CAPÍTULO DÉCIMOSÉPTIMO

El impulso dinámico

En los comienzos de este nuevo sistema, el de curaciones por medio de perfumes, nadie con más legítima paternidad que el profesor doctor Gustavo Jaeger, conocido desde hace medio siglo con el nombre de Woll-Jaeger, por sus camisas “Jaegerhemden”, y después por su libro “El descubrimiento del alma”, recibiendo el nombre de “Seelen-Jaeger” (Cazador de almas). Sus teorías sobre los defumatorios y esencias son las mismas que exponemos aquí. Jaeger y su célebre hermano, el “Turnjaeger”, tienen mucho de común con los hermanos Alejandro y Guillermo von Humboldt, y como ellos, son verdaderos genios. El Profesor Jaeger conocía, como pocos, la Química y su antecesora histórica, la Alquimia.

El arte de la química, dice Crollius, consiste en separar de la droga el veneno y el bálsamo curativo para que los medicamentos se vuelvan inofensivos al cuerpo humano.

El beato español Arnaldo de Vilanova, encontró cierta semejanza entre el hombre y la planta y ese algo lo llamó “spiritus”. En el hombre, decía él, obra ese espíritu como un arqueo o fuerza vital; los alquimistas la concebían como la quintaesencia, como algo inmaterial, dinámico. Lo consideran como una especie de proto, meta o hiperelemento. Flamel lo representa simbólicamente por una rosa de 5 pétalos, es decir, en los cinco pétalos hacía figurar junto a los cuatro elementos principales, tierra, agua, fuego y aire, una materia radiante, tal como más tarde la reconocemos en la materia irradiante de William Crookes. Los hindúes la designan con el nombre de “Akash”.

Si con las plantas tenemos de común el impulso dinámico, claro es que no basta transferir al hombre el dinamismo vegetal. Eso no se podrá hacer naturalmente con mezclas groseras, sino con la más sutil de todas, el perfume.

En el “Traité pratique d’auscultation et de percution”, de Barth y Roger, se halla una notable disertación sobre la dinamoscopia descubierta el año 1856 por el doctor Collognes, de París. Introduciendo el dedo meñique en el oído se siente un ruido extrañísimo, semejante al ruido de un caracol que sentimos murmurar al aplicarlo a nuestro oído.

Lo notable es que ese ruido sólo se perciba introduciendo el dedo en el oído, y que no se consiga nada si se introduce un pedazo de madera o cualquier objeto muerto. Lannec ya hablaba de ese ruido hace cien años y lo llamaba ruido de contracción muscular.

Puede suponerse que tal rumor provenga del propio oído, pero no es así; es el cuerpo todo que se agita a través del dedo. Collognes tomó un diapasón y construyó un admirable aparato de metal que se introduce en el oído; el paciente debía tocar con el dedo meñique una placa metálica unida al aparato y seguidamente comenzaba el ruido, el cual se apagaba apenas faltaba la unión con el cuerpo. Ese aparato se llama dinamoscopio.

Entonces se midieron las oscilaciones y se comprobó que son exactamente 72 para dar el sonido del “re”. Esta nota es igual para el lado derecho como para el izquierdo. Sólo difiere para los paralíticos. Indagando más, se encontró que el sonido cesa y desaparece completamente cuando muere la persona. Así, la altura, amplitud, el timbre de ese sonido digital corresponde al estado de salud o enfermedad de la persona.

Normalmente, ese sonido alcanza siempre en los niños, jóvenes y adultos dotados de buena salud, a 72 vibraciones por segundo. En los enfermos o fatigados las vibraciones bajan a 36.

Estudiando más de cerca las causas, es, posible llegar a afirmar un diagnóstico por ese sonido. La diabetes, el reumatismo, la neurosis, etc., pueden ser determinados por su timbre. En ciertas molestias se encuentra un “la” con 54 vibraciones o un “fa” con 4.2. Esas vibraciones dinamoscópicas dan a conocer especialmente el tenor de nuestra energía curativa, de tal modo que en las personas enfermas el sonido es más grave y las vibraciones más lentas y cambian con el sistema y la curación.

Esa observación que se produce lentamente puede acelerarse instantáneamente por medio de perfumes. Basta, mientras se mantiene el dedo en el oído, con conservar una esencia en la nariz; inmediatamente se percibe el cambio de ruido. Es de observar que ese cambio sólo se produce cuando se acerca a la persona el perfume que le corresponde.

Tenemos aquí un método que, aunque indirectamente, permite determinar cuál es, para cada persona, la esencia que conviene; esencia que cada uno debe tener siempre a mano en caso de enfermedad.

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