CAPITULO 5

Desde que estuve por primera vez en una de sus azoteas huertos, encontré algo que llamaba poderosamente mi atención.

 Se trataba de unos edificios que, aunque son similares a los otros, solo es así hasta la altura media y de ahí suben en forma circular a una altura quizá de doscientos metros, terminando en forma de cúpula, redonda y lisa.

 Esta prolongación es de color negro brillante, el mismo de las naves circulares, como la que nos transportó a aquel mundo de maravilla.

 Las hay en profusión, pues solo los separan cuatro edificios, para donde quiera que uno cuente, o sea que cada uno de ellos está situado entre un grupo de veinticuatro manzanas de edificios.

 Son los únicos que tienen señales o guías, pero estas guías, según el decir de mis amigos, solo marca el número de zona que se controla desde él.

 Mis amigos me aseguraron que dichos monstruos eran los edificios más importantes, pues desde ellos se lleva la administración del grupo que los rodea, entre los que hay comedores, dormitorios, cinematógrafos, salas de juego, salas de sonido, laboratorios para la preparación de alimentos, central médica, fábrica de ropa y laboratorio de aseo para la misma.

 Controla la distribución de ropa y alimentos, el clima e iluminación de su grupo, y todo esto en forma automática.

 Me aseguraron también que desde sus cúpulas se mantenía comunicación constante con naves y edificios.

 En sus torres se captan sonidos que provienen de todo el universo.

 Se estudian, clasifican y materializan.

 Desde sus cúpulas se mantiene la forma y altura de su bóveda atmosférica y se controla el clima fuera de los edificios, se atiende a su conservación, y, como si esto fuera poco, en cada uno de ellos hay un archivo vivo en el que se puede investigar su pasado, ver el presente y la gestación del futuro.

 Puede uno ver, sin salir de ellos, procesos de construcción de edificios, fabricación y montaje de toda clase de vehículos aéreos y terrestres, la preparación desde un principio de su alimentación y vestido.

 Se usa un sistema maravilloso de autosonovisión, valga la palabra, ya que se puede manejar el espectáculo a voluntad.

 Hay en cada una de sus salas, en las paredes, unos visillos que se controlan con manijas situadas a cada lado de la abertura.

 En estas se apoya toda la mano, quedando el dedo pulgar sobre un botón.

 Al igual que las salas de cinematógrafo, da una sensación de profundidad increíble, posesionándose de uno la idea de que está viendo realmente hombres, materiales, máquinas y su proceso.

 Con dichas manijas se hace pasar el espectáculo a derecha e izquierda, o se detiene lo mismo que si uno estuviera en un vehículo recorriendo esa zona, y para ello basta apretar dichos botones.

 Como juzgo de interés lo que en] algunas de ellas vi, voy a tratar de describir estas interesantes impresiones: Empezaremos por algo que todos conocemos, las llantas de un vehículo cualquiera.

 Esto es cosa de su pasado, pues en la actualidad tienen un piso con la tersura de un espejo y usan un sistema diferente de rodada.

 Pero, como digo, usaron un tipo de llanta muy parecida a la nuestra, aunque el principio de fabricación era diferente.

 Nosotros en cuestión de transportes tanto terrestres como aéreos hemos avanzado en velocidad, pero no en seguridad.

 Lanzamos un automóvil a más de doscientos km/h y dejamos el resultado a expensas de la suerte, pues vamos montados en cuatro llantas sostenidas por núcleos de aire, y sabemos por experiencia que no solo a esa velocidad sino a un tercio de la misma si intempestivamente una de esas llantas perdiera el aire que la sostiene, la vida solo depende de la suerte.

 Pues bien, ellos no jugaban con su vida ni la dejaban a la suerte, por lo tanto buscaban la seguridad en algo confiable, la solidez de un material.

 Y sus llantas de todos los tipos estaban construidas bajo ese principio.

 Y como ví todo el proceso de fabricación, estoy en condiciones de describirlo.

 Espero, en este caso, que logren entenderme, pues resulta tan raquítico mi vocabulario, que no sé si logre expresarme debidamente.

 Empezaremos por el núcleo, o sea lo que en las nuestras representa el aire a presión, que es la base para una llanta confiable.

 Para lograr esto, fijemos en nuestra mente un molde para ese núcleo como si en él quisiéramos alojar una de nuestras llantas.

 Dicho molde está abierto en su parte superior.

 Además, está dividido en su parte longitudinal, en el centro, formando así dos secciones iguales que se podrán abrir para desalojar el núcleo una vez construido.

 Las dos paredes que forman el molde, están cubiertas de perforaciones en toda su extensión.

 Dicho molde gira en una máquina y en su hueco se enrolla el material que lo formará.

 Este material lo vi de tres tipos, a saber: una manguerita o tubo de igual diámetro que un lápiz.

 Allí era de un plástico especial, pero bien podía ser del hule que conocemos.

 El tipo que le seguía, era la misma manguera, ahora reforzada con fibra, por lo que tenía mayor resistencia, y le seguía otro de un material no hueco pero tampoco sólido.

 Era un cordel o soga del mismo diámetro que los anteriores.

 Estaba construido de fibras quizás de henequén, lechuguilla, jarcia, o cualquier otro material fibroso, torcido naturalmente y tratado químicamente, para que acepte una envoltura, allá de plástico, aquí de hule, al igual que las fibras que forman el casco de nuestras llantas.

 Pues bien, una vez lleno el molde con ese material, naturalmente siempre con la misma tensión, cantidad y peso, entra con todo y molde al proceso de cocimiento, con objeto de lograr una unidad compacta que no se deshaga al retirarla del molde.

 Cuando está terminado el núcleo, ambas secciones giran en sentido inverso sin retirarse del material y así es cómo se despegan del núcleo sin deteriorarlo.

 Logrado lo anterior, tenemos ya la base para una buena llanta semisólida y confiable.

 Después de esta pasamos a la construcción de una malla de metal, que se encargará de aumentar su resistencia y conservar su forma.

 Hay una máquina que teje dicha malla de la circunferencia exterior de nuestro núcleo y, conforme se teje, van entrando en ella dichos núcleos, acompañado de un espaciador que contiene una ranura en la mitad de su extensión.

 Esta es necesaria porque en su camino pasa por una cortadora circular, que se encarga de dividir en cada núcleo solo el material necesario.

 Poco después de cortada la malla, los núcleos se separan de los espaciadores, siguiendo éstos un camino y entrando los primeros en unos canales que se profundizan cada vez más hasta lograr que dicha malla se adhiera a las paredes laterales, formando una abertura fija y segura.

 Luego pasan a recubrirse del material que formará el piso, en nuestro caso hule; después a los moldes que les marcará el dibujo de rodamiento.

 Ellos las usaron lisas, pero sigamos con el proceso.

 Una vez terminada nuestra llanta de esta manera, no la podremos montar en nuestro tipo actual de ruedas, que son hechas para usarlas con cascos vacíos y poner presión después de ser montadas.

 Pero podemos usar con ventaja el procedimiento que ellos usaron o sea dos discos de lámina de buen espesor, troquelados con la forma de la llanta y unidos por el centro sobre ella terminada, concluyendo con los agujeros necesarios para cualquier tipo de automóvil.

 Podríamos reemplazar con unidades completas de este tipo nuestro actual e inseguro sistema de rodada.

 Como ven, esos discos se pueden terminar con la mayor belleza, que lo haga dignos del automóvil más fino.

 Tiene este sistema algunas ventajas y la principal es el recambio, desgastadas por recubiertas.

 En nuestro mundo esto resultaría toda una industria.

 Ellos ahora usan motores en forma de rodillos que trabajan a la inversa de los nuestros.

 Nosotros hacemos rodar el centro o masa embobinada.

 Ellos, la cubierta o portacampos, y fijan el eje.

 Como ustedes ven, no es mucha la diferencia en este aspecto.

 Ahora pasemos a sus naves aéreas.

 Ellos me habían asegurado que el principio que nosotros usamos para volar no es el debido, pues nuestras naves no solo son frágiles e inseguras, sino que dependen de combustible para su propulsión, que además de aumentar su volumen reduce su radio de acción.

 Que debemos buscar la forma de construir máquinas que usen las fuerzas que nos rodean, que son vastísimas.

 Que elles, en cada nave, traen pequeñas pero poderosas fuentes de energía.

 Que aprovechan el calor al igual que el frío, la luz lo mismo que la oscuridad, líneas magnéticas al igual que tormentas eléctricas.

 El principio de sus maquinarias, en todas sus naves, es el mismo y solo varía su disposición.

 Trataré de descubrir el proceso de construcción de una nave circular pequeña, o sea la que comúnmente se la llama en nuestro mundo platillo volador.

 Lo primero que vemos es la base o sea la parte inferior.

 Viene en bruto.

 Se ve la enorme circunferencia hueca: se ven también sus tres cavidades, donde recibirá las huellas de sustentación.

 También trae cinco bases que alojarán otras tantas chumaceras selladas, maravillosas por cierto, a las que les inyectan un material líquido, no natural, producto de laboratorio muy parecido al estaño.

 Cada chumacera alojará el extremo de un eje vertical.

 En esta habrá cinco de ellos y en cada uno rodarán volantes grandes y esbeltos unidos a otros pequeños.

 En tres de estos ejes, están alojados cinco de los grandes volantes; en los dos restantes solamente cuatro.

 Dichos volantes grandes terminan en ángulo agudísimo, que se alojará en una ranura del mismo diámetro en que está convertido el volante pequeño.

 Esa parte aguda de que hablo está cubierta de pequeños círculos, que muy bien pueden ser bobinas, pues los pequeños que los alojan están cubiertos a su vez de barritas, dispuestas en ángulo a su alrededor.

 A esta operación sigue la colocación de las fuentes de energía, que serán también cinco y tienen la forma de un recipiente para asar pavos.

 Todo está debidamente unido.

 Ahora sigue la escala interior en forma tubular.

 Va alojada entre dos series de volantes y ya todo dispuesto de esa manera, colocan la tapa central.

 Llega entre cuatro patas motorizadas que giran, suben o bajan, a voluntad de los operadores.

 Esta tapa trae a su vez las chumaceras debidamente colocadas y embona perfectamente en ejes, escala y parte inferior de la nave.

 Ya tenemos el cuarto de máquinas que impulsará esta nave.

 Aunque esta es la parte más laboriosa, todo se ejecuta con precisión y facilidad.

 La misma máquina que traía la tapa central alza ahora todo el conjunto, y así facilita la colocación de las boyas de sustentación.

 Estas tienen que ser fijadas con precisión, pues cuando no son necesarias giran perdiéndose en sus cavidades, dejando una superficie continua con el resto de esta parte de la nave.

 Estos aparatos cuentan con dos tipos de escala, la circular que puede descender por abajo de la nave y otra cortada en la parte inferior de ésta; pero que coincide con la anterior, que es la que lleva a la parte alta de la nave convertida en cuarto de controles.

 La parte superior, que también llega en una grúa de cuatro patas motorizadas, al igual que la tapa central, trae su cuello o corona, como le queramos llamar.

 Este cuello tiene ventanillas redondas a su alrededor, sube y baja a voluntad, y al bajar deja al igual que las boyas de sustentación una superficie lisa prolongando la forma de la nave, oblonga si la vemos de perfil.

 Estas ventanillas no son de observación directa, sino pantallas captadoras para diferentes usos.

 Y ya está terminada la nave.

 Vemos entrar a los técnicos que lo pondrán a funcionar todo; pero falta lo más importante.

 Aquí la nave se mueve ya a voluntad de sus tripulantes.

 Sube, baja, acciona de diferentes maneras y a diferentes ángulos, pero está inerme.

 A través de nuestro punto de observación o mirilla, la seguimos en sus movimientos y la vemos acercarse a otro departamento, donde hay una especie de tinacos tubulares de una capacidad de doscientos litros aproximadamente.

 Uno de estos se separa del grupo y va al encuentro de la nave, que se acerca a poca altura hasta quedar sobre dicho cilindro.

 Todo se ha movido sin la intervención directa de hombres.

 Desciende lentamente la nave hasta dar la sensación de haberse tragado el cilindro.

 Cuando de nuevo se levanta, ya lo lleva en su vientre y solo queda en el piso la pequeña plataforma en que se movía aquél, regresando ésta lentamente a su departamento.

 Se imaginan qué era este cilindro? Pues nada menos que una arma terrible que puede desintegrar todo, absolutamente todo, a cualquier distancia concebible y produce además vibraciones capaces de deshacer edificios en solo unos minutos.

 El grueso de las paredes de la nave, tiene más de diez pulgadas.

 El material es transparente, teniendo mayor visibilidad la parte inferior en la que, en algunos casos, se ven girar los volantes de sus maquinarias, y son estos volantes los que producen luminiscencias que aumentan o disminuyen de intensidad según la zona en que operan.

 Estos volantes giran a diferentes velocidades y son los inferiores los más lentos.

 Nuestra nave, a la que le hemos seguido los pasos, está semi terminada y ahora solo falta pulirse.

 Para este proceso final la vemos flotar suavemente y hacer rumbo a otro departamento, hasta llegar y situarse en el centro de una gigantesca máquina, provista de una serie de discos que giran a grandes velocidades, moviéndose en todas direcciones hasta cubrir totalmente Ia nave, haciéndola desaparecer de nuestra vista.

 Cuando termina esta operación, nuestra nave está flamante y lista para entregarse a toda clase de pruebas.

 Sale al espacio libre y se la hace evolucionar de manera increíble.

 De acuerdo con nuestra mentalidad, solo viendo estas maravillas las puede uno creer.

 Las naves tubulares tienen dispuestas dos series de volantes a todo su largo y llegan a tener, según la longitud, hasta veinte de ellos de cada eje y de grandes dimensiones.

 Una de las características de esas naves es, según mis amigos, a los que pregunté si no perdían algunas en sus incursiones a otros planetas, fue que han perdido algunas, pero que las hacen estallar cuando están dañadas siempre en el mar, después de recoger a sus tripulantes, con el objeto de evitar que los restos caigan en manos ambiciosas, y en todas, absolutamente en todas, su maquinaria la forman volantes de diferentes diámetros según el tamaño de la nave.

 Creo que ese será al fin el principio que nosotros usemos para propulsar vehículos independientes; pero hay una cosa notable que puede servir de dato a nuestros sabios y es ésta: Según el tamaño de la nave es el número de volantes el diámetro de estos y el número de fuentes de energía.

 Con el antecedente que el tamaño de esas es pequeño, como dije antes, no mayor que un recipiente para asar pavos y la parte exterior o tapa está recubierta de pequeñas perforaciones.

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