Antropología:

Tlaloc

Pareja Tláloc, el dios de la lluvia (Tláloc) y la “La que tiene falda de jade” (Chalchiuhtlicue), [Foto: Jenaro Reyes y Lupita Rodríguez. Museo de Antropología de Xalapa, México]

Pareja Tláloc, el dios de la lluvia (Tláloc) y la “La que tiene falda de jade” (Chalchiuhtlicue), [Foto: Jenaro Reyes y Lupita Rodríguez. Museo de Antropología de Xalapa, México]

Tlaloc, dios de la lluvia. «Tlalli»: tierra; «Octli»: vino, «el vino que bebe la tierra».

Los nahuas lo representaban siempre en la «casa de la luna»; el rostro, cubierto con la máscara sagrada a través de la que asoman sus ojos azules; brazos y piernas desnudos con brazaletes de oro en las pantorrillas y cactli azules.

Largos cabellos caídos sobre la espalda; diadema de oro adornada con plumas blancas, verdes y rojas y collar de cuentas de jade; túnica azul sobre la cual una malla termina sus rombos en flores; en la mano izquierda, escudo azul sobre el que se abren los cuatro pétalos de una hermosa flor roja; en la mano derecha, los símbolos del granizo y del rayo en oro pintados de rojo. A ambos lados, dos vasos de patas azules simbolizando al agua y la Luna. Este dios tenía adoratorios en el Templo Mayor y en las cumbres de las altas montañas del valle de Tenochtitlan. Nunca faltó el fuego en sus altares. Los Maestros lo invocaban para agradecerle la abundancia de las cosechas, para pedirle lluvia en las grandes sequías o para que deshiciera las nubes de granizo. En las grandes tempestades usted también, si lo desea, puede invocarlo, más debe hacerlo con fe y reverencia.

Chalchiuhtlicue

Chalchiuhtlicue: esmeralda, cosa preciosa; la que tiene falda de esmeraldas. Es la diosa del agua terrestre y esposa de Tlaloc. Los nahuas la representaban joven y hermosa, con tiara de oro, enaguas y manto con borlas de quetzalli; en el jeroglífico que adorna su falda, en la cara interna superior de los muslos, aparece una preciosa ninfa de bífida lengua, símbolo de luz.

Los Maestros la invocaban en el verano, cuando los ríos se secaban por la sequía. Sobre el altar del templo ponían un montón de sal marina y devotamente impetraban su auxilio.

Después, el Maestro iba al seco lecho de algún río cercano y, con el bastón mágico, en éxtasis, abría dos pequeños hoyos próximos uno del otro y los llenaba con cobre líquido que previamente habían derretido los adeptos. El Maestro repetía la invocación y con sus manos ampliaba uno de estos hoyos; entonces, el agua brotaba del lecho del seco río y comenzaba a correr.

Bibliografía: Magia Crística Azteca. Samael Aun Weor.

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