CAPITULO NOVENO

FENÓMENOS MÍSTICOS

1.- Cierta ocasión en que trataba de hacer ejercicio de meditación en el campo, me sentí salir del cuerpo como si me estremeciera; de pronto sentí que volaba a grandes velocidades llegando en un par de segundos a Egipto; descendí muy cerca de la esfinge sintiendo el calor de la arena en la planta de los pies, pudiendo tocar las enormes y carcomidas piedras del gigantesco monumento; fue una gran sorpresa para mí el ver tan claro panorama y tan vívida percepción del cielo y una tenue brisa que venía del Río Nilo que movía unas grandes y delgadas palmeras.

Después de un breve descanso, sentí una especial atracción que me hizo elevarme del piso hasta flotar aproximadamente a la altura de la nariz de la esfinge, en la cual había una pequeña cavidad por donde penetré hacia una escalera que descendía en forma muy estrecha y semi-iluminada, que me condujo a la puerta de una cámara donde se encontraba un guardián vestido con un mandil, sandalias doradas, un tocado en la cabeza con una diadema dorada que semejaba una cobra en actitud de picar, en la mano derecha una lanza que me impedía pasar; sus ojos eran de un azul verde muy penetrante y su piel morena; no pronunció ni una sola palabra; solamente me examinó y me hizo un saludo de pase el cual contesté; se sonrió y recogiendo la lanza me hizo pasar con una amable reverencia; penetré en una gran cámara donde se oían unos cantos muy leves de un coro que pronunciaba oraciones en forma de cantos deliciosos.

Había en el ambiente un humo de incienso de color rosado; el cual olía a un extracto de rosas rojas y que hacía vibrar mi cuerpo de pies a cabeza; había también muchos símbolos egipcios en las paredes, que a pesar de no entender me eran muy familiares; después de ver el rico decorado de aquella cámara, que indudablemente debe ser un templo muy especial, sonó un gong y aparecieron tres Maestros los cuales tenían un rostro apacible y venerable pero la mirada muy penetrante; dos de ellos venían vestidos de amarillo y uno con túnica blanquísima; después de saludarme me dieron la bienvenida con un abrazo muy fraternal.

Luego oficiaron una misa en un altar que había entre dos columnas enormes con un gran escarabajo de oro que resplandecía entre el humo del incienso; después se iluminó una pileta de agua cristalina que antes no había notado; me acercaron a ella y empece a verme con un rostro horriblemente negro y barbado como de orangután; luego vi muchos pasajes de mi vida en donde cometí toda clase de pecado; terminé gimiendo y llorando.

Después me amonestaron y me dieron consejos en forma simbólica, entregándome un Escarabajo de oro macizo; lo pusieron en mi mano derecha cerrándomela y pronunciando unas palabras que yo no entendí, diciéndome que lo conservara y me hiciera merecedor de tenerlo siempre a mi lado; después me bendijeron y regresé a mi cuerpo, despertando instantáneamente muy impresionado y sin que hasta la fecha se me olvide ningún detalle.

¿Podría usted decirme que sucedió y qué significado tiene todo esto para mí?

R.- Con mucho gusto contestaré a su pregunta. A todas luces resalta con entera claridad meridiana un desdoblamiento. Usted quedó dormido mientras meditaba y oraba, y entonces su alma salió del cuerpo y fue a dar a Egipto, la Tierra Sagrada de los Faraones.

Quiero que usted comprenda que entró espiritualmente al templo misterioso de la Esfinge. Me alegra mucho el que haya descubierto una puerta secreta en la misma nariz de la Esfinge. Es obvio que no se trata de una puerta invisible para los sentidos físicos pero perfectamente visible para la inteligencia y el corazón.

Es ostensible que el templo de la Esfinge tampoco se encuentra en este mundo físico; se trata de un templo invisible para los ojos de la carne, pero totalmente visible para los ojos del espíritu. Lo que le sucedió a usted es algo muy similar a la experiencia aquella de San Pablo, el cual, como es sabido, fue llevado a los cielos y vio y oyó cosas que a los hombres no les es dable comprender.

No hay duda de que usted en una pasada existencia fue iniciado en los misterios Egipcios y debido a esto se le llamó en el templo. Por eso, por esa llamada que le hicieron cuando usted estaba en meditación, fue precisamente a dar allí.

Asistió usted espiritualmente a un ritual Egipcio; vio y oyó a los sacerdotes del Templo; escuchó sublimes cánticos y vio en el agua a su Yo Pecador y a todos esos delitos que usted ha cometido. No hay duda de que se vió así mismo bastante feo; es que uno se vuelve así de horrible con los pecados.

Le entregaron un escarabajo sagrado, de oro puro, símbolo maravilloso del alma santificada; eso es todo. Espero que usted, caballero, me haya comprendido; es indispensable que se resuelva a seguir el camino de la santidad; que se arrepienta de todos sus errores.

2.- En otra ocasión en que hacía ejercicios de meditación en pleno bosque en las cercanías de la población de Cuernavaca, México, junto a un amigo espiritual de mucha sabiduría, a quien estimo como a un Padre, tuve la siguiente experiencia:

Nos sentamos ambos en posición Yoga conocida como Flor de Loto e hicimos unos ejercicios de respiración; después entramos en silencio y meditación; inmediatamente me sentí transportado a las Cordilleras de los Montes Himalayas, más bien en el área del Tíbet; en el lugar hacia un tremendo frío y se escuchaba el agudo aullar de los vientos; veía también algunos soldados chinos armados rondando por esos inhóspitos lugares. Llegué a una planicie un tanto nublada donde se descubría poco a poco una majestuosa construcción amurallada, la cual tenía un enorme portón de madera sujeto con clavos de hierro forjado hacía siglos atrás, en esta ocasión custodiada estaba la entrada por dos soldados de tipo Tibetano, que al acercarme me marcaron el alto y me dijeron que esperara un momento a que consultaran si tenía derecho a pasar o no.

instantes después recibieron un mensaje y se oyó el rechinar de las bisagras del enorme portón, diciéndome que pasara. A primera vista me pareció una ciudad celestial y a la vez espectacular, ya que resplandecía la blancura del mármol y los deliciosos jardines con flores de una belleza indescriptible y arbustos de tonalidades verdes y amarillas nunca vistas en la tierra; caminé por unas amplias escaleras que tenían barandales con columnas torneadas en bellas figuras de mármol y que me condujeron a una plazoleta que tenía fuente de agua cristalina y vaporosa; era pequeña y tenía en el centro un hermoso niño que vertía un cántaro de agua que nunca se acaba; luego tomé hacia la derecha dirigiéndome hacia un portal de un edificio alargado horizontalmente, que tenía siete columnas de mármol bellamente decoradas; al estar observando el pasillo se empezaron a escuchar coros angelicales que trajeron consigo a una figura que destellaba luminosidad y respeto, nada menos que la figura del Maestro Jesús el Cristo, a quien, al verlo sentí desfallecer; me miró fijamente y en su rostro se dibujó una sonrisa de amor y fraternidad. Acto seguido se acercó a mí y puso su mano derecha sobre mi frente pronunciando las siguientes palabras: «ID Y ENSEÑAD A TODAS LAS NACIONES QUE YO ESTARE CON VOSOTROS».

Después caminamos por otros pasillos y nos encontramos a otros grandes Maestros, entre los cuales reconocí al Maestro Samael Aun Weor, a quien llamó en voz alta y le recomendó se hiciera cargo de vigilar e instruir a mi humilde persona; después llamó a otros alumnos y Maestros vestidos de blanco que se encontraban cerca, y nos bendijo con oraciones y Mantrams especiales. Personalmente nos despidió al Maestro Samael y a mí, viendo cómo se cerraba nuevamente el portón y cómo desaparecía de nuestra vista tan magnífico recinto.

Al regresar a m cuerpo, abrí los ojos y vi que mi amigo aún no despertaba pero un minuto después despertó y comentamos las experiencias vividas.

¿Cómo es que un humilde estudiante gnóstico sin mérito de ninguna especie, haya tenido tan maravillosa experiencia, y le hayan confiado esta misión tan delicada?

R.- Con el mayor gusto responderé a su pregunta. Ya ve usted lo que es la meditación y la oración. Si una persona de buena voluntad se entrega a la oración y a la meditación, puede tener la dicha de llegar al éxtasis. Entonces el alma se sale del cuerpo, como ya lo hemos explicado muchas veces, y viaja a cualquier remoto lugar de la tierra o del infinito.

En el caso concreto suyo, es claro que fue a dar al Tíbet, y penetró en un templo secreto donde pudo ver a los Maestros de la humanidad y a nuestro Señor el Cristo. No olvide usted que el alma en oración, en éxtasis, puede llegar a ver al Cristo; usted tuvo esa dicha y no hay duda de que el Señor le encomendó enseñar esta doctrina de la Gnosis a todos sus semejantes.

Es obvio que yo debo darle esas enseñanzas; por eso vio usted y oyó que el Señor se preocupó porque le instruyera.

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