La Vejez

Vejez. Autor: Albert Anker. Año: Aprox 1870.

Cuando se ha sabido vivir consciente e inteligentemente, la vejez es una de las etapas más importantes del ser humano, pues es cuando se tiene la sabiduría que da la experiencia de los años vividos. Es en este periodo en el que el consejo de los ancianos puede conducir a los pueblos al éxito espiritual, científico, artístico, material y filosófico, todo esto en perfecto equilibrio.

Los primeros cuarenta años de vida nos dan el libro, (el aprendizaje,) los treinta siguientes el comentario (la experiencia, la sabiduría, el buen juicio): Todo hombre sabio, lo es porque sabe observar.

A los veinte años un hombre es un pavo real (vanidoso); a los treinta, un león (invencible); a los cuarenta, un camello (previsor); a los cincuenta, una serpiente (astuto); a los sesenta, un perro (gritón); a los setenta, un mono (brinca de árbol en árbol de casa en casa de los hijos), y a los ochenta, solamente una voz y una sombra.

El tiempo revela todas las cosas: es un charlatán muy interesante que habla por sí mismo aun cuando no se le esté preguntando nada. No hay nada hecho por la mano del pobre animal intelectual, falsamente llamado hombre, que tarde o temprano el tiempo no destruya.

"Fugit irreparabile tempus", el tiempo que huye no puede ser reparado.

El tiempo saca a la luz pública todo lo que ahora está oculto y encubre y esconde todo lo que en este momento brilla con esplendor. La vejez es como el amor, no puede ser ocultada aun cuando se disfrace con los ropajes de la juventud. La vejez abate el orgullo de los hombres y los humilla, pero una cosa es ser humilde y otra caer humillado.

Cuando la muerte se aproxima, los viejos decepcionados de la vida y los que han sabido vivir encuentran que la vejez no es ya una carga. Las mujeres y los hombres abrigan la esperanza de vivir larga vida y llegar a ser viejos y, sin embargo, a muchos la vejez los asusta.

La bendita vejez comienza a los cincuenta y seis años y sigue su proceso que nos conduce a la decrepitud y la muerte. La tragedia más grande de muchos viejos estriba, no en el hecho mismo de ser viejos, sino en la tontería de no querer reconocer que lo son y en la estupidez de creerse jóvenes como si la vejez fuera un delito. Lo mejor que tiene la vejez, es que se encuentra uno muy cerca de la meta.

Es en esa etapa de la vida en la cual si no hemos trabajado en la eliminación del ego, del mí mismo, de nuestra falsa personalidad, venimos tristemente a darnos cuenta que el yo psicológico, el mí mismo, el ego, no mejora con los años y la experiencia; al contrario: se complica, se vuelve más difícil, más trabajoso, por ello dice el dicho vulgar: "Genio y figura hasta la sepultura".

El yo psicológico de los viejos difíciles se auto consuela dando bellos consejos debido a su incapacidad para dar malos ejemplos. Los viejos saben muy bien que la vejez es un tirano muy terrible que les prohíbe bajo pena de muerte, gozar de los placeres de la loca juventud y prefieren consolarse a sí mismos dando bellos consejos. El yo oculta al yo, el yo esconde una parte de sí mismo y todo se rotula con frases sublimes y bellos consejos. Una parte de mí mismo esconde a otra parte de mí mismo. El yo oculta lo que no le conviene.

Está completamente demostrado por la observación y la experiencia que cuando los vicios nos abandonan nos agrada pensar que nosotros fuimos los que los abandonamos. El corazón del animal intelectual no se vuelve mejor con los años, sino peor, siempre se torna de piedra y si en la juventud fuimos codiciosos, embusteros, iracundos, en la vejez lo seremos mucho más. Los viejos viven en el pasado, los viejos son el resultado de muchos ayeres, muchos ancianos ignoran totalmente el momento en que vivimos, los viejos son memoria acumulada.

La única forma de llegar a la ancianidad perfecta es disolviendo el yo psicológico. Cuando aprendemos a morir de momento en momento, llegamos a la sublime ancianidad. La vejez tiene un gran sentido de sosiego y libertad para aquellos que ya disolvieron el yo.

Cuando las pasiones han muerto en forma radical, total y definitiva, queda uno libre no de un amo, sino de muchos amos. Ancianos inocentes que ya no posean ni siquiera los residuos del yo, son infinitamente felices y viven de instante en instante.

El hombre encanecido en la sabiduría, el anciano en el saber, el señor del amor, se convierte de hecho en el faro de luz que guía sabiamente a jóvenes y adultos.

El venerable anciano (a) maestro (a) que ha disuelto el yo pluralizado en forma radical y definitiva es la perfecta expresión de la bella sabiduría, del amor divino y del sublime poder, y, por lo tanto, será respetado y venerado por todas las generaciones. Aquello que no tiene nombre, eso que es divinal, eso que es lo real, tiene tres aspectos: sabiduría, amor, verbo. Lo divinal como padre es la sabiduría cósmica, como madre es el amor infinito, como hijo es el verbo.

En el buen padre de familia se halla el símbolo de la sabiduría. En la buena madre de hogar se halla el amor, los hijos simbolizan la palabra.

Los padres ancianos merecen todo el apoyo de los hijos, ya viejos no pueden trabajar y es justo que los hijos los mantengan, amen y respeten y hagan de ese amor una religión. Quien no sabe amar a su padre, quien no sabe adorar a su madre, marcha por el camino del error.

Los hijos no tienen derecho de juzgar a sus padres, nadie es perfecto en este mundo y los que no tenemos determinados defectos en una dirección, los tenemos en otra, todos estamos cortados por las mismas tijeras. Algunos subestiman el amor paterno; otros hasta se ríen del amor paterno. Quienes así se comportan en la vida ni siquiera han entrado por el camino que conduce a lo divino. El hijo ingrato que aborrece a su padre y olvida a su madre es realmente el verdadero perverso que aborrece todo lo que es divinal.

La revolución de la conciencia no significa ingratitud, olvidar al padre, subestimar la madre adorable. La revolución de la conciencia es sabiduría, amor y perfecto poder. En el padre se halla el símbolo de la sabiduría y en la madre se encuentra la fuente viva del amor, sin cuya esencia purísima es realmente imposible lograr las más altas realizaciones íntimas.

Enviado por: J. Isabel Mauricio Vargas. Instructor gnóstico de Rincón de Romos, Aguascalientes y Loreto, Zacatecas.

Fuente: libro Educación Fundamental, Samael Aun Weor

Imagen: Vejez. Autor: Albert Anker. Año: Aprox 1870.

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