CAPÍTULO TERCERO

Perfumes y esencias en el culto del Budismo

Otro campo, más vasto aún, que debemos recorrer, siguiendo las fragantes huellas de las substancias aromáticas, es el del budismo. Los judíos tomaron muchas cosas del budismo. Éste estuvo de moda en los últimos siglos y muchos han escrito sobre su doctrina sin conocerla a ciencia cierta. Nosotros no tenemos a la vista la vitalidad de esa doctrina n i su utilización táctica tal como la predicó Gautama Buda y hoy se difunde en las comunidades budistas.

Sería imposible describir aquí el uso de todas las substancias aromáticas. Cabe observar todavía que el propio Buda repudiaba cualquier veneración en el culto, pues su doctrina tiene por fin una cosa, contar con la existencia de divinidades, y en estas mismas se da un papel secundario, con relación al fin aspirativo de todos los seres. El budismo primitivo no es religión, como nosotros la entendemos. Era ateo, y para sus adeptos, aún hoy día, no hay oportunidad de ofrecer a ninguna divinidad la pureza primitiva. El desarrollo del budismo es poderoso, especialmente en las escuelas del norte, entre los chinos, y tibetanos y mongoles y también en el lamaísmo. Por cierta ironía del destino histórico, de esa doctrina atea o filosófica puede formarse una religión en el sentido exacto de esa palabra.

En un principio el cielo de Buda era el desierto de los dioses o del dios; pero fuese poco a poco llenando de tal modo que hoy puede considerarse como un panteón de primer orden. En número, el cielo budista no puede ser superado por ningún otro de cualquier religión. Se encuentran allí, junto a los dioses propiamente dichos, los budas imaginarlos, los santos, los ángeles, las hadas, los demonios, los genios protectores y particulares y los poderosos encantadores del sistema tántrico. Solamente el Olimpo Mejicano, que tan sólo de “pulques”, esto es, “bebedores” tiene 400 dioses, puede competir con él. El germen productor de ese panteón budista, lo creó la figura de Gautama Buda y aquí entran en escena los perfumes y perfumadores.

Ya el uso de substancias aromáticas, bajo la forma de incienso, ante la estatua de Buda, extraña mucho, pues él mismo exigía de sus adeptos que renunciaran a la práctica de las perfumaciones. En el catecismo budista de Olcott, edición de Carlos Seidenstückre, Leipzig, 1908, pág. 80, entre los deberes de ellos, recogidos por un lego, leemos lo siguiente: “Observo el mandamiento de abstenerme de joyas, perfumes, especiería y todos los adornos”.

Más adelante, en la pág. 87 del mismo libro, podemos verificar que la ofrenda de flores, incienso y velas aromáticas ante la imagen de Buda, pasa por algo muy digno de alabarse en la conducta de un creyente budista. Yo, que vivo muy lejos, en las afueras de Berlín, ando a veces por la floresta y luego de encaminarme al templo budista de Frohnau, puedo cerciorarme de que siempre hay flores muy fragantes ante la estatua de Buda, y en invierno, ramas olorosas de pino. Arriba, en dos terrazas, hay una gran cacerola de bronce: proviene de un pueblo japonés y sólo sirve para vaporizar perfumes.

Históricamente considerado, este uso de los sahumerios debe remontarse al hecho antiguo de honrar a los Maharahaes, en las Indias, cuando al entrar en una casa. Se les recibía quemando esencias y depositando flores olorosas en su sillón, encendien¬do pebetes, como una expresión de la honra que se le tributaba al soberano universal. Eso debe haber pasado después al soberano de la religión, “Dharmarahá”, como parece que fue denominado después Buda, hasta terminar en un culto general. Se explica también así que, a veces, encontremos en las figuraciones que se hacen del panteón budista, especialmente en pinturas en el Tibet y en Mongolia, como también en las llamadas iglesias lamaístas, incensarios que arden ante el protagonista. En lugar de ellos aparece en el templo, junto a las estatuas metálicas o hechas de madera o arcilla las más de las veces doradas, un incensario real. El conocido investigador del Asia doctor Wílhelm Filchner, portador del Premio de Cultura del Reich, cedido por el Führer, en su obra reciente, valiosa y sobre todo instructiva “Kumbun Dschamba Líng” describe el convento de las cien mil imágenes de Maitreia (F. A. Brockhaus, Leipzig), en el cual, habiendo penetrado en el Tibet oriental, cuando en su último viaje (1926~28), pinta la vida y actividades de uno de los monasterios del lamaísmo, y nos describe una serie entera de incensarios de los templos particulares de dicho claustro.

Por las láminas que trae el libro, preciosas reproducciones fotográficas y dibujos detallados, podemos darnos cuenta del arte lamaico que se preocupó, con especial cariño, de esos incensarios. Casi siempre son hechos de metales caros, claveteados de piedras preciosas, y tienen a veces dimensiones considerables.

Lo mismo se observa en las inseparables lámparas benditas, para las que apenas sirve de combustible la mantequilla ordinaria, sin sal, del lugar, o sino, muchas veces, el aceite aromático. También se hallan a veces, junto a los altares y en soportes especiales, pebetes impregnados de varios aromas. Esos incensarios y pebetes arden perpetuamente en el santuario y no deben extinguirse nunca, de modo que hay que alimentarlos continuamente. Las mismas cenizas de los pebeteros se juntan minuciosamente y se agregan a ciertos preparados medicinales. Esta costumbre no sólo se observa en los templos lamaicos del Tíbet y de Mongolia, sino también entre todos los budistas y más todavía entre los taoístas de la China, y es muy posible que el lamaísmo haya sacado de ahí el uso de los ceniceros para los restos de las velas perfumadas. Por otra parte, según informaciones del especialista ruso de la zona lamaica, profesor Pozdonegef, desgraciadamente fallecido hace más de una década, el empleo de pebetes de procedencia china en los conventos lamaicos y templos de jurisdicción china, fue prohibido por el alto sacerdocio, por miedo de que las mutuas relaciones entre lamas y chinos resultaran una desfiguración de las prescripciones.

En cuanto a las velas perfumadas que arden en los templos lamaicos y que también se usan en las procesiones, tienen reglas especialísimas. Tales velas o pebetes se llaman en el lenguaje del culto del lamaísmo “dug-boi” o “dugbo” (escrito bdug spos). Ambas sílabas, traducidas literalmente, significan exactamente lo mismo, es decir, perfumador. Otros ejemplos en idioma tibetano nos autorizan para interpretar la sílaba “dug” (“bdug”) como abreviación de la palabra “dugsching” (escrita “bdug sching”), con que se designa una variedad de enebro a la que los botánicos, por indicación del diccionario tibetano del hindú Sara Chandra Das, en la página 666, llaman “Juníperos excelsus”. Ese arbusto, según las ideas indotíbetanas, debe, según su esencia, y por excelencia, servir para el que lo suministra, de perfume para fines del culto. Se comprende mejor esto, si observamos que los hindúes designan ese arbusto en el sánscrito sagrado, por “devadara”. Entre los mongoles que pasan por conocer el lamaísmo, los pebetes se llaman “Küdschí”. Esas finas velas humeantes consisten en una masa dura, resinosa, proveniente de una especie de junípero, cuyo porte según los investigadores autorizados, Przewalski, por ejemplo, alcanza a veces, la notable altura de tres metros. Las velas usadas en el culto lamaico son más pequeñas que las de la China. Además, en las iglesias lamaicas no debe sentirse ningún almizcle, pues como ni las cobras ni los lagartos soportan su olor, podrían ahuyentarse de los templos. Para impedir que también se extingan los seres menores en los templos debido a las velas humeantes, los monjes, protegen durante la estación ardiente debajo de una linterna, como lo refiere en su libro el ya citado doctor Fílchner.

Como los mandamientos budistas mandan no perjudicar a ningún ser viviente, el lamaísmo también aplicó esa regla y a eso se debe, en suma, el que se prohíba prender las velas chinas; pues en su fabricación entra el cebo, que también es producto animal, recubierto de una capa de cera. Por lo tanto, esas velas dan humo feo que deposita un sedimento y obscurece las imágenes del altar.

Además de las velas humeantes y de los vasos mencionados, en el lamaísmo se conocen los incensarios parecidos a los que usan los católicos aunque un poco diferentes en su forma y acabado, como en su mayor peso y tosco trabajo de mano. Pero, en el lejano Tíbet, se conocen elegantes tipos de vasos para el servicio del culto. Al respecto, Austin Waddell, miembro de la conocida expedición inglesa a la capital de ese país, nos informa en su libro “Lasha and its Mysteries”, que Dalaí Lama mandó fabricar a un joyero de París incensarios de oro. También se encuentran ahí algunos de Pforzheím, cuya marca está inequívoca a primera vista

La diferencia en el uso de los incensarios está en el que el monje oficiante no lo hace oscilar suspendido en cadenitas, sino que se sirve de un corto cabo. En el culto lamaico se queman diferentes resinas denominadas con el término general tibetano “dug ba” (bdug pa, más arriba “bdug spos”), o también “ssang” (escrito “bsang”). Es interesante anotar que los mongoles que importaron para su idioma la expresión tibetana, asimilan todavía la del mongol puro “íden” (escrito “idegen”), a la nutrición (entiéndase alimentos). De modo que el incienso en ignición o el perfume del vapor que se desprende y sube, equivale de alimento, de manjar, a la divinidad. La expresión total, medio tibetana, medio mongólica, es “ssang-uniden”. En los claustros que no se pueden dar el lujo de emplear incienso legítimo en forma de resina, hallamos, tal como entre los israelitas, hierbas odoríferas, que reunidas se queman después de secas y pulverizadas.

Los incensarios suspendidos por cadenitas se llaman entre los tibetanos “boí-por” o “bo-por” (escrito “spos por”), lo que, descompuesto, significa, “vaso de incienso”. Los mongoles emplean la misma palabra. La expresión “hacer subir incienso a los dioses”, se traduce en tibetano por “1ha-la podschi dugba”, y en mongol “tenggrí-dür anggílachu”. Séanos permitido referir ahora un interesante giro muy opuesto según Sara Chandra Das, de la literatura tibetana; “ssabhg ssel” (escrito “bsangs bsel”) . Conforme refiere ese escritor hindú ello significa: incienso que borra la mancha (en este caso, el pecado, la culpa). Comparemos esta misma idea con la acción del incienso, que tuvimos oportunidad de conocer, por idéntica costumbre de los cristianos coptos, según la cual el creyente confiesa sus pecados ante el incienso y espera, de este modo, obtener el perdón de ellos. Según el obispo Leadbeater, eso sucede porque nuestros pecados y faltas repercuten en el cuerpo astral y son eliminados por los perfumes que tienen acción astral. A esto hay que añadir que en el lamaísmo se conoce todavía un acto religioso especial, y que se refiere a las velas que dan mal olor cuando se queman. Es un rito, según el cual, por el poder mágico de un Lama, dotado de capacidades especiales y conocimientos tántricos, todos los pecados de la respectiva comunidad se condensan en un títere de pasta, con cara de hombre, o un pastel oblatívo (en tibetano, “gtor ma”).

Las emanaciones de substancias vegetales mal olientes, al arder, suben y envuelven, según este ritual, la figura de pasta. Su destrucción se hace siempre fuera de las murallas del claustro, y los monjes, que hasta allí conducen a la víctima, se cubren con una fina red la boca, para no ser damnificados por la imponderable exhalación de la funesta figura. Si la víctima tiene figura humana, es despedazada al llegar al lugar de su destino, lanzados a la estepa sus pedazos y, las más de las veces, quemados en una hoguera.

La gran significación que los budistas atribuían a la fabricación de los perfumes para los dioses pue¬de deducirse del hecho de que “Magajuna” uno de los más notables filósofos del budismo “Mahayana” haya compuesto en sánscrito una obra sobre la preparación de velas perfumadas, trabajo del que subsiste hasta hoy una traducción tibetana. El título alemán sería, más o menos: “Perlenschnur Des Kleínods der Waíhrauchbereitung” (en español: Collar de perlas de la Joya de la preparación del incienso). A ningún médico, sacerdote hindú, de cualquiera región del país le es dado ignorar ese libro.

Merece especial atención, el hecho de que el lamaísmo tenga figuras santas modeladas en barro, al que le agregan gran cantidad de hierbas aromáticas. Sí, hay algunas de esas figuritas hechas exclusivamente de materias aromáticas comprimidas y que sólo sirven para fines del culto o para fines curativos. Entre esa colección debemos destacar las estatuas de Buda, conocidas con el nombre tibetano de “dscho” (escrito “jo”, por abreviación de “jo bo”), esto es, del señor o “maestro”, que vamos a encontrar tanto en Lasa (capital del Tibet) como en el claustro mongólico “Erdeni Dsu” y, el precioso “dscho”, y en Pekín. Todas ellas, lo que es más importante para nosotros, son talladas en la tan apreciada y por sobre todas las maderas la más olorosa, el sándalo (Síríum, Myrtifolium) , en sánscrito “candana”, y por los tibetanos conocido con el nombre de “tsandan”.

Cuando en la literatura lamaica se alude a estas estatuas, se desprende inmediatamente que son de madera. Fuera de eso, en todas partes, en el Tíbet y en Mongolia, se emplea la medula del sándalo oloroso, del que hay gran variedad, para la preparación de perfumes y muchas veces como base medicinal. En cuanto a su empleo en el culto hay un libro que se titula: “La sublime oración del sándalo”.

Otro específico aromático es el “akaru” que sirve, entre otras cosas, para la fabricación de las varillas oficiales de los sacerdotes-guías y de los médicos iniciados. A veces los recipientes (tazas) que entre los monjes lamaicos substituyen los antiguos platillos para las limosnas búdicas, son hechas de esa clase de madera. Además, del techo de los templos de Lama, penden bolas de paño, por lo general muy grandes, que constan de once almohaditas o saquitos cosidos, dentro de los cuales se colocan diversas hierbas fragantes que embalsaman el aire.

Según lo dice el profesor Pozdnejes, estas bolas se llaman entre los tibetanos y mongoles “tschimapurma”. No es necesario decir que allí comparecen los enfermos que buscan curación mediante la aspiración del perfume. Es preciso anotar que en todos los altares de los lamaístas figuran dos bacinetas para el sacrificio; una con una vela perfumada y la otra llena de agua saturada de esencia.

En muchos conventos de Lama, de las regiones del Buthan o Síkkim, que están en regular comunicación con los angloindúes, vemos que se ha substituido el agua perfumada de los altares por joboncíllos de proveniencia inglesa. Como se ve, con esto los lamas llegaron a la conclusión de que tal procedimiento disminuye en mucho los gastos que les impone el culto. Es algo casi imposible colegir, de la voluminosa literatura lamaica, todos los pasos que dicen relación con las esencias o que hacen alusión a ellas. Podemos traducir dos estrofas referentes a las mismas, de un devocionario lamaico. Ese texto sólo existe en idioma tibetano y se remonta a un escrito del antiguo y venerable sánscrito, el “Aryabhadracaryapranídhanaraja”.

Dice así:

Flores sublimes, escogidos rosarios de florecillas,

Música y ungüentos de deliciosa fragancia,

Luces esplendentes y los mejores perfumes

Traigo a los victoriosos (los budas)

Magníficas túnicas y extra finos perfumes,

Saquitos llenos de pebetes partidos,

Iguales en número a las montañas del Mirú,

Y todas las más lindas creaciones

Traigo yo a los victoriosos.

Completando lo dicho anteriormente, mera muestra de las indicaciones valiosísimas sobre el empleo de esencias en el culto lamaico, hay que agregar todavía, que en los atrios de muchos templos se encuentran grandes urnas donde, durante ciertas festividades, se queman substancias aromáticas. El doctor Filchner, en la pág. 70 de su citada obra trae una linda fotografía de dichos incensarios. Otros incensarios más sencillos, hechos de ladrillo o simplemente de barro se pueden encontrar en los patios o tejados de las casas tibetanas y en cuyas cercanías se ven diversos emblemas místicos (ver, por ejemplo: “Mi viaje por el Tíbet”, ed. 1914, V. II, figura 14).

Los vapores de incienso y las esencias desempeñan un papel predominante en las prácticas adivinatorias del lamaísmo, poniéndose en trance el medium por influencia de ellas. Frhr von Perckhammer, hizo un cuadro que no ha sido expuesto hasta ahora, en el que se representa a un lama, en el patio del Yungho-Kung, en el templo de la Eterna Paz, presagiando justo a un incensario.

Entre los utensilios del templo budista ya sea de la China, Corea o Japón, encontramos una serie de accesorios destinados a servir de recipientes en la cremación de esencias: cacerolas, bacinetas y urnas, muchas veces de una semejanza pasmosa con los conocidos “katzi” de la iglesia ortodoxa. Todavía no encontramos en el culto nipón de Buda, en ninguna parte, el incensario suspendido en cadenitas de correderas, que vimos en el lamaísmo. Merece tal vez mención en lo tocante a las correlaciones entre esencias y religión, el hecho citado por Chandra Das, en su Tibetan-English Diccionary (Calcuta, i 902, página 653) ; y es que el lamaísmo originario de las indias reconoce un grupo de semidioses y genios, llamados en sánscrito “Gandharda” y por los tibetanos “Disa” (escrito “Dri za”). Ambas expresiones significan literalmente “consumidores de perfumes” y son tenidos por seres imaginarios, venidos de una zona aromática de profusa vegetación, el “Gagdhamadna”, en el Himalaya.

Según Jaeschke, célebre misionero, los tibetanos creen que esos “disas” pueden tomar la forma de insectos, y que no sólo pueden revoltear por las florecillas y otras plantas olorosas sino también sobre los montones de basuras y cadáveres y alimentarse de sus olores predilectos.

Ciertas escuelas de misterios en la India enseñan que las larvas astrales se alimentan de las exhalaciones  de  los  morfinómanos  y  alcohólicos. Que esos seres, incitan  a sus víctimas a absorber continuamente las drogas venenosas y de ahí deducen que tales pacientes sólo se pueden curar cambiando dichas exhalaciones, mediante la aspiración de ciertas esencias. Volveremos sobre esto más adelante.

Nota. Valiéndonos de las prescripciones de esas escuelas hemos podido curar alcohólicos, morfinómanos y víctimas de otras drogas heroicas donde habían fracasado otros tratamientos.

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