El Dios Tláloc

El Dios Tláloc

Fue llamado Cocijo entre los zapotecas, Chaac entre los mayas y Tláloc entre los aztecas, nombre cuyo significado ya de por si nos entrega una gran enseñanza “El Vino que bebe la Tierra”, el símbolo del agua que da la vida, que hacer florecer toda la creación, que fertiliza y al mismo tiempo es la fuerza que todo lo sostiene.

Tláloc es la lluvia, es el rayo, es la energía creadora del ser humano, es uno y es todo, y al mismo tiempo es un ángel preciosísimo, un Deva –como se diría en el mundo oriental–, un maestro de perfecciones que tiene mucha más realidad que cualquiera de nosotros, un Malachim hablando en lenguaje hebreo, es decir, un ángel del mundo de las causas naturales.

Realidades desconocidas para el vano intelecto son encerradas en los mitos, códices, estelas, monolitos sagrados y vasijas milenarias dedicadas al Dios Tláloc. Sólo el arte, dirigido a la conciencia es el que puede ayudarnos a entender estos misterios, por ello que tomamos como cimiento este poema náhuatl para introducirnos en sus arcanos:

"El Dios Tláloc residía en un gran palacio con cuatro aposentos, y en medio de la casa había un patio con cuatro enormes barreños llenos de agua. El primero es del agua que llueve a su tiempo y fecundiza a la tierra para que de buenos frutos. El segundo es del agua que hace anublarse a las mieses y hace perder los frutos. El tercero es del agua que hace helar y secar a las plantas. El cuarto es del agua que produce sequía y esterilidad..."

Por un lado este precioso poema nos alude a cómo está organizada la naturaleza, indicándonos que no es algo muerto o meramente mecánico, que todo tiene alma. Las lluvias, las sequías, las inundaciones y el granizo están sujetas a principios inteligentes más allá del bien y del mal. Al mismo tiempo estas fuerzas elementales están supeditadas a la ley del Karma, pues sólo cosechamos lo mismo que sembramos.

Con asombro místico, encontraremos en este poema la misma enseñanza que Jesús nos hablara en la parábola del Sembrador. La semilla de la parábola de Jesús significa la enseñanza Gnóstica, que con gran profundidad nos comenta el maestro Samael: que parte de la simiente cayó junto al camino y vinieron las aves mundanales y se la tragaron. Parte cayó entre pedregales; o sea, discusiones, teorías y ansiedades, donde no había gente reflexiva, profunda; no resistió la prueba del fuego y se secó ante la luz del sol, no tenía raíz. Y parte cayó entre espinos, entre hermanitos que se hieren unos a otros con la calumnia, la chismografía y etc. Crecieron los aguijones y las ahogaron. Afortunadamente no se perdió la labor del sembrador porque parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cual a ciento, cual a sesenta y cual a treinta por uno.

En definitiva los cuatro recipientes con que el Dios azteca Tláloc, dios de las lluvias, riega la tierra ayudado de sus ministros, pudiera significar lo mismo:

"El primero, es el del agua que llueve a su tiempo y fecundiza la tierra para que dé buenos frutos" es la enseñanza gnóstica que llega a personas maduras anímicamente hablando y hacen buen uso de ella, trabajan en forma sincera auto conociéndose, eliminado sus defectos, trasmutando sus energías y sirviendo desinteresadamente a la humanidad; es obvio que en tales condiciones, fecundiza nuestra tierra filosófica y da buenos frutos en nuestro interior, floreciendo las virtudes del alma. "El segundo es el del agua que hace anublarse las mieses y hacer perderse los frutos". En este caso la Gnosis no da frutos, no tomamos con la seriedad debida la enseñanza gnóstica, estamos demasiado identificados con los placeres del mundo, con lo ilusorio de esta sociedad actual, queremos que la Gnosis se adapte a nuestra carcomida forma de vivir equivocada. "El tercero, es el del agua que hace helar y secar las plantas"... se trata de los que ya teniendo la Gnosis en nuestras manos, seguimos haciendo críticas, calumnias, levantando falsos, bien dice el maestro Moria: “La murmuración nos separa del auténtico esoterismo”. "El Cuarto es el del agua que produce sequía y esterilidad"... este recipiente de agua correspondería a cuando la Enseñanza Gnóstica llega a nosotros pero somos gente superficial; no hace raíces en nosotros la enseñanza, pues en lugar de vivir la gnosis, nos la pasamos queriendo demostrarle a alguien nuestra consabida superioridad, discutiendo, llenándonos de teorías y no practicamos nada, obviamente viene la prueba del Fuego (Serenidad y dulzura de carácter) y fracasamos en todo.

"Tiene el Dios a su servicio a muchos ministros -los elementales del agua-, pequeños de cuerpo, los cuales moran en cada uno de los aposentos, cada uno según su color, pues son azules como el cielo, blancos, amarillos o rojos... Ellos, con grandes regaderos y con palos en las manos, van a regar sobre la tierra cuando el supremo Dios de la lluvia ordena... Y cuando truena, es que resquebrajan sus cántaros, y si algún rayo cae, es que un fragmento de las vasijas rotas viene sobre la tierra..."

Nuevamente nos habla este poema de realidades del alma de la naturaleza y del trabajo que habrá que hacerse para cumplir con nuestra misión.

Nos dice este poema con los colores, cómo ha de llevarse a cabo nuestro trabajo con las aguas internas, primero es oscuro, luego debe tornarse blanco, más tarde amarillo y por último rojo, son los mismos colores de la alquimia por los que ha de pasar el candidato a la luz.

Por otro lado, esos ministros de Tláloc, llamados los Tlaloques son realmente las criaturas elementales que viven en la cuarta dimensión, llamados en otros tiempos sirenas, titanes, ondinas, nereidas y decenas de nombres más. Que la degeneración en que estamos, haya hecho que perdamos nuestras facultades para percibirlos, pues no quiere decir que no existan. Estos existen, y están bajo el mandato del Maestro Tláloc y Tláloc bajo las órdenes de la Ley del Karma.

Es necesario darse cuenta que la naturaleza es algo vivo, que cada río, lago, nube, lluvia, tiene detrás sus principios anímicos rigiéndolos. En ellos no hay crueldad, somos nosotros los inconscientes los que atentamos contra la naturaleza, los que hacemos nuestras casas en los lechos de los ríos, los que estamos destruyendo nuestra casa, nuestra Madre Tierra.

ESPOSA DE TLÁLOC: Los maestros aztecas no adoraban ídolos, sino que simbolizaban principios, fuerzas cósmicas, realidades del espíritu. Y si ponían a Tláloc como símbolo de la lluvia, no podrían olvidarse del complemento, del equilibrio y aparece como su esposa y no menos importante Chalchihuitlicue.

“Esmeralda, cosa preciosa; la que tiene falda de esmeraldas. Es la diosa del agua terrestre y esposa de Tláloc. Los Nahuas la representaban joven y hermosa, con tiara de oro, enaguas y manto con borlas de Quetzalli; en el jeroglífico que adorna su falda, en la cara interna superior de los muslos, aparece una preciosa ninfa de bífida lengua, símbolo de luz. Los Maestros la invocaban en verano, cuando los ríos se secaban por la sequía. Sobre el altar del templo ponían un montón de sal marina y devotamente impetraban su auxilio.” (Samael Aun Weor)

No en vano, entre los hebreos llamaron a la divinidad Elohim, cuya correcta traducción es Diosas y Dioses. La diosa de los ríos, lagos y aguas subterráneas, es su alma divina, su Walkiria, su Bella Helena.

TLALOCÁN: El paraíso de Tláloc es en realidad una región en el mundo paralelo de la quinta dimensión, muy semejante al paraíso de Maitreya del mundo oriental, o al cielo de las distintas religiones. La sabiduría que nos entregan en estos mitos es extraordinaria, pues entremezclan, las realidades de los estados postmortem con el trabajo interior.

Los que mueren ahogados y los que son alcanzados por un rayo van al paraíso de Tláloc; es una forma de decirnos que se trata de quienes trabajan en la muerte de sus defectos ayudados con la trasmutación de sus aguas internas o con el fuego sagrado (rayo) del eterno principio femenino divinal. Claro, que aquellos que logran erradicar la lujuria, el orgullo, la gula, la pereza, entran a estados de conciencia superiores, simbolizados por el Tlalocán, es decir, viven en plenitud y llenos de felicidad.

“Este Dios tenía adoratorios en el Templo Mayor y en las cumbres de las altas montañas del valle de Tenochtitlan. Nunca faltó el fuego en sus altares. Los Maestros lo invocaban para agradecerle la abundancia de las cosechas, para pedirle lluvia en las grandes sequías o para que deshiciera las nubes de granizo. En las grandes tempestades usted también, si lo desea, puede invocarlo, mas debe hacerlo con fe y reverencia.” (SAW)

Los maestros regentes de la naturaleza son conocidos como Malachim, pues viven en el mundo de las causas naturales y existe un mantram extraordinario que meditar en él es como tocar las puertas de esta región. Nosotros los gnósticos rendimos culto en nuestro corazón a estos maestros, cerramos nuestros ojos, relajamos nuestro cuerpo y vocalizamos el mantram Aloah Va Dath tres veces. Repetimos llenos de infinita fe: Padre mío, Dios mío, Señor mío, tú que eres mi verdadero Ser, te suplicamos en el nombre de nuestro Señor Quetzalcóatl y por la misericordia de Ipalnemohuani (aquel por quien vivimos) nos invoques, aquí y ahora, al Venerable Maestro: Tláloc, Tláloc, Tláloc.

Venerable Maestro Tláloc, venid hacia aquí, concurrid a nuestro llamado. Maestro Tláloc, te hemos llamado, te hemos invocado, para suplicarte ayuda. Bendice nuestros hogares, ilumina nuestro camino hacia la verdad, danos comprensión para entender y vivir la Gnosis.

“Los Nahuas lo representaban siempre en la "casa de la luna". La luna es el símbolo del agua, de la feminidad, de la fertilidad. El rostro cubierto con la máscara sagrada a través de la que asoman sus ojos azules: La máscara simboliza que lo divino está oculto, que hay que buscarlo en el corazón de cada uno. Brazos y piernas desnudos con brazaletes de oro en las pantorrillas y cactlis azules: Los brazaletes son símbolo de que todo cuanto hagamos debe unirse a lo místico y las sandalias son el símbolo de la humildad. Largos cabellos caídos sobre la espalda: símbolo de la castidad, entendiéndose en la gnosis no como el celibato, sino como la correcta sublimación de nuestras energías en el matrimonio. Diadema de oro adornada con plumas blancas, verdes y rojas y collar de cuentas de jade: el completo dominio de la mente, acabar con las cárceles del entendimiento, las teorías, los preconceptos, las hipótesis, las creencias y que sólo se manifiesten las plumas blancas, verdes y rojas del espíritu. Túnica azul sobre la cual una malla termina sus rombos en flores, son las vestiduras sagradas, los cuerpos solares que debe fabricar el estudiante para que se manifieste el Ser. En la mano izquierda, escudo azul sobre el que se abren los cuatro pétalos de una hermosa flor roja: el escudo es el trabajo con la auto observación, la flor de cuatro pétalos es el cuarto camino o camino recto y el símbolo del chakra muladara o fundamental. En la mano derecha, los símbolos del granizo y del rayo en oro, pintados de rojo” (SAW): es el símbolo del Kundalini o fuego sagrado, que debemos aprender a manejar para acabar con el Yo.

¡Los Dioses Toltecas y de Anáhuac nos vigilan, los Dioses Mayas no han muerto, Quetzalcóatl no se va a rendir, ante la corrupción de esta época perversa! (Samael Aun Weor).

Instructor: Jenaro Ismael Reyes Tovar. Comisión de Internet. Imagen: Tláloc Museo del Templo Mayor (del portal www.samaelgnosis.net)  

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