Cuentos y Leyendas

LA CONCIENCIA DEL PEZ

Pez

Cierto Gurú, notando que su “chela” era distraído y poco capaz de concentrarse, le dio cierta vez un pez para que fijase en él la atención, describiendo después lo que observara. Pasados algunos instantes volvió el discípulo y dijo todo lo que observó con respecto al pez. Dijo a qué especie pertenecía, cuántas aletas tenía, su tamaño, peso, color y otros detalles visibles.

“Eso todo el mundo lo ve”, díjole el Maestro. “Vuelve y bríndame detalles que no todos sean capaces de observar”, agregó. El discípulo volvió a examinar el animal y notó que no tenía cejas ni pestañas. Muy animado con la observación buscó exultante al Gurú relatándole lo que había notado. “Eso todo el mundo lo puede ver”, repitióle el Maestro. Volvió el “chela” a examinar con más cuidado al pez, dispuesto ahora a un examen más profundo.

Descubrió de inmediato que el pez no tenía párpados y, por lo tanto, no pestañeaba ni podía cerrar los ojos para dormir. Mas pensó, ¿será que los peces no duermen? Concluyó inmediatamente que, como todos los animales, los peces deberían tener de dormir. ¿Cómo podrían, sin embargo, dormir con los ojos abiertos? ¿Tenían párpados internos o alguna válvula que interrumpiese, cuando necesario, el nervio óptico? ¿O el proceso sería totalmente mental, desligando el pez la mente de los ojos para poder dormir?

En esas elucubraciones pasó una semana entera para pensar, imaginar, deducir y formular hipótesis, y entonces buscó al Gurú, comunicándole sus observaciones y dudas. “Bien, hijo mío”, dijo el Maestro, “hasta aquí observaste únicamente los ojos del pez y eso fue suficiente para sugerirte dudas y problemas. Vuelve a hacer observaciones más detalladas”, agregó.

Al término de algunos años volvió el “chela”, ahora profesor de ictiología.  El deseo de conocer todo acerca de los peces y sobre todo el anhelo de despejar las dudas surgidas, habíanlo llevado a estudiar profundamente el asunto.

El maestro lo recibió con la misma sonrisa compasiva y llena de amor. “Largo camino recorriste, hijo mío. Dime ahora una cosa. ¿cómo es la conciencia de los peces?”

“Lo ignoro totalmente”, fue la respuesta.

“Pues bien”, dijo el  Gurú. “Llevaste años y años para aprender aquello que todo el mundo puede saber. Tu conocimiento resume lo que está en los libros, lo que otros observaron por ti. Eras un “chela” incapaz de concentrar la mente sobre determinada cosa. Cuando te mandé observar el pez tu mente agitada sólo pudo penetrar la superficie del problema. Siendo incapaz de realizar el Dhâranâ también fuiste incapaz de hacerlo con el Dhyâna, fuente de todo conocimiento. Siéntate ahora y observa”.

A continuación el Gurú le aplicó su santa mano sobre la frente.  El discípulo formuló la imagen mental del pez que años atrás el Maestro le diera para observar. Como por milagro el animal le apareció todo iluminado, externa e internamente.

Vio el discípulo cómo funcionaba su maravilloso organismo. Observó sus vísceras trabajando, su sangre corriendo por las venas, sus nervios vibrando, su cerebro rudimentario en actividad y su aparato digestivo en pleno trabajo. Más eso no fue todo. Poco a poco el discípulo estaba integrado en el propio pez, era como si fuese él mismo, sintiendo como tal, viviendo, percibiendo, nadando como el propio animal en medio de las aguas. Pudo así saber todo con respecto al pez, no porque lo hubiese leído o aprendido, sino porque había vivido la experiencia de ser pez. Al regresar de esa maravillosa vivencia dijo finalmente:

— “Ahora sí, sé todo con respecto a los peces”.

— “Eso podrías haberlo sabido desde el primer momento, si fueses capaz de practicar el Dhâranâ”, díjole el Gurú.

Una mente arremolinada e inquieta es incapaz de concentrarse en un objeto.  Desgasta sus extraordinarias energías aplicándolas a un torbellino de cosas al mismo tiempo y sin penetrar en ninguna de ellas. Únicamente aquellos que poseen una mente serena y fuerte son capaces de sentir y comprender todos los secretos del Universo. Y el simple hecho de comprenderlos brindará la llave para dominarlos.

Aportación de Gnosis en Argentina 


Un erudito fue, un día, a visitar a un filósofo práctico para determinar los orígenes de su sistema.

Tan pronto como efectuó la pregunta, el maestro le alcanzó al académico un delicioso durazno.

Cuando lo había comido, el maestro le preguntó que si quería otro. El erudito comió el segundo durazno. Entonces el filósofo dijo:

¿Te interesa saber donde creció este durazno?

-No, dijo el erudito.

“Esa es tu respuesta acerca de mi sistema, dijo el maestro.

Quien prueba conoce. Pero quien solo cree que prueba, no dejará a nadie en paz.

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