La Esencia

Tres Ángeles Niños. Bartolomé Esteban Murillo. 1617 - 1682

Dentro de todo ser humano que no se halle en último estado de degeneración, existe la esencia, el alma, el buddhata, que es tan sólo una fracción del alma humana en nosotros, lo más digno, lo más decente que tenemos.

El buddhata, la esencia, es el material psíquico, el principio budhístico interior, el material anímico o materia prima con que damos forma al alma. El buddhata despierta con la meditación interior profunda. El buddhata es realmente el único elemento que posee el pobre animal intelectual para llegar a experimentar eso que llamamos verdad.

Pero todos tenemos también el ego, el mí mismo, el sí mismo, motivo por el cual vivimos con un noventa y siete por ciento de subconsciencia y solamente se expresa en nosotros un tres por ciento de conciencia. Es bueno saber que el noventa y siete por ciento de la esencia que en nuestro interior llevamos, se encuentra embotellada, embutida, metida, dentro de cada uno de los yoes que en su conjunto constituyen el "Mi Mismo".

Obviamente la esencia o conciencia enfrascada, prisionera entre cada yo, se procesa en virtud de su propio condicionamiento. Cualquier ego desintegrado libera determinado porcentaje de conciencia, la emancipación o liberación de la esencia sería imposible sin la muerte, sin la desintegración de cada yo.

A mayor cantidad de yoes desintegrados, mayor auto-conciencia. A menor cantidad de Yoes desintegrados, menor porcentaje de conciencia despierta. El despertar de la misma sólo es posible, muriendo en sí mismo, aquí y ahora.

Incuestionablemente mientras la esencia o conciencia este embutida entre cada uno de los yoes que cargamos en nuestro interior, se encuentra dormida, en estado subconsciente. Es urgente transformar al subconsciente en consciente y esto sólo es posible aniquilando los yoes.

Quienes intentan despertar primero para luego morir, no poseen experiencia real de lo que afirman, marchan resueltamente por el camino del error. Observen a los niños recién nacidos, son maravillosos, gozan de plena auto-conciencia; se encuentran totalmente despiertos. Dentro del cuerpo del niño recién nacido se encuentra reincorporada la esencia y eso da a la criatura su belleza.

No querernos decir que el ciento por ciento de la esencia o conciencia esté reincorporada en el recién nacido, pero sí el tres por ciento que normalmente está libre y ese porcentaje de esencia reincorporado entre el organismo de los niños recién nacidos, les da plena auto-conciencia y lucidez, entre otros muchos poderes.

Los adultos vemos al recién nacido con piedad, pensamos que la criatura se encuentra inconsciente, pero nos equivocamos lamentablemente. El recién nacido ve al adulto tal como en realidad es; inconsciente, cruel, perverso, etc., por eso, en algunos casos, lloran cuando nos acercamos a ellos.

Los yoes del recién nacido van y vienen, dan vueltas alrededor de la cuna, quisieran meterse entre el nuevo cuerpo, pero debido a que el recién nacido aún no ha fabricado la personalidad, todo intento de los yoes para entrar en el nuevo cuerpo, resulta algo más que imposible.

A veces las criaturas se espantan al ver a esos fantasmas o yoes que se acercan a su cuna y entonces gritan, lloran, pero los adultos no entendemos esto y suponemos que el niño está enfermo o que tiene hambre o sed; tal es nuestra inconsciencia.

A medida que la nueva personalidad del niño se va formando, los yoes que vienen de existencias anteriores, van penetrando poco a poco en el nuevo cuerpo y cuando ya la totalidad de los yoes se ha reincorporado, aparecemos en el mundo con esa horrible fealdad interior que nos caracteriza; entonces, andamos como sonámbulos por todas partes; siempre inconscientes, siempre perversos.

Cuando morimos, tres cosas van al sepulcro: 1) El cuerpo físico. 2) El fondo vital orgánico. 3) La personalidad.

El fondo vital, cual fantasma se va desintegrando poco a poco, frente a la fosa sepulcral a medida que el cuerpo físico se va también desintegrando.

La personalidad es subconsciente o infra consciente, entra y sale del sepulcro cada vez que quiere, se alegra cuando los dolientes le llevan flores, ama a sus familiares y se va disolviendo muy lentamente hasta convertirse en polvareda cósmica.

En la esencia tenemos nuestras cualidades innatas, en la personalidad tenemos el ejemplo de nuestros mayores, lo que hemos aprendido en el hogar, en la escuela, en la calle. Es urgente que los niños reciban alimento para la esencia y alimento para la personalidad.

La esencia se alimenta con ternura, cariño sin límites, amor, música, flores, belleza, armonía, etc. La personalidad debe alimentarse con el buen ejemplo de nuestros mayores, con la sabia enseñanza de la escuela, etc. Eso que continúa más allá del sepulcro es el ego, el yo pluralizado, el mí mismo, un montón de diablos dentro de los cuales se encuentra enfrascada la esencia, la conciencia, que a su tiempo y a su hora retorna, se reincorpora en el nuevo cuerpo físico, pues así como retornan los días, los meses, los años, todos retornamos en un nuevo cuerpo. La reencarnación de la esencia humana, empieza por la concepción.

Resulta lamentable que al fabricarse la nueva personalidad del niño, se reincorporen también los yoes. Afortunadamente como hemos dicho, dentro del bípedo humano existe algo más, existe la esencia. Reflexionando seriamente sobre dicho principio, podemos concluir que éste es el material psíquico más elevado con el cual podemos darle forma a nuestra alma. Alma: Es el conjunto de virtudes, dones, facultades, leyes, etc. que deberíamos tener.

Liberando la esencia creamos alma. Despertar la esencia es avivar la conciencia y la conciencia libre equivale a crear dentro de nosotros un centro permanente de conciencia que nos transforma auténticos seres humanos. Si todos despertáramos hasta el veneno de las víboras desaparecería, las guerras terminarían y el mundo sería un paraíso.

Bibliografía: Educación fundamental, Gran rebelión, Psicología revolucionaria.

Enviado por Instructor J. Isabel Mauricio Vargas. Rincón de Romos, Ags. Y Loreto, Zac.

Imagen: Tres Ángeles Niños. Bartolomé Esteban Murillo. 1617 - 1682

El hombre que no es afectado por los sentidos; ni por el placer ni por el dolor, éste es merecedor de vida eterna. Bhagavad Gita. Cap. 2. V15

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