Psicología de Autoayuda

La Envidia y el Odio

Grifo y GuerreroHe aquí que la maldad cabalga, jineteando los caballos del odio. De suyo o en sí mismos los jinetes malignos son envidiosos. Ellos regresan del pasado, vienen desbaratando siglos y reaparecen entre negras nubes de negro polvo para herir nuevamente con saña inaudita. Ciertamente así es el Ego, el Obstinado: no soporta presenciar el triunfo ajeno, le desagrada en gran manera la alegría y el bienestar del otro o de la otra. Sobre el punto el V.M. Samael Aun Weor nos relata: “Encumbrarse hasta las nubes sobre sus amistades no es en verdad nada fácil, y sin embargo es evidente que lo logré sorprendiendo a la aristocracia romana”... “Bruto se moría de envidia recordando mi entrada triunfal en la ciudad eterna, empero parecía olvidar adrede mis espantosos sufrimientos en los campos de batalla”.

El astrólogo había advertido a Julio César (una pasada reencarnación del Maestro Samael, según él mismo afirma en su libro “El Misterio del Áureo Florecer”, le había prevenido sobre los “TISTILOS” de marzo y los terribles peligros, pero no habiendo escuchado las advertencias Julio César el triunfador cayó asesinado por aquel a quien la envidia le había devorado las entrañas del alma, por el fracasado Bruto, movida su mano artera por otros dos “agregados psíquicos”: el del odio y el del homicidio, asociados íntimamente con aquel que no soporta presenciar el triunfo ajeno, que le desagrada en gran manera la alegría y el bienestar del otro o de la otra.

“La envidia (nos dice el Maestro) es el resorte secreto de la maquinaria social”. Vale decir: todo lo mueve la envidia, la envidia impera en este doloroso mundo de tantos infortunios. En las instituciones sociales, en efecto, lamentablemente se ha insertado la envidia y ella jinetea los caballos del odio. La envidia y la traición se hermanan provocando calumnias, mal decires, desconfianzas, celos y recelos, zancadillas, trampas y así hasta la saciedad, sin reposo, sin sosiego, hasta darse el gusto ambos “elementos inhumanos” de ver sangrar o por lo menos ver sufrir al supuesto adversario.

Los peligros de marzo surgen precisamente cuando la naturaleza está a punto de parir, cuando viene la transición entre el invierno oscuro y la luminosa primavera. Diríase que entre Piscis (y su ocaso de marzo) y Aries con su renacer, las fuerzas tenebrosas palidecen de envidia y de odio porque el triunfo de la vida universal se acerca. Así es y así ha sido siempre: lo que debe morir no soporta presenciar el triunfo de lo que por fuerza de la luz Crística o solar tiene que nacer.

La muerte de lo caduco y extemporáneo es convulsiva, epiléptica y sumamente peligrosa, pues quieren los reaccionarios, quienes se apegan al pasado, eliminar los Escuadrones de la Luz, a los Soldados del Señor de la Luz. Obviamente las potencias tenebrosas no quieren, no desean que el Sol brille. ¿Pero quién puede tener fortaleza suficiente como para opacar al Sol, al Logos Solar?

El Ego, que para infortunio dentro de nosotros vive, lucha enconadamente contra la Luz Solar y por simple ignorancia y perversidad proyecta en el medio-ambiente esa oscuridad que le caracteriza, suponiendo que está en lo cierto, soñando que su tenebrosidad tiene la fuerza de la Luz. El invierno, mirado desde el ángulo psico-físico, es la vejez, la caducidad, lo que fue. La primavera, desde este punto de vista, representa a la juventud, a lo que se renueva, a lo que surge a la vida con ímpetus revolucionarios.

Los “Yoes” o “elementos indeseables” de la envidia, confabulados con los del odio y con los de la pereza, detienen el progreso interior del Alma. ¿Por qué? Porque detestan las potencialidades siempre renovadas, siempre jóvenes de la Luz del Sol Íntimo, del Cristo Revolucionario, del Cristo Rojo, del Señor de la Gran Rebelión. En otros términos: prefieren siempre la fría oscuridad invernal.

Distíngase, pues, entre la oscuridad y charlatanería del Ego y la súper-oscuridad y el silencio augusto de los Sabios. En la súper-oscuridad del invierno se gesta el Niño-Sol y nace, tanto en lo macrocósmico como en lo microcósmico, y ese Niño deberá luego crecer para vivir su Drama y crucificarse en la primavera y resucitar victorioso, a fin de dar vida, precisamente, y vida en abundancia a todo lo que es, ha sido y será. Urge comprender que los “agregados psíquicos” o “Yoes” de la envidia y del odio (y de manera global todos cuantos cargamos como pesado fardo en nuestro mundo interior), nublan al Cristo-Sol, al Sol Astral, e impiden sentir la legítima felicidad del Alma, la alegría de vivir consciente e inteligentemente

Esa extraña pesadumbre o envidia que experimentamos frente al triunfo y el bienestar del prójimo, señala o acusa cuán lejos estamos el Amor Universal, del Segundo Logos; indica que nuestra Conciencia duerme profundamente, atrapada, embutida o embotellada dentro de las espantosas tinieblas del error y de la ignorancia. Por eso somos animales tristes, sobrecargados de envidias, de odios y de infinitos sufrimientos: porque adentro hay un vacío que sólo puede llenar el Gran Consolador, el Sol de la Media-Noche, el Cristo-Sol, el Cristo Íntimo, el Señor de la Eterna Primavera, de la Eterna Juventud...

El Cristo Rojo de la Gran Rebelión es, en fin, el cordero de Aries “que quita los pecados del mundo mediante el Fuego”; él es el Cristo Íntimo, nuestro Salvador, “el que trabaja en la Fragua Encendida de Vulcano, el que sale victorioso en la hora de la tentación y expulsa a los mercaderes (o Yoes) del Templo Interior, el que mata a los infieles y se viste con la Púrpura de los Reyes”...

Huelga añadir que entre esos “infieles” o “eternos enemigos de la noche” podemos y debemos señalar a los que jinetean los caballos del odio, a los nefastos “Yoes” de la envidia, sintéticamente explicados en estas reflexiones surgidas durante el amanecer de un día 21 de marzo del año 1.995, cuando las fuerzas electro-sexuales de Aries o Fuego de Ra (del Cordero Inmolado) hacen florecer la Vida Universal, omnipresente y permanentemente libre en su movimiento. ¡He dicho!

Franklin Ugas (†). Maracaibo Estado de Zulia Venezuela.

Hay algo más fuerte que el hierro, más duradero que el acero y de más valor que el oro... ¡La palabra de un hombre íntegro!  - San Agustín

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