pueblo emigró del país de sus abuelos; cómo llegó a alterarse su lenguaje, y cómo algunos pasaron al Este mientras otros se trasladaron al Oeste (América Central) .

El profesor Retzius, en su Smithsonian Report , considera que los primitivos dolicocéfalos de América están íntimamente relacionados con los guanches de las islas Canarias y con la población de la costa africana del Atlántico, población a la cual Latham designa con el nombre de egipcio-atlante.

La misma forma de cráneo se encuentra en las islas Canarias, al lado de la costa de África, que en las islas Caribes, junto a la costa americana, y el color de la piel es en ambas poblaciones rojizo oscuro.

Los antiguos egipcios se representaban a sí mismos como hombres rojos, del mismo aspecto que hoy se ve en algunas tribus de indios americanos.

«Los antiguos peruanos -dice Sholt- parece que fueron una raza de cabello castaño, a juzgar por las numerosas muestras de pelo encontradas en sus tumbas» .

Hay un hecho notable a propósito de estos pueblos de América, el cual es un enigma indescifrable para los etnólogos, y es la muchedumbre de colores y aspectos, que entre ellos se encuentra.

Desde la blancura de las tribus menominea, dacota, mandana y zuni, en las cuales abundan los tipos de cabello castaño y ojos azules, hasta la obscuridad, que casi se confunde con las del negro africano, de los k aros de Kansas, y de las ya extinguidas tribus de California, las razas indias presentan todos los matices: rojo oscuro, cobrizo, aceitunado, cinamomo y bronco.

(3) Prosiguiendo nuestro discurso, veremos como la variedad de color, en el continente americano, se explica por los colores de las razas originales del continente atlante, de donde son oriundos los pueblos del Nuevo Mundo.

Cuarto.

Ninguna cosa parece haber sorprendido más a los primeros aventureros españoles en México y en el Perú, que la extraordinaria semejanza de las creencias, ritos y emblemas religiosos que allí encontraron establecidos, con los del Viejo Continente.

Los sacerdotes españoles consideraron esta semejanza como obra del diablo.

La adoración de la cruz por los naturales, y su constante presencia así en los edificios religiosos, como en las ceremonias, fue el motivo principal de su asombro; ya la verdad, en ninguna parte, ni siquiera en la India y en Egipto, fue este símbolo tenido en mayor veneración que entre las tribus primitivas del continente americano, siendo la misma la significación que encerraba su culto.

En Occidente, como en Oriente, la cruz era el símbolo de la vida: a veces de la vida física; con más frecuencia, de la vida eterna.

Del mismo modo era universal en ambos hemisferios la adoración del disco del solo círculo y de la serpiente, y aún más sorprendente es la semejanza de la palabra que significa “Dios” en los principales idiomas orientales y occidentales.

Compárese el Dyaus o Dyaus-Pitar, sánscritos; el Theos y Zeus, griegos; el Deus y Júpiter, latinos; el Día y Ta, celtas (el último pronunciado Zia, y al parecer afin al Tau egipcio); el Jah o Zrh judíos, y, últimamente el Teo o Zeo mexicanos.

Todas las naciones practicaban ritos bautismales.

En Babilonia y Egipto los candidatos a la iniciación en los misterios eran primeramente bautizados.

Tertuliano, en su tratado De Baptismo, dice que se les prometía como consecuencia «la regeneración y el perdón de todos sus perjurios» .

Las naciones escandinavas bautizaban a los recién nacidos; y si pasamos a México y al Perú, encontraremos el bautismo de los niños como ceremonia solemne, consistente en aspersiones de agua, aplicación de la señal de la cruz y recitación de plegarias para limpiarles de pecado.

(Véase Mexican Researches, de Humbolt, y Mexico, de Prescott).

Además del bautismo, las tribus de Méjico, de la América Central y del Perú se parecían a las naciones del Viejo Mundo por sus ritos de la confesión, la absolución, el ayuno y el matrimonio con la unión de manos ante el sacerdote.

Tenían también una ceremonia semejante a la comunión, en que se consumía una pasta de harina, marcada con la Tau (forma egipcia de la cruz), y a la que el pueblo llamaba la carne de su Dios.

Ésta, a manera de hostia, guardaba exacto parecido con las tortas sagradas de Egipto y de otras naciones orientales.

También, a semejanza de estas naciones, los pueblos del Nuevo Continente tenían órdenes monásticas, así de hombres como de mujeres, donde se castigaba con la muerte el quebrantamiento de los votos.

Embalsamaban los cadáveres al modo de los egipcios, y adoraban al sol, la luna y los planetas, pero por cima de todo tributaban culto a una divinidad «Omnipresente, Omnisciente... invisible, incorpórea, un Dios de toda perfección » .

(Historia de Nueva España, de Sahagún, libro VI).

Tenían también su Diosa Virgen y madre, «Nuestra Señora» , cuyo hijo, el «Señor de Luz» , era llamado, «el Salvador», correspondiendo exactamente a Isis Beltis y las demás diosas vírgenes del Oriente, con sus hijos divinos.

Los ritos de su culto al sol y al fuego, tenían íntimo parecido con los de los primitivos celtas de la Gran Bretaña e Irlanda, y como éstos se creían «hijos del Sol» .

El arca o argha fue uno de ]os símbolos sagrados universales, encontrando así en la India, Caldea, Asiria, Egipto y Grecia, como entre los pueblos celtas.

Lord Kingsborough, en su obra Mexican Antiquities (volumen VIII, pág. 250), dice: «Así como entre los judíos el arca era una especie de altar portátil en que suponían continuamente presente la divinidad, así también los mejicanos, los cheroques y los indios de Michoacan y de Honduras profesaban la mayor veneración a un arca, teniéndola por objeto demasiado sagrado para que pudiese tocarla alguien que no fuese sacerdote».

Por lo que respecta a la arquitectura religiosa, vemos que en los dos lados del Atlántico fue la pirámide una de las primeras construcciones sagradas.

Aun siendo dudoso el empleo a que estos monumentos fueron destinados en su origen, es positivo, sin embargo, que estaban íntimamente relacionados con las ideas religiosas.

La identidad de su traza, ya en Egipto, ya en Méjico, o en la América Central, es demasiado chocante para que se le considere como mera coincidencia.

Verdad es que algunas de las pirámides americanas - el mayor número son de la forma truncada o aplanada; mas sin embargo, según Bancroft y otros, muchas de las encontradas en Yucatán, y particularmente las próximas a Palenque, acaban en punta, a la manera egipcia, mientras que hay también en Egipto pirámides del tipo escalonado y aplanado.

Cholula ha sido comparada a los grupos de Dachour Sakkara y a la pirámide escalonada de Medourn.

Asimismo la orientación la estructura y hasta las galerías y cámaras interiores de estos misteriosos monumentos de Oriente y Occidente, atestiguan que sus constructores se inspiraron al trazarlos en una idea común.

Las grandes ruinas de las ciudades y templos del Yucatán, y aun de todo Méjico, tienen una extraña semejanza con las de Egipto, habiéndose comparado muchas veces las ruinas de Teotihuacan con las de Karnak.

El «falso arco» -formado por hileras de piedras horizontales que resaltan ligeramente una de otra - se encuentra construído del mismo modo en la América Central, en los más antiguos edificios de Grecia y en los restos etruscos.

Los constructores de túmulos, así en uno como en otro continente, los hacían similares y colocaban dentro de ellos los cadáveres en idénticos sarcófagos de piedra.

Ambos hemisferios tienen también sus grandes montículos espirales; compárese el de Adams Co (Ohio) con el acabado montículo espiral descubierto en Argyleshire, o con el ejemplar menos perfecto de Avebury en Wilts.

El tallado y decorado de los templos de América, de Egipto y de la India, tienen mucho de común, y algunas de las decoraciones murales son completamente idénticas.

Quinto.

Sólo nos resta dar un breve resumen de las noticias sacadas de escritores antiguos, de tradiciones de razas primitivas y de las leyendas arcaicas del diluvio.

AEliano, en su Varia historia (lib. III, cap. XVIII), declara que Theopompo (400 años antes de la Era cristiana) daba noticia de una entrevista del Rey de Frigia y Sileno, en que el último hizo referencia a un gran continente más allá del Atlántico, de mayor extensión que Asia, Europa y Libia juntas.

Prodo hace una cita de un antiguo escritor relativa a las islas del mar que está al otro lado de las columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar), y dice que los habitantes de una de ellas tenían la tradición de una isla muy extensa llamada Atlántida, que por mucho tiempo dominó sobre las demás de aquel Océano.

Marcelo habla de siete islas del Atlántico cuyos habitantes conservan memoria de otra isla mucho mayor, la Atlántida, «que durante un largo período ejerció soberanía sobre las pequeñas».

Diodoro Siculo refiere que los fenicios descubrieron «una gran isla en el Océano Atlántico, más allá de las columnas de Hércules, a algunos días de navegación de la costa de Africa» .

Pero la mayor autoridad en el asunto es la de Platón.

En el Timeo alude a la isla continente; mas el Critias o Atlántico viene a ser la relación detallada de la historia, artes, usos y costumbres de aquel pueblo.

En el Timeo hace referencia a «un inmenso poder guerrero que, lanzándose desde el mar Atlántico, se extendió con furia por toda Europa y Asia.

Pues por este tiempo aquel Océano era navegable y había en él una isla frente a la embocadura que llamáis columnas de Hércules.

Pero esta isla era más grande que la Libia y el Asia juntas, y daba fácil acceso a otras islas vecinas, siendo igualmente fácil pasar de estas últimas a todos los continentes que baña el mar Atlántico» .

Es tanto el valor del Critias, que no se sabe qué escoger en él.

Pero tiene especial interés el siguiente párrafo, por referirse a los recursos materiales de aquel país: «Estaban igualmente provistos así en su ciudad como en cualquier otro punto, de todo lo apetecible para los usos de la vida.

Se surtían ciertamente de muchas cosas en otras comarcas, por razón de ser extenso su imperio; pero la isla les suministraba la mayor parte de lo que necesitaban.

En primer lugar, sacaban de sus minas los metales y los fundían; y el oricaldo que hoy rara vez se menciona, era entre ellos muy celebrado; se sacaba de la tierra en muchas partes de la isla, y se le consideraba como el más precioso de todos los metales, excepto el oro.

La isla producía también, en abundancia, maderas de construcción.

Había asimismo sobrados pastos para animales domésticos y selváticos.

Existía un prodigioso número de elefantes, pues los pastos eran bastantes a regalar cuanto en lagos, ríos, llanuras y montañas se alimenta.

Y de la misma manera había suficiente sustento para la más extensa y más voraz especie de animales.

Además de esto, cuanto al presente produce la tierra de oloroso, raíces, yerbas, maderas, jugos, gomas, flores o frutos, todo lo producía la isla y lo producía bien».

Los galos tenían tradiciones de la Atlántida, las cuales fueron recogidas por el historiador romano Timógenes, que vivió en el siglo anterior a Cristo.

Tres pueblos de apariencia distinta habitaban las Galias.

Primeramente la población indígena (restos probables de la raza lemura); en segundo lugar, los invasores que procedían de la lejana isla Atlántida, y últimamente los ario-galos (véase Pre-adamites, página 380).

Los toltecas de México se consideraban oriundos de un país llamado Atlan o Aztlan; los aztecas también remontaban su origen a Aztlan (véase Native Races de Bancroft, vol. V, págs, 221 y 321).

El Popul Vuh (pág. 294) habla de una visita que tres hijos del Rey de Quiches hicieron a una tierra «al Este, a orillas del mar, de la cual sus padres habían venido», y de donde aquellos trajeron, entre otras cosas, «un sistema de escritura» (véase también Bancroft, vol. V, pág. 553).

Existe entre los indios de la América del Norte, muy difundida, una leyenda sobre la procedencia de sus antepasados de una tierra «hacia el nacimiento del sol».

Los indios Jowas y Dakotas, según afirma el mayor J. Lind, creían que «todas las tribus indias formaban antiguamente una sola, y que vivieron juntas en una isla... hacia el nacimiento del sol».

Desde allí cruzaron el mar en enormes piraguas, a las cuales los antiguos Dakotas navegaron semanas enteras, ganando al fin la tierra.

Declaran los libros de la América Central, que una parte de aquel continente se extendía mar adentro en el Océano, y que esta región fue destruida por una serie de espantosos cataclismos sucedidos a largos intervalos, de tres de los cuales hacen frecuente referencia (Véase Ancient América, de Waldwin, pág. 176).

Es curiosa la confirmación de esta creencia por la leyenda de los celtas de Bretaña, que presentaba a su país extendiéndose antiguamente por el Atlántico, y luego destruido.

Tres catástrofes se mencionan en las tradiciones de Gales.

De la divinidad mexicana, Quetzalcoatl se creía que vino del “lejano Oriente”.

Se le representaba como un hombre blanco de luenga barba (nótese que los indios americanos no tienen barba).

Este Dios les enseñó la escritura y reguló el calendario mexicano.

Después de haberles aleccionado en las artes pacificas se embarcó de nuevo en dirección al Este en una canoa de piel de serpiente (véase North American of Antiquity de Short, págs. 268 y 271).

La misma historia se hacía de Zamna, civilizador del Yucatán.

Sólo queda por tratar la maravillosa uniformidad de las leyendas del diluvio en todas las partes del mundo.

Que aquéllas sean versiones arcaicas de la historia de la perdida Atlántida y de su hundimiento, o ecos de una gran alegoría cósmica, un tiempo enseñada y tenida en veneración en algún centro común, desde el cual se difundiera a todos los confines del mundo, no es cuestión que por el momento nos importe.

Basta para nuestro objeto mostrar la aceptación universal de estas leyendas.

Ocioso seria repetir las historias del diluvio una por una; es suficiente decir que en la India, en Caldea, Babilonia, Media, Grecia, Escandinavia y China, así como entre judíos y celtas, la leyenda es completamente idéntica en todo lo esencial.

Y volviendo al Occidente ¿qué encontramos? La misma historia en todos sus detalles, conservada por los mexicanos, (cada una de cuyas tribus tenía su versión), por los guatemaltecos, peruanos y habitantes de Honduras, y por casi todas las tribus indias de la América del Norte.

Sería pueril sostener que en una mera coincidencia esté la explicación de esta identidad fundamental.

Con la siguiente cita del famoso manuscrito troano que existe en el Museo británico y que ha traducido Le Plongeon, pondremos término a esta parte del asunto.

El manuscrito troano parece haber sido escrito hace unos 3.500 años entre los mayas del Yucatán.

He aquí la descripción que hace de la catástrofe que sumergió la isla de Poseidón: «En el año 6 Kan, en el undécimo Muluc del mes Zac, hubo terribles terremotos que siguieron sin interrupción hasta el décimo tercio Chuen.

El país de los montículos de lodo, la tierra de Mu, creció; elevada por dos veces, desapareció durante la noche, sacudidas sin cesar las profundidades por fuerzas volcánicas.

Faltando a éstas la salida, hundían y elevaban la tierra en diferentes sitios.

Al fin cedió la superficie, y diez comarcas, hechas pedazos, fueron esparcidas.

Incapaces de resistir la fuerza de las convulsiones, se hundieron con sus 64 millones de habitantes, 8.060 años antes de que este libro fuera escrito».

Pero ya hemos dedicado bastante espacio a las noticias más o menos autorizadas sobre el particular que hasta ahora hemos tenido a mano.

Los que tengan interés en continuar las investigaciones en alguna dirección de las indicadas, pueden acudir a las distintas obras de que hemos hecho mérito.

* * *

Vamos ahora a entrar de lleno en el asunto.

Los hechos que nos proponemos exponer no son fruto de presunciones o conjeturas, sino que han sido sacados de anales contemporáneos, formados y transmitidos a través de las edades de que vamos a tratar.

Acaso el que esto escribe no haya comprendido en toda su plenitud estos hechos, y así será posible que en algún punto los relate imperfectamente.

Pero los anales auténticos están a disposición de los investigadores debidamente calificados; y aquellos que se hallen dispuestos a adquirir la enseñanza necesaria, pueden adquirir la facultad de comprobarlos y cotejarlos.

Mas aunque todos los anales ocultos estuviesen expuestos a nuestra vista, siempre tendría que ser reducido el bosquejo en que se intentara resumir en pocas páginas la historia de razas y naciones que han vivido, cuando menos, muchos cientos de miles de años.

No obstante, ciertos pormenores sobre asunto tal, por inconexos que sean, constituyen una novedad, y han de ofrecer, por tanto, interés a la generalidad de las gentes.

Entre los documentos a que hemos aludido hay mapas del mundo en diversos períodos de su historia, de los cuales se ha permitido sacar cuatro copias más o menos completas, por gran privilegio, al autor de esta obra.

Representan los cuatro a la Atlántida y tierras circunvecinas en diferentes épocas de su historia.

Estas épocas corresponden aproximadamente a los períodos comprendidos entre las catástrofes dichas, y dentro de estos períodos, representados por los cuatro mapas, se agrupan los acontecimientos de la raza atlante.

Antes de comenzar esta historia, sin embargo, conviene hacer algunas indicaciones sobre la geografía de aquellas cuatro épocas.

El primer mapa representa la superficie de la tierra tal como era hace un millón de años, cuando la raza atlante estaba en su apogeo, antes de la primera gran sumersión, acaecida 800.000 años hace.

El continente de la Atlántida, como puede observarse, se extendía desde un punto, algunos grados al Este de Islandia, hasta poco más o menos el sitio que hoy ocupa Río de Janeiro, en la América del Sur.

Desde Texas, cuyo territorio comprendía, así como el golfo mexicano y los Estados meridionales y orientales de América hasta el Labrador inclusive, se alargaba a través del Océano hasta las islas británicas -Escocia e Irlanda y una pequeña porción del Norte de Inglaterra formaban uno de sus promontorios- mientras sus tierras ecuatoriales abarcaban el Brasil y toda la extensión del Océano hasta la costa de Oro, en África.

Se ven también en este mapa fragmentos diseminados de los que un día habían de ser continentes de Europa, África y América, así como los restos de un continente todavía más antiguo y en otro tiempo grandemente extendido: el de Lemuria.

Asimismo se indican con color azul, como los de Lemuria, los restos del continente hiperbóreo, anterior aún al último, y que fue la morada de la segunda raza raíz.

Según se verá por el segundo mapa, la catástrofe de hace 800.000 años operó grandes cambios en la distribución de tierras en el globo.

El gran continente aparece despojado de sus regiones septentrionales, y el resto quedó roto.

El continente americano, entonces en vías de crecimiento, está separado por un brazo de mar de su tronco el continente Atlante; y ya éste no comprende tierra alguna de las que hoy existen, sino que ocupa gran extensión del Atlántico, desde los 50 grados de latitud Norte, hasta unos pocos grados al Sur del Ecuador.

Los hundimientos y elevaciones en otras partes del globo habían sido también considerables; las islas británicas, por ejemplo, forman ya parte de una inmensa isla que abraza también la península escandinava, el Norte de Francia, todos los mares comprendidos entre estos territorios, y alguna parte de los mares exteriores.

Las dimensiones de los restos de Lemuria han disminuido, mientras que Europa, África y América han aumentado en extensión.

El tercer mapa muestra los resultados de la catástrofe de hace cerca de 200.000 años.

Con excepción de los rompimientos en los continentes atlántico y americano, y de la inmersión del Egipto, se observará de cuán menor importancia, relativamente, fueron los hundimientos y elevaciones de terrenos en esta época; y ciertamente el hecho de que esta catástrofe no ha sido considerada siempre como una de las grandes, aparece bien claro de la cita que hemos hecho del libro sagrado de los guatemaltecos, donde sólo se menciona tres de aquel grado.

Sin embargo, la isla escandinava aparece ya unida al continente.

La Atlántida se ha partido en dos islas, las cuales llevaron los nombres de Ruta y Daitya.

Los efectos estupendos de la convulsión acaecida hace 80.000 años, están de manifiesto en el cuarto mapa.

Daitya, la más pequeña y meridional de las dos islas susodichas ha desaparecido casi del todo, y de Ruta queda solamente la isla relativamente pequeña de Poseidón.

Este mapa fue hecho hace 72.000 años, y representa sin duda con exactitud la superficie terrestre desde este período acaecieron menores mudanzas.

Nótese que los contornos terrestres habían comenzado entonces a tomar, en general, la apariencia que hoy día tienen, aunque las islas británicas estaban aún unidas al continente europeo, el mar Báltico no existía, y el desierto de Sahara formaba parte del lecho del Océano.

Debemos hacer una somera referencia de los Manus, asunto místico en extremo, como preliminar necesario a la explicación del origen de una raza raíz.

En la Conferencia XXVI de la Sociedad Teosófica de Londres, se trató de la obra que estos seres sublimes llevan a cabo, la cual abraza no sólo el plan de los tipos de todo el Manvantara, sino también la dirección asidua de la formación y enseñanza de cada raza raíz.

La siguiente sita se refiere a esta labor: “Hay también Manus cuyo deber consiste en actuar del mismo modo respecto a cada raza raíz, en cada planeta de la Ronda.

Un Manu, simiente de la especie humana, traza el progreso del tipo que sucesivamente corresponde a cada raza, y otro Manu, que es la raíz, se encarna realmente en la nueva raza como guía y maestro, para dirigir su desarrollo y asegurar su mejoramiento”.

La manera cómo el Manu a quien corresponde, efectúa la selección de los ejemplares humanos, y sigue cuidando de la comunidad nuevamente formada, se explicará acaso en otra conferencia.

Mas por ahora basta la mera indicación del procedimiento.

De una de las subrazas de la tercera raza raíz que habitaba el Continente de Lemuria, del que ya hemos hablado, se hizo por decontado la selección de los ejemplares destinados a producir la cuarta raza.

Sin perjuicio de seguir la historia de esta raza a través de los cuatro períodos representados por los cuatro mapas, es oportuno hacer las siguientes divisiones: Origen de las diversas subrazas y territorios que habitaron; Instituciones políticas de cada una de ellas; Sus emigraciones a otras partes del mundo; Artes y ciencias que cultivaron; Usos y costumbres; Florecimiento y decadencia de sus ideas religiosas.