CAPITULO II

El Despertar de la Conciencia:

Es urgente que sepamos que la humanidad vive con la conciencia dormida. Las gentes trabajan soñando, las gentes andan por las calles soñando, las gentes nacen, viven y mueren soñando.

Cuando hemos llegado a la conclusión de que todo el mundo vive dormido, comprendemos la necesidad de despertar. Necesitamos el despertar de la conciencia, queremos el despertar de la conciencia.

Las gentes confunden a la conciencia con la inteligencia o con el intelecto y a la persona muy inteligente o muy intelectual, le dan el calificativo de muy consciente. Nosotros afirmamos que la conciencia en el hombre es fuera de toda duda y sin temor a engañarnos, una especie muy particular de "aprehensión" de conocimiento interior, totalmente independiente de toda actividad mental

La facultad de la conciencia nos da conocimiento integro de lo que es, de donde está, de lo que realmente se sabe, de lo que ciertamente se ignora.

La psicología revolucionaria enseña que sólo el hombre mismo puede llegar a conocerse a sí mismo.

Sólo nosotros podemos saber sí somos conscientes en un momento dado o no. El hombre mismo y nadie más que él puede darse cuenta por un instante, por un momento de que antes de ese instante, antes de ese momento, realmente no era consciente, tenía su conciencia muy dormida, después olvidará esa experiencia o la conservará como un recuerdo, como el recuerdo de una fuerte experiencia.

Es urgente saber que la conciencia en el animal racional no es algo continuo, permanente. Normalmente la conciencia en el animal intelectual llamado hombre, duerme profundamente.

Raros, muy raros son los momentos en que la conciencia está despierta; el animal intelectual trabaja, conduce carros, se casa, muere, etc., con la conciencia totalmente dormida y sólo en momentos muy excepcionales despierta.

La vida del ser humano es una vida de sueños, pero él cree que está despierto y jamás admitirá que está soñando, que tiene la conciencia dormida: si alguien llegara a despertar se sentiría espantosamente avergonzado consigo mismo, comprendería de inmediato su payasada, su ridiculez. Esta vida es espantosamente ridícula, horriblemente trágica y rara vez sublime. La enseñanza gnóstica tiene por objeto despertar conciencia. De nada sirven diez o quince años de estudios en la escuela, el colegio y la universidad, si al salir de las aulas somos autómatas dormidos. No es exageración afirmar que mediante algún gran esfuerzo puede el animal intelectual ser consciente de sí mismo tan sólo por un par de minutos. 

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