EPILOGO

Rafael Merazo Peralta.

Salvador, El Salvador.

El loto perfecto, la flor más hermosa, abre sus pétalos en lo profundo del bosque, exhibiendo colores y formas inefables, para deleite único de los Dioses, en el mismo lugar donde la flor muere, oculto siempre a los ojos profanos del inmundo bullicio.

El cantar del ave del paraíso, el plumaje de formas y matices celestiales, el solemne caminar del león, la esbelta forma de un tiburón, la flor llamativa que se extiende radiante al sol para ser polinizada, insectos de caprichosas formas y texturas, arboledas infinitas de bruma misteriosa, formaciones rocosas imponentes, los cristales de geometría exacta; la manifestación de este todo, más allá de la dualidad, fuera de la percepción torcida del ego, es la Divina Madre, imponente, desde el caos sublime, desde las nebulosas y supernovas, hasta las aterradores dimensiones sumergidas, con sus paisajes de igual imponencia y belleza propia ,que trascienden al dolor y al sufrimiento.

En forma exacta la Divina Madre concreta su majestad en líneas, trazos y vibraciones de todo tipo, en el estruendo armonioso de los soles y las galaxias en movimiento, que forman una unidad perfecta en una sinfonía, las que escuchaba y traducía en su éxtasis místico, pleno de sordera, el ángel Beethoven.

La Divina Madre, la expresión más sutil de la libido, confluye en la senda única que se encuentra únicamente a través de la conciencia. Una estrella moribunda, la luna muerta, el nacimiento de un nuevo sol, los átomos juguetones, las partículas impredecibles, el Cristo Universal en movimiento, El SER, ajeno a todo concepto, es perceptible a la conciencia en el Arte.

Conocimiento, Arte y SER, son una unidad perfecta. El arte trasciende al intelecto humano. ES con la emoción superior, se plasma en una obra que refleja contemplación, capacidad de asombro, en todos esos trazos, colores, armonías, formas, que sintetizan al gran vacío iluminador, que en forma silenciosa pero con expresión absoluta, muestran al eterno femenino, al Arte, a quien el ángel Beethoven compusiera su sublime carta “A la amada inmortal”, en arrobamiento místico por la Divina Madre.

En 1854, el Gran jefe de los Pieles Rojas, el pueblo americano por antonomasia, al escribir su memorable carta al “Gran Jefe Blanco “ luego de verse obligado a vender sus tierras y a ser relegados a reservas, decía: “Nosotros preferimos el suave susurro del aire purificado por la lluvia del mediodía y perfumado por los aromas de los pinos…” “el hombre blanco debe tratar a esta tierra y a los animales como sus hermanos, soy un salvaje y no comprendo otra forma de vida…” “Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante mata de pino, cada grao de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de los insectos, es sagrado a la memoria de mi pueblo…”El hombre blanco no parece conciente del aire que respira, como un moribundo que agoniza por mucos días es insensible al hedor” ” “Ni siquiera el hombre blanco, cuyo dios pasea y habla con él de amigo a amigo, no queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Pero sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra algún día: nuestro Dios es el mismo Dios”. Esta carta, “de un salvaje”, trasciende la sensibilidad extrema, surgida del pecho viril de un guerrero, en esa composición artística sublime pero que no evade la realidad: la afirma, la refleja. En oposición dialéctica y enérgica, con el “Arte de Cortesanos”, estas expresiones surgidas de la libido en decadencia, de la sexualidad bestial irrefrenable, del seudo arte del ego, del arte “Cantor del derecho de prima nocte”, que jamás podrá usurpar el matrimonio perfecto entre conocimiento y Arte, imposible de reflejar en una majestuosa obra, en una vetusta arquitectura, al SER reflejándose a sí mismo.

Con estas reflexiones concluimos este Congreso, luego de recorrer varios estudios sobre obras artísticas en diferentes momentos y lugares del hombre, sentenciando que Arte y realidad concuerdan únicamente en el conocimiento, que cuando el SER se contempla a sí mismo, fuera de la torpeza brutal del ego, nace sublime, impersonal, el Arte.